Por Enrique Anarte (@enriqueanarte)

Foto: EFE
La diversidad sexual y de género no era prioridad alguna para una Francia que votaba en otras claves, con otras prioridades. «Los derechos LGTBI y la lucha contra las discriminaciones están lejos de haberse situado en el corazón de la campaña. En los grandes debates televisados no se ha planteado ninguna pregunta sobre la diversidad de las familias y de los modos de procreación», escribían en el diario Libération los periodistas Guillaume Lecaplain y Florian Bardou, al tiempo que recopilaban las propuestas a este respecto de las diferentes candidaturas.
La panorámica era hasta cierto punto desalentadora: de los grandes nombres de la contienda electoral, solo Benoît Hamon, Macron y Jean-Luc Mélenchon daban un hueco a la diversidad de orientaciones sexuales e identidades de género en sus programas. En el otro extremo, Marine Le Pen, erigida en adalid política de La Manif pour tous, prometía la derogación del matrimonio igualitario, aprobado en abril de 2013 bajo la presidencia de François Hollande. En términos de igualdad y diversidad, Mélenchon era el candidato de las personas LGTBI francesas. Sus propuestas en materia de derechos humanos de este grupo dejaban a sus rivales en paños menores, sobre todo en lo relativo a los derechos de las personas trans e intersexuales, pero también respecto a la lucha contra la LGTBIfobia o la prevención del VIH, entre otros asuntos. Pero se quedó por el camino, así como sus algunas de sus promesas que probablemente hubieran tenido un impacto negativo en la vida de este colectivo, como por ejemplo una posible salida de la Unión Europea.
Macron, por su parte, ha llegado al Elíseo con un programa bastante tibio en relación con los derechos LGTBI. Quiere mejorar la formación de los trabajadores de los servicios públicos que combaten el odio contra este colectivo y trabajar contra la discriminación cotidiana, especialmente en el lugar de trabajo, aumentando las operaciones de control aleatorio y de designación pública de las empresas que no hacen suficiente. Se posiciona en contra de la gestación subrogada (debate que no es exclusivo del colectivo LGTBI, pero sí es especialmente fuerte entre sus miembros), si bien apuesta por reconocer la filiación de los niños nacidos por este método reproductivo, algo que Francia sigue rehusando hacer pese a las cinco condenas al respecto que acumula en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Personalmente se muestra a favor de ampliar la reproducción asistida (actualmente disponible para las parejas heterosexuales) a las parejas de lesbianas, pero no defenderá la medida hasta que se pronuncie el Comité Consultativo Nacional de Ética. Hace exactamente igual que Hollande: dejar que un órgano compuesto mayoritariamente por hombres decida por los derechos de estas mujeres. Porque, argumenta, «hay que avanzar de manera pedagógica» y en cualquier caso no defenderá este derecho de la «como un combate identitario».
La asociación Inter-LGBT, que quiso evaluar las propuestas en este sentido de cada candidato, criticó las respuestas vagas y parciales de Macron sobre sus propósitos políticos en relación con la diversidad sexual y de género. Como consecuencia, de una escala del 1 al 5, en la que el 5 era la peor calificación posible en materia de derechos humanos de estas personas, el recién elegido presidente de la República obtuvo un 4. En la batalla por la igualdad, a Macron no se le ve ni se le espera.
Todo apunta, en consecuencia, a que los derechos LGTBI quedarán en un segundo plano en la legislatura que se avecina. Macron no ha prometido lo suficiente como para tener esperanzas en que plante cara frontalmente a la derecha católica que todavía agita las calles del país de la libertad, la igualdad y la fraternidad con sus lemas y pancartas sembrados de odio. Defenderá la victoria del matrimonio igualitario, sí. ¿Pero qué acto de valentía, integridad o compromiso es ese para el aclamado «candidato de Europa»? Macron no buscará el conflicto con aquellos que curiosamente ponen en cuestión los valores europeos, los derechos humanos. Él lo ha dicho: prefiere la pedagogía. Aunque ello suponga la perpetuación de manera indefinida de las situaciones de desigualdad, discriminación y violencia a las que se enfrentan las personas LGTBI. Él es un reformista, un moderado, y se enorgullece de ello. Nosotros, los invertidos, los indeseables, los desviados, sabemos sin embargo que la reforma a veces llega dolorosamente tarde.
Macron ha ganado la presidencia, pero le quedan años complicados por delante, sobre todo si las elecciones legislativas de junio traen una configuración parlamentaria especialmente adversa. Francia ha elegido al establishment neoliberal frente a un fantasma aterrador, pero es de ilusos pensar que los franceses han dado carta blanca al embajador del mismo sistema político y económico que ha cultivado el auge de la xenofobia y la extrema derecha, que ha dejado que se disparen las desigualdades económicas y sociales y que aparenta empezar a quedarse sin soluciones para problemas como el desempleo, la precariedad laboral o la financiación del Estado de bienestar. «Probablemente Emmanuel Macron ataje el desastre a corto plazo, pero el peligro es que no trate de amainar las corrientes de fondo nacionales, regionales y globales que asfixian a los franceses, sino que les imprima mayor fuerza», ha escrito el periodista y autor Ekaitz Cancela.
En consecuencia, el papel del activismo LGTBI, adaptando el lema feminista, está en la resistencia. La despolitización del género y la sexualidad, así como la normalización de la homosexualidad bajo los dogmas del neoliberalismo, han convertido a parte del electorado LGTBI en un vivero de votos para candidatos con apenas ambición de proteger sus derechos humanos, o bien directamente contrarios a la igualdad. Son necesarias alternativas, alianzas y proyectos de futuro que no pasen por la asimilación, la construcción de nuevos nichos de privilegio o por conformarse con la opción menos mala. La historia de nuestro orgullo no es una historia de reformas, sino de revoluciones. Ojalá esté usted dispuesto a escucharla, Monsieur le Président.