Por Celia de la Cuadra
Poco antes de las navidades llegó a mis manos el interesante libro titulado «Oculto Sendero», novela que dicen autobiográfica de la escritora Encarnación Aragoneses conocida como Elena Fortún, la maravillosa creadora del fantástico y crítico mundo de Celia y su familia.
Tocado su turno, he leído este durísimo testimonio de una mujer a la que, desde niña, se le negó el derecho a ser ella misma. No fue sólo la negación absoluta de libertad a una mujer que siempre necesitó respirarla, negación debida al hecho de haber nacido en una familia y una sociedad totalmente machista, sino la eliminación del derecho a definirse a sí misma y negarle el conocimiento de las palabras que podían explicarle su naturaleza, homosexualidad o lesbianismo.
Puesto que lo que no se nombra no existe, sólo podía sentir que no se adaptaba, que era diferente a las demás…
Conocí antes al personaje que a la autora, la conocí en un lejano tiempo en el que yo no sabía leer y Celia, absolutamente real para mí, me hablaba con la voz de mi madre entrecortada por su risa. Por eso, durante la primera parte de este libro, dedicado a la infancia, el personaje se sentó a mi lado. “Te das cuenta”, me comentaba, “yo fui su venganza y no sólo por ser una niña con una gran capacidad de crítica social igual que ella, sino porque yo era más libre, más feliz, con más capacidades sociales, más guapa. Mi madre no era esa espantosa mujer chantajista que prácticamente la tenía encarcelada, sino un hada. Mi padre no era esa persona vulgar que le dejaba claro que ella tenía que respetar a su madre, aunque él no lo hiciera, sino un intelectual respetuoso con la mujer y cariñoso”.
Pronto se puso a mi lado la autora porque es su pluma, de gran calidad, la que describe lentamente la terrible represión que sufrió para ser adaptada al patriarcado, su rechazo a vestidos y lazos, su incapacidad para entender a las otras niñas, incapacidad agravada por el aislamiento a la que le somete su madre. Y ella crece y crece sin poderse entenderse, sintiendo aversión por lazos y perifollos, sintiendo un asco creciente hacia una sexualidad entre hombre y mujer sólo algo intuida, sintiendo una atracción muy precoz hacia la belleza femenina.
Llegó, envuelta en el sufrimiento que le provocaba esa extrañeza de sí misma, hasta su matrimonio sólo aceptado por huir de la asfixia del ambiente materno y hasta ser madre porque las relaciones heterosexuales no deseadas también hacen bebés.
Esta gran escritora tuvo que llegar a la madurez, con casi veinte años de matrimonio desgraciado y afrontando la pérdida de su hija, para escuchar ciertas palabras como desviada o invertida que, aunque insultantes, tenían la maravillosa capacidad de abrirle la mente a su propia realidad, podía ser que fuera pecadora o enferma, pero era, ¡se podía definir!
A partir de ese momento, una experiencia tan dura y destructiva cambia hacia el camino de la superación y del encuentro de sí misma.
Porque esta novela, por muy dura que sea, es el relato de un éxito. Es el éxito de una mujer capaz de enfrentarse a todos y a todo, de adentrarse en cierta parte social, totalmente alejada de su realidad hasta entonces, donde la homosexualidad no era necesariamente un problema. Una mujer que no deja de empeñarse en conseguir una forma de mantenerse a sí misma, aunque le hubieran asegurado que el gran éxito de una mujer fuera ser mantenida, capaz de perdonarse a sí misma tras la muerte de su hija y separarse de un marido en un tiempo en que eso ni se entendía.
Gracias a esta novela sé que mi querida Elena Fortún, a la que mi madre y yo debemos muchos momentos agradables disfrutados juntas, que inspiró a mis padres mi nombre, que llenó mi imaginación de un montón de aventuras recreadas una y otra vez, era una mujer extraordinaria.
Una mujer que luchó por conocerse, por entenderse en un mundo que le negaba las claves para saber qué es una mujer, lesbiana o no. Una mujer que luchó contra las destructivas normas del patriarcado que niegan la propia personalidad, que considera anormal a quien, sencillamente, no pertenece a la mayoría o no se adaptaba a sus estrictas normas.
Mi querida Elena Fortún nos demuestra que, aunque hasta en la última línea de la última página se le nieguen el amor y la felicidad, ella es una triunfadora, porque lo importante no es el amor y la felicidad, lo importante, seguro, es reconocer y defender la propia dignidad.