Por Juan Andrés Teno (@jateno_), periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar
Es sábado por la tarde. Setenta familias homoparentales se besan al abrigo de las columnas del Templo de Diana en Mérida. Andrés Eduardo Suarez está bajo su nonedad, sin besos que compartir, y se conmueve infinitamente al ver como dos hombres a su lado se abrazan y se funden de amor con su hijo.
Terriblemente educado y con una sonrisa cuajada de nostalgia, les pide si puede sumarse a su felicidad y compartir con los tres la calidez de su familia ausente. Y los abraza uno a uno, con la ternura que solo ofrece la determinación. En un instante de fraternidad dos continentes y dos realidades se funden. Extremadura, cuna de muchos aquellos que creyeron conquistar las Indias y se toparon con un nuevo continente, hace de nexo de unión entre tres hombres y un niño de siete años, que comparten mucho más de lo que pudieran imaginar.
Porque Andrés Eduardo Suarez es un hombre homosexual colombiano y vive en la ciudad de Pasto (localidad situada al sur de Colombia de cohorte conservardor y culturalmente machista) con Juan José, su hijo adolescente. Cuando vio a su lado al matrimonio de hombres españoles abrazarse sintió un espacio acogedor al que sumarse y pensó en su hijo, en aquellos momentos a 8.300 kilómetros de distancia, y en un hogar, el suyo, que permanece aislado y sin referentes homoparentales a los que asirse socialmente.
Los besos en el Templo de Diana no llegan a Colombia.
Andrés Eduardo, psicólogo, doctorando de la tesis “La paternidad en hombres homosexuales”, se revindica como hombre homosexual y padre soltero cabeza de familia y se lamenta de la soledad que su familia experimenta en Colombia, donde no hay estructuras de hogares similares a la suya. Sabe que esta falta de iguales pesa en la ideal socialización de su hijo. Y ésa es la nostalgia que experimenta en España donde convive unos días con otros hombres que tienen hijos y que pueden relacionarse con más padres gais. “Estamos solos en la ciudad” y esa soledad le pesa, se clava en sus ojeras porque sabe que es una realidad de la que no puede escapar.
«Nuestra vida es muy normal, mi hijo y yo desayunamos juntos, él va al colegio. Visitamos frecuentemente a mi mamá, a la abuela”. Pero ahí está la losa del aislamiento social, no solo la familiar, sino la suya propia, que se evidencia en problemas de relación sexo-erótico-afectiva con otros hombres por el hecho de tener un hijo, la endodiscriminación por parentalidad.
A ello suma otros momentos desagradables, en un terrible ejercicio de doble discriminación por cuestiones de raza. Juan José es negro, él mestizo. El color de la piel en un continente donde tener raíces indígenas sigue pesando como una losa.
También aparece en su discurso el cuestionamiento que a uno y otro lado del Atlántico surge ante la crianza por parte de hombres homosexuales solos o en pareja: “las Secretarias de Género están hablando solo de los asuntos de mujeres y no de los hombres”, estableciendo una balanza desigual en la que únicamente se ven problemas y se buscan soluciones para las situaciones de discriminación que viven las madres lesbianas y bisexuales y se obvia que esa misma realidad, esa agonía LGTBIfóbica que también condiciona y altera la cotidianeidad de sus compañeros gais y bisexuales con hijas e hijos.
Otra nube oscura se cruza en la lúcida mente de Andrés Eduardo, porque si tuviese una situación de desamparo profesional y económico en su país quedaría desasistido ya que “las políticas públicas del Estado Colombiano no contemplan la cobertura a los padres”. Advierte con tristeza reivindicativa que “el estado no reconoce mis derechos”, porque siempre se ha pensado que la crianza era algo “femenino y no masculino” y afirma categórico que se “tiene una deuda gigante porque tenemos derecho a tener hijos, a cuidarnos, a acariciarnos… queremos que se nos asista”.
Concluye que “este momento es vital poder posicionar el tema de la familia en el contexto global, porque el estado nos ha imposibilitado poder coexistir y por eso nos escondemos”. Esta marea intercontinental que niega a los hombres la capacidad de gestionar solos o en pareja con otros hombres la ardua y bella tarea de tener hijos no solo es lesiva para ellos, sino que cubre con una losa inamovible el supuesto papel de la mujer de protagonizar la crianza, arrinconándola en escenarios del hogar y alejándola de la posibilidad de ser sin ser madres.
Andrés Eduardo conoce, además, lo que es ser hombre homosexual en Colombia: “existe el estigma y la discriminación, hay miedo de visibilizarnos… de esto no se habla”.
En su conversación la palabra que más se cruza es diversidad y en su cara la expresión más común es la sonrisa, una sonrisa franca y llena de futuro. Sabe de los retos que le quedan alcanzar como familia individual y como colectivo y lo quiere hacer desde el lugar que más ama, al comienzo del altiplano, en una ciudad que toponímicamente rememora al pueblo indígena “pastos”: la gente de la tierra. Porque Andrés Eduardo es Tierra, es alma, es vida del pueblo americano. Originario de una familia de 10 hermanos, ahora padre soltero homosexual, ha dejado escrito a su hijo: “gracias por hacerme papá, gracias por hacerme mejor hombre, gracias por hacerme inmensamente feliz”.
Y no baja la cabeza, no tira la toalla, porque en su verbo se siente la fuerza arrolladora de ser padre, el impulso vital que ofrecen los hijos para derribar todas las barreras posibles: la LGTBIfobia social y de estado, el racismo y la endodiscriminación del propio colectivo por ser ejercer lo que más ama: SER PADRE.
Tu solito te has metido en ese jardín. O te obligó alguien a ello? No entiendo el sentido de este post: «mira cómo pesan las cadenas que yo mismo me he buscado!»
03 febrero 2018 | 17:55
Actualmente creo que tendría que haber suficiente tolerancia, como para permitir todos las opiniones y formas de vida, lógicamente sin molestar a los demás. Tolerancia .
03 febrero 2018 | 21:30
En España en cambio es facilísimo..
04 febrero 2018 | 12:09
Pues paciencia amigo. Al final la sociedad es más cruel de lo que debería y no todos los países están a la misma altura en ciertos puntos del desarrollo tanto humano como cultural. Al final hay un camino imparable, que no se puede modificar ni cambiar, al final todo sigue su rumbo y hay que cosas que aunque se intenten parar son imparables. Paciencia amigo, sigue con fuerza tu camino…
Gracias a todos por dejarme participar y que tengais un gran dia todos 🙂
05 febrero 2018 | 09:38