Moral sexual victoriana para los maricas de hoy en día

Por Ignacio Elpidio Domínguez Ruiz (@i_elpidio), antropólogo y activista LGTB. Autor de #Bifobia (Editorial Egales, 2017)

Foto: bolapiercing

La publicación la semana pasa de un vídeo del actor porno español Allen King ha revuelto las redes sociales –sobre todo Twitter–. Tras sus poses y su torso descubierto, mientras gesticula y transmite con todo su cuerpo, hay una guía para aprender cómo ser un buen pasivo en la cama, contada desde la experiencia de quien se vende como uno de los mejores pasivos en el porno gay o de hombres no heterosexuales.

El tono del videotutorial, como han destacado varios perfiles de Twitter, hace que podamos asumir que lo ha hecho más como Youtuber en ciernes que desde una posición de preocupación o de cambio social, o incluso de dignificación de un rol sexual frecuentemente menospreciado. En lo que sigue propongo una reflexión sobre los peligros de este y otros vídeos similares, al entender que reproducen formas de entender los roles que no solo transmiten y conservan formas de opresión claramente machistas sino que también congelan roles como si fuesen esencias eternas e inmutables.

Antes de empezar quiero aclarar que escribo desde la posición de un hombre cis marica o maricón, y no desde términos como homosexual, gay o epéntico. Considero que las herramientas o nombres del Amo, en este caso estos insultos, son un punto de partida necesario no solo para reapropiarnoslos e inutilizarlos sino también para entender cómo reproducimos la opresión a partir de la cual nos hemos conformado como sujetos. Como ya escribí en 1 de cada 10, los comentarios aparentemente inocentes entre nosotros y nosotras, personas no heterocisexuales, pueden imitar perversamente la injuria desde la que nos han construido. Pensando en la pasivofobia transmitida por el vídeo de Allen King, en concreto, pienso, como punto de partida, en la injuria de quienes nos han construido como maricas.

Peter Drucker escribía en 2011 sobre cómo la evolución del modo de producción capitalista afectaba inevitablemente a nuestras formas de entender la diversidad sexual y de género. Un paradigma fordista, mínimamente estable y tendente hacia la homogeneización de grandes grupos o capas sociales, llevó hacia la estabilidad de identidades y hacia comunidades de gais y lesbianas –hoy introduciríamos más siglas, o las evitaríamos directamente– que poco a poco dejaron de ser necesariamente enemigas del sistema, para pasar a ser aliadas solo mínimamente incómodas. Según este estudioso tres características de las identidades gay y lésbica clásicas las hicieron perfectamente compatibles con el neoliberalismo:

  • una autodefinición como minoría estable y delimitada,
  • un conformismo con el binarismo de género cada vez más marcado, y
  • la exclusión de sus propias minorías –bisexualidades, personas trans e inter, personas disconformes con el género o con las normatividades, diversidad funcional o de origen, y un largo etcétera–.

Uno de los conformismos reproducidos, directamente adaptados del dimorfismo sexual y de género y de su consagración como realidad, fue la división entre activos y pasivos. En palabras de Drucker, con la estabilidad de las comunidades y de las identidades clásicas a través de bienes de mercado y de instituciones, las “divisiones entre ‘activos’ y ‘pasivos’ que antes habrían estado ampliamente rechazadas bajo los criterios liberacionistas se convirtieron en algo aceptable y en ocasiones evidente”.

Esta división parece haberse convertido en una realidad reificada, cristalizada: una realidad inmutable, que nos lleva a la investigación y reflexión de Michel Foucault sobre la conformación de los sujetos y, sobre todo, de las especies. Las etiquetas en aplicaciones como Grindr, así como las formas habituales de comunicación en estos contextos, no ayudan a cuestionar un mundo dividido en A) o B), activo o pasivo, dejando para empezar a las personas identificadas como versátiles –o directamente no identificadas como nada– en una incómoda tierra de nadie, siempre en la duda. Esta división, reproducida también por el porno, por espectáculos humorísticos de drags, y por otros productos culturales, tiene repercusiones que afectan a cómo entendemos el mundo y a cómo nos entendemos en él.

El vídeo de Allen King reproduce, en primer lugar, lo que el antropólogo David Graeber ha llamado estructuras asimétricas de imaginación: “divisiones entre una clase de personas, que acaban efectuando casi toda la labor de interpretación, y la otra, que no la realiza”.

En su vídeo el actor deja claro que es responsabilidad del pasivo anticiparse a los deseos y a las expectativas del activo, defendiendo incluso fingir placer aunque no sea real. No es casual –precisamente lo contrario– el parecido con los manuales de la buena esposa que nos hacen pensar en sociedades victorianas o en las recomendaciones de la Sección Femenina. Graeber señala cómo el sexismo es una estructura basada claramente en esas estructuras asimétricas de imaginación, al obligar frecuentemente a las mujeres a anticiparse y a someterse ya no a los deseos de hombres, sino a las expectativas de cómo serán dichos deseos. La comparación con este machismo ha sido destacado por varios perfiles de Twitter que han criticado el videotutorial, señalando cómo reproduce formas de opresión machistas entre hombres no heterosexuales. La obligación de que sea la parte pasiva quien se pase hasta una hora preparándose para el coito, sin mencionar siquiera cómo puede ser correspondida esa anticipación por la parte activa, va a más cuando el actor compara su experiencia como pasivo y como activo. Como parte pasiva se ve en el deber de anticiparse y fingir para el placer ajeno; como activo ha relatado cuando ha echado de su casa y cama a pasivos que no se han anticipado tanto como él habría hecho.

Más importante me resulta, si bien a un nivel más abstracto, tal vez, cómo el vídeo mezcla esencia y contingencia, una realidad reificada y estable, por un lado, con la performatividad del deseo y del sexo. El actor habla de los gustos y anhelos de los activos, por un lado, y de los deberes de los pasivos, por el otro, como si ambas categorías fuesen realmente existentes, fijas, y con características o pensamientos homogéneos –“no hay cosa que más le guste a un activo”, por ejemplo–. No obstante, Allen King habla constantemente desde una posición performativa del sexo: habla de cómo cumplir un papel, aunque el deseo no sea correspondido por quien actúa. No solo reconoce que él se define o se ve como versátil en su vida privada, siendo lo demás un papel o una actuación, sino que se le escapa una frase que deja claro que para él el sexo no es parte de la cotidianeidad: “odio a la gente sosa en el sexo. A muchos ya se les ve, a muchos se les ve porque si ya son sosos en su vida en el sexo imagínate”. ¿No forma parte el sexo de su vida? ¿Qué es, entonces? ¿Puro teatro? ¿Falsedad bien ensayada, estudiado simulacro?

Una tercera cuestión que destaco es la importancia dada en este vídeo al sexo penetrativo. De hecho, no hay otro sexo, ni implícito ni explícito. El coitocentrismo ha sido ampliamente estudiado como un aspecto fundamental de ideas sexistas del sexo.Òscar Guasch, al escribir en 2006 sobre cómo el sexo entre hombres puede tener un papel en la construcción de machos o de hombres vistos como de verdad, se ha referido a cómo las categorías de activo y de pasivo sirven para redistribuir o atribuir el control, la iniciativa, y, claro está, quién penetra y quién es penetrado. Esto no quiere decir, en mi opinión, que todo sexo penetrativo entre hombres reproduzca necesariamente esquemas binaristas y sexistas; sí puede ser interpretado, sostengo, como una indicación de cuán importante es la penetración o, mejor aún, el dimorfismo o la distribución de roles en la división y en la desigualdad.

Termino esta reflexión con palabras del antropólogo Fernando Villaamil en su La transformación de la identidad gay en España: “la práctica política del movimiento gay no se comprende al margen de su condición subordinada al proyecto heteronormativo […]”. Considero que una reproducción tan evidente de patrones y asimetrías sexistas, propias de una sociedad aún desigual, es por una parte una señal de un éxito amargo. El activismo y la propia transformación de la sociedad española –u occidental, de forma más amplia– ha permitido que los hombres no heterosexuales –por no decir gais o maricas, tristemente la única parte claramente visible y conocida– nos veamos, conozcamos y pensemos como categorías tan estables como para reproducir formas visibles, ajenas y propias, de división interna. Considero que esta visibilidad de los roles sería impensable en una situación de mayor opresión amplia, en la que no pudiésemos desarrollar tantos productos culturales y causas políticas. Es, sin embargo, una señal de que, como han tratado Villaamil, Drucker, Shangay Lily o Paco Vidarte, no estamos aún libres de líneas de fractura, de divisiones y de asimetrías internas.

Seguimos reproduciendo aquellas en las que nos hemos criado, como parte de una sociedad más amplia. Las fusionamos, las combinamos y las convertimos en formas propias de opresión, llegando a aleaciones como la pasivofobia. Visibilicémoslas, hablemos y debatamos, porque solo así podremos combatirlas de forma tan clara como a la homofobia, bifobia o transfobia, además de como al sexismo que todo lo impregna.

2 comentarios · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser Maggie

    Buenisimo, poco mas puedo decir, me ha encantado leerlo y me ha hecho pensar. Muy buena reflexión. Y curioso, muy curioso, nunca habia relacionado la division entre activos y pasivos en relaciones entre hombres no heterosexuales con una extension del machismo.. y asi es. P*tas etiquetas, cada vez soy mas consciente del daño social que hacen. Y de `propina he aprendido una nueva palabra, reificacion. Gracias

    24 junio 2018 | 11:28

  2. Dice ser horoz

    Le acabo de leer tu articulo a mi abuelo y me ha mirado desencajado. Sigo pensando q os equivocais (al menos tu) si pretendes concienciar y educar y promover cambios usando este lenguaje técnico retorcido y lleno de palabras q la mayoría de la población seguro q no la entiende. A parte de q la narrativa produce un sopor infumable….y q conste q llevas razon en casi todo lo q dices…..pero chico..

    24 junio 2018 | 16:25

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