Historias de Vida Trans: el recurso de la mentira

Historia de Vida Trans es la serie de textos con lo acercamos la historia de mujeres transexuales que nacieron en una España que las criminalizaba y se hacen mayores es una España que sigue sin querer mirarlas de frente. Primero fue Judith, luego Monse, y hoy, Yaneli.

Por Nayra Marrero (@nayramar)

El DNI acorde al nombre y sexo sentido (y por tanto real) facilita la vida de las personas trans. Parece una verdad compartida, asimilada, que adquiere una dimensión distinta en boca de Yaneli.

Ella, que tiene 52 años, me dice que el DNI es lo que lo cambia todo para la juventud, porque si el DNI dice que eres mujer, lo eres, y además puedes demostrarlo. Ella, sin embargo, siente que se ha pasado la vida buscando recursos para que le permitieran ser ella sin pruebas, maquillando hasta compresas que introducía en unas braguitas para tener excusa para ocultar lo que no quería enseñar. Pero esconder, engañar o simular son recursos que aprendió en sus carnes porque ella es, también, lo que han hecho de ella.

Empecemos por el principio.

Gran Canaria es una isla de contrastes. Nacer en el campo, en el interior del municipio de Gáldar, en 1965, no es lo mismo que hacerlo en la capital ni en el sur turístico, y eso lo aprendió pronto Yaneli, que desde los 5 años recuerda broncas por jugar con niñas, por saltar a la soga, por no ser el hombrecito de la casa. Era todo, cómo gesticulaba, cómo hablaba, cómo caminaba, cómo se relacionaba, lo que contribuía a la humillación familiar, a la vergüenza, a la que su padre puso fin una mañana que se lo llevó a la ciudad y le dijo que esperara allí hasta que volviera. Y no volvió. Tenía 12 años.

Comer sobras y dormir en el interior de una barca de la playa no es vida, pero volver a casa no era una opción. Así que pronto fue convirtiéndose en el “pobre chaval”, “pobre niño”, que entabló amistad con un freganchín de la zona que le sacaba bocadillos y un día le robó un beso. Fue la madre de ese chico quien buscó a su padre para escuchar eso de “yo de esa persona no quiero saber nada”, y quien le enseñó lo que las hormonas podían hacer por ella y lo que podía hacer ella en el mundo de la prostitución.

Así que, feminizada ya, la llevaba al bar donde buscaban clientes, y con la excusa de que era menor, no hacía servicios que supusieran subirse la falda pero se sacaba unas perras con otros saberes. Tampoco se dejaba besar.

Nadie más sabía que era trans. Consiguió un DNI procedente de un bolso ajeno que falseó como pudo y evitó relacionarse con sus iguales. Con 14 años, su suegra la metió a vivir en casa, donde aguantó hasta que se fue a trabajar al sur, que se ganaba más, y se independizó con su novio.  Duró poco: él era el niño de su madre y ella los quería cerca, así que Yaneli buscó una casa grande y mejor y volvió a juntar a la familia.

En el sur las trans no eran bienvenidas así que tenía que ocultar una parte de ella, para lo que valían toda clase de excusas, entre ellas la famosa menstruación sobrevenida que simulaba comprando compresas que maquillaba con pintalabios. Funcionaba, y le daba para sacarse un buen dinero con el que vivir con su novio y darse caprichillos.

Pero sus engaños que ella pergeñaba no eran nada comparados con los que sufría.

Llevaba ya 12 años de relación cuando se enteró que su pareja se iba casar, y no con ella aunque tuviera el ajuar en un armario.

Tal día, a tal hora, en tal iglesia de Telde, le chivaron. Y allí se plantó a verlos llegar, al novio y a esa familia que había creído suya, tan guapos, tan falsos. Cuando el cura da comienzo al oficio es ella la que entra en la iglesia para reclamar la verdad, que ese novio es el suyo. Pero a veces hace falta más para que un cura escuche a una mujer, por ejemplo decirle que ella no lo era del todo, no para él, que ella era transexual. De ahí, al calabazo, pero con la labor cumplida: la boda no se celebró.

Echó a todos del piso cuyo contrato estaba a su nombre y les deseó todo el mal. Aún se relame las heridas desde el orgullo de su venganza porque su novio se casó, pero a puerta cerrada, y el matrimonio duró poco.

Con 18 años tuvo un golpe en sus partes y le dijeron que iba a tener problemas. Yo le decía que no se preocupara que nosotros no íbamos a tener hijos, que lo importante es que estuviera bien, pero quedó estéril, y la otra chica no le perdonó que no la dejara embarazada.

Así que sus ojos vieron cómo a los dos años ese hombre del que seguía enamorada intentaba volver, pero ella ya no quería, no podía. Además tenía otra pareja, el novio que le robó a su cuñada para esa familia sufriera como ella había sufrido.

En su vida hubo otra gran venganza, pero mienten quienes dice que la venganza es dulce porque el dolor no sana, no es tan fácil.

Yaneli y ese novio mentiroso tenían un juego con el listín telefónico que consistía en adivinar ciertos números aleatorios tras leer una parte, un nombre y una dirección. Un día, el nombre que sale marca el silencio porque es idéntico al de su padre. Habían pasado 15 años desde que la echó de casa y nunca pudo volver a ver a su madre porque cuando reunió fuerzas allí no quedaba nadie, y en casa de su abuela paterna tampoco la esperaba nadie, y menos vestida de mujer:

No aparezcas por aquí que das muy mala imagen.

Y de repente tenía un teléfono al que llamar a su pasado, y lo marcó. Contestó una adolescente que ella no sabía que existía y que le pasó el teléfono a su madre, a la madre de las dos, que entre lágrimas aceptó un café de quien decía ser ese hijo que había dado por muerto. Cosas de la vida, vivían a apenas 500 metros, la distancia que separa la calle Fernando Guanarteme de la Plaza del Pilar.

Su madre no quiso creerla: no encontraba a su hijo tras esa chica que había jugueteado con la silicona también en labios y pómulos, pero ahí estaba su historia, sus ojos y su voz, esa que la llamaba en sueños.

Y esa madre, que había puesto a la policía a buscar a un niño que no existía no perdonó a su marido, al que con ayuda de la justicia puso en la calle. Cada vez que alguien de esa familia fallece,  Yaneli y su madre se emborrachan en casa para no pensar en la vida ni en la muerte de quienes las mantuvieron separadas 15 años.

Esa distancia es lo que más le duele aún hoy, lo que cambiaría si pudiera corregir algo, porque aunque recuperó la relación con su familia, y ha sentido el cariño y el reconocimiento de su madre y de sus hermanos, siente que su padre le robó algo que aún le hace sentirse rara pese al tiempo, pese al amor.

Pero además de venganzas, Yaneli sabe de sueños cumplidos, hasta de aquellos que no se permitía tener.

Porque  con su primer novio no habría tenido hijos pero hoy es como si los tuviera. Tres, que nada menos. Al primero lo conoció en una de sus temporadas viviendo en Málaga, a donde iba para desaparecer un tiempo de la isla y hacer dinero, que se ganaba muy bien. Mejor se ganaba en Holanda pero allí estaba sólo unos meses, que los papeles le caducaban, así que le gustaba más Málaga.

Volviendo al chico, la cuestión es fácil de entender. Un día Yaneli decide que está cansada de compartir su vida con hombres a lo que, al final, siempre tiene que mantener. Ella, que ya había vivido mucho, incluso cosas que habría preferido no vivir como ese novio que se volvía loco por las noches porque su madre les había echado una maldición, si dejaba atrás a los hombres, que tanto daño le hacían, disponía de tiempo y dinero para evitar que otros pasaran por lo que ella pasó.

Sobre todo cuando, gracias a una hermana, entra a trabajar en una empresa de limpieza y tiene un trabajo estable y arregla los papeles para que le den una casa y se la dan. Entonces puede dar incluso más que a ese chico extranjero residente en Andalucía con el que habla mucho y al que se trae de vacaciones de vez en cuando.

Así entra en su vida otro chaval, hijo de una conocida, que vivía con un amigo porque no se entendía con la familia. Le ofreció irse con ella, que se ocuparía de su educación y de su bienestar, se ocuparía de que no le faltara de nada. Entonces el crío tenía 15 años, pero poco después se le unió ese mejor amigo, que también necesitaba un sitio a dónde ir. Los dos chavales, que son como hermanos, son para el mundo sus sobrinos, y para ella, como sus hijos. Dos chicos que ahora que su tita está enferma se desviven porque no le falte de nada. Sus niños, la razón para que ella no se quite de en medio y pelee porque le pongan una persona que la atienda, que lo que faltaba era quitarles espacio para estar con sus novias, eso no, que ellos tienen que hacer sus vidas.

Lo que yo no tuve de niña, quiero que ellos lo tengan. Que se queden con todo, que yo arregle ya el testamento, y tengan unos estudios y unas oportunidades que yo no tuve.

Sé que esta historia tiene flecos, que hay cosas que ha elegido no contarme y otras que, una vez contadas, me pide que no escriba. Y yo lo respeto porque no soy nadie para invitarla a contar la verdad, para decirle que no tiene tanta importancia lo que oculta, porque no la tiene en mi mundo, que desde luego no es el suyo. Y Yaneli, sobre todo, no quiere que los chiquillos sufran, que son su mayor orgullo y preocupación, son quienes más la quieren.

Si para evitar dolor hay que tirar un poco del engaño, se hace. Eso mismo recomienda a la juventud trans, que no le digan nada a nadie, que si tienen su DNI cambiado, de lo demás solo tienen que saber ellas y, si acaso, sus parejas. Porque si dices transexual ya no te tratan igual, me dice, no nos engañemos.

Pero Yaneli es auténtica, y así, con la cara lavada y canas, se deja grabar también para decirles:

Historias de Vidas Trans es una propuesta por la visibilidad de las mujeres trans mayores que forma parte del proyecto T-Acompañamos que realiza el Colectivo Gamá, con la subvención de la Consejería de Igualdad y Participación Ciudadana del Cabildo de Gran Canaria.

Puedes encontrar más información en www.infotransexualidadcanarias.org.

 

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