Por Juan Andrés Teno (@jateno_), periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar
No hace mucho tiempo, en este país, solo pensar en la posibilidad de poder tener hijos era una quimera imposible. Legalmente no tenías ese derecho, te cercenaban la posibilidad de la crianza y tenías que traducir la necesidad natural de la paternidad o la maternidad a otras aspiraciones personales que posibilitaran tu felicidad. La mutilación oficial de la procreación había que reconducirla para seguir en la vida e intentar sonreír.
Era eso o te convertías en un héroe y, traspasando lo legalmente establecido, le hacías un corte de mangas a la norma y afrontabas, no sin coste, la gran aventura.
Y eso pasaba por ser gay, lesbiana o bisexual y por querer tener tu propia familia. Esa era la democracia imperfecta que aún hoy hay que acabar de pulir.
Esta es la historia de una de esas familias, de dos hombres (entonces pareja, hoy matrimonio) que se convirtieron en pioneros del hecho homoparental en España.
Estamos en el año 2.000, Jesús Santos y David Jericó, tras conocer a un amigo de COGAM que había adoptado en solitario, supieron que era su momento: “somos muy niñeros, siempre nos habían gustado los niños y queríamos ser padres a toda costa”.
La decisión, que en cualquier pareja supone un motivo de dicha y esperanza de futuro, en su caso traía añadida una primera herida. En el comienzo del milenio en este país dos hombres no podían casarse, no podían adoptar. La opción más viable era la adopción monoparental internacional. Y ahí aparece la primera llaga. Para hacerla posible uno de los dos tenía que desaparecer, “uno renuncia y el otro no”, por lo que tuvieron que “sentarse un día y decidir cuál de los dos (iba a iniciar el proceso), poner en valor tu vida por tu trabajo, por tu dinero, por la pluma”…. recuerda Jesús.
Acuerdan que fuera él quien inicie el trámite: él será quien se enfrente en soledad a las entrevistas, quien consiga el certificado de idoneidad, quien tenga que enmascarar su cotidianeidad y “contar una historia que no es real”. Y mientras, David, por amor a un hijo que aún no conoce, tiene que volatizarse y callar.
En todo proceso de adopción llega un momento en que se produce una visita al domicilio de la familia adoptante. Jesús, que es un hombre de voz segura y determinante, baja su tono de expresión, sus palabras ahora acarician y se entristecen cuando habla del papel obligado por su marido en aquella visita. Se derrama en una expresión de amor y consideración: “se tuvo que ir, tuvo que desaparecer de nuestra casa, desapareció él y todas su cosas. Desmontas la mitad de su vida… ese día fue muy duro para él”.
Y cuando llega el momento de viajar a Rusia para conocer a su futuro hijo, Jesús tiene que ir con una amiga y David se queda en casa. Y cuando tienen que hacer el segundo viaje para traer al niño a Madrid tenían previsto ir juntos, pero tienen miedo, había que minimizar riesgos. David se queda de nuevo en retaguardia y a Jesús lo acompaña su hermana.
Jesús recuerda lo duro de aquel viaje. Ya con su hijo en los brazos pasaban cosas cada minuto y no podía compartirlo con David, que esperaba a más de 4000 kilómetros una llamada telefónica al día (de alto coste emocional y económico), la única forma de comunicarse en el año 2001.
Cuando llegan a Barajas, David pide que no acuda nadie de la familia. Jesús viene acompañado de Gabriel, un niño de 2 años, su hijo, al que aún David no conoce. En el aeropuerto tienen su primer momento de intimidad: se quedan solos los dos, se reconocen, se aman…
Ya eran una familia, un núcleo de convivencia, pero sin respaldo legal. Los primeros años la vida les regaló un entorno muy acogedor, una familia extensa que los reconocía y los amaba, el colegio, los médicos… todo el mundo respetó la doble paternidad. Jesus admite que tuvieron mucha suerte, quizá lo que no intuya ahora, con el paso del tiempo, es que esa suerte también es el producto del esfuerzo y la pasión que protagonizaron.
Pero la situación de alegalidad de David estaba presente. En aquellos momentos “no era posible, era muy poco probable que David pudiera adoptar, no sabíamos si en algún momento podría ser el padre (legal) de Gabriel”.
En la mente de este marido resuenan aquellos años como un reflejo de la injustica social, ya que si hubiera habido algún conflicto en la pareja el padre no legal no tendría ningún derecho, “uno tenía una posición de fuerza respecto el otro, no es natural, no es justo”.
Jesús denuncia que “Gabriel no estaba protegido por quien era también su padre. Si en esos momentos yo hubiese faltado eran mis padres quienes podrían decidir el futuro de Gabriel y no su padre”. Amor, compromiso y responsabilidad rezuman cada una de sus palabras.
Cuando en el año 2005 se aprueba la Reforma del Código Civil en materia de matrimonio Jesus y David se casan, David adopta a Gabriel. Nuestro protagonista confiesa que aquel hecho trascendental en su historia de vida común le supuso “quitarse un gran peso de encima”. Se desnuda en un ejercicio de transparencia infinita y reconoce que tenía miedo de sí mismo, de no saber cómo reaccionar si se hubiera producido un conflicto sentimental con su pareja. Conocían la situación de otras familias en las que la persona que legalmente era la madre o el padre del hijo en común había arrasado y despojado al otro o la otra de todos los derechos adquiridos por el amor y la convivencia.
Pero la suerte seguía de su parte. La jueza que firmó la adopción de Gabriel pidió entrevistarse con ambos padres. Jesús recuerda aquel momento como una experiencia muy agradable, la magistrada solo quería contrastar la existencia de la convivencia y acabó empatizando con este matrimonio que tanto había luchado interna y exteriormente para ser una familia plena ante la ley.
El proceso se completó en el año 2009: “muchos años en los que Gabriel no tuvo la protección de su padre”.
En paralelo a su proceso de constitución familiar, Jesus inicia una carrera de fondo en el activismo LGTB. Junto a media docena de familias crea GALEHI, entidad de la que sería su primer presidente. En sus palabras siempre hay un reconocimiento a la librería Berkana y a Mili Hernández, la gran patrocinadora de aquellos primeros años y a la que tanto le debe el activismo de las familias homoparentales.
Hoy Gabriel tiene 15 años. En la belleza de su juventud ávida de mundo reside el éxito de sus padres.
Hoy, contemplar una escena cotidiana con Jesus, David y Gabriel es saber de felicidad y de risas, de compromiso, de convivencia, de cenas en casa en las que se habla de todo… de una familia más.
Jesus, hombre bragado en la lucha social, afirmaba recientemente que había conocido “a grandes activistas dentro del colectivo LGTB. Considero y admiro mucho a uno de ellos, que es mi hijo. Me ha abierto los ojos a muchas cosas del activismo, porque realmente en él he visto esas cosas que yo admiraba. El que se viva la diversidad de una manera igualitaria, de que cualquier opción sexual esté al mismo nivel, lo he visto en él. Para mí ha sido un activismo real. Él me está enseñando a mí y a quien tiene a su alrededor que muchas cosas son más fáciles de lo que nos planteamos”.
En el mismo espacio, las VII Jornadas de Familias LGTB, Gabriel certificaba, en su expresión adolescente, que lo dicho por Jesus, además de amor de padre, era una realidad: “Si alguna vez os dicen algo sobre vuestros padres o madres, defenderos de la manera que podáis pero no para meterles presión y que haya broncas, sino para que lo puedan entender y lo puedan ver. Porque si tú a un ciego le das con un palo porque no ve, no va a ver por mucho que le des. Le tienes que dar el palo para que pueda ver los objetos y no se tropiece con ellos”.
Porque si algo hay de cierto en esta historia es que las familias homoparentales constituyen nidos estupendos para para la crianza.
Y porque no pueden ni deben olvidarse las luchas internas y sociales de familias como las de Jesús que, en contra de los vientos y los tiempos, fueron precursoras de la igualdad. Familias pioneras, familias que participaron en el primer estudio que certificó la crianza por parte de personas del mismo sexo y que validó científicamente el matrimonio igualitario, familias que forman parte de la memoria histórica del colectivo LGTB.