¿Qué hace un gay como yo en un sitio como éste?

Por Alex Dorado (@DoradoAlex)

Foto Jeff Knezovich

Lo primero que hice al aterrizar en el Aeropuerto Julios Nyerere de Dar es Salaam, la capital económica de Tanzania, fue pensar: ¿qué hace un marica como yo en un sitio como éste? 

Prácticamente lo segundo que hice fue conectar Grindr.

Para los que no lo sepan, o para los que finjan no saberlo, Grindr es una aplicación de encuentros gais que localiza a homosexuales basándose en la ubicación actual del usuario. Es, dicho rápidamente, un radar gay.

grindr

En Madrid, en Malasaña, el máximo de chicos que permite cargar la aplicación, 100, queda cubierto en un radio de 500 metros a la redonda. Aquí en Dar es Salaam, la aplicación tienen que viajar 314 kilómetros hasta Mombasa, Kenia, el país vecino, para localizar esos 100 chicos: sólo hay 100 gais con la aplicación en 314 kilómetros a la redonda. Norte, sur, este y oeste.

En Madrid, sin foto de cara no contestas y si el chico está lejos (dentro de esos inabarcables 500 metros a la redonda), ni te levantas del sofá. Aquí en Tanzania tienes que cambiar la perspectiva: la mayoría de perfiles no tienen foto y tienes que moverte un poco más para conocer a alguien (un billete de avión a Mombasa son unos 400$).

Al igual que la revista The Economist publica su Índice Big Mac para conocer el valor de las monedas comparando el precio de la hamburguesa en diferentes países, podríamos, sin pretensiones de exactitud, proponer un Índice Grindr. Comparando las distancias necesarias para cargar el máximo de perfiles, podríamos tener una idea de si, en un determinado país, se respetan las libertades sexuales o no.

El hecho de que Grindr necesite recorrer 314 kilómetros para encontrar los 100 maricas que en Madrid localiza en 500 metros, podría hacernos sospechar que Tanzania es un país donde los derechos sexuales de la comunidad LGTBI brillan por su ausencia.

La frivolidad de Grindr puede llegar a tener lecturas muy humanas.

Efectivamente, en Tanzania las libertades sexuales están restringidas por la ley y, efectivamente, en Tanzania la homosexualidad es condenada por la sociedad. Cuando conecto Grindr en Dar es Salaam, obviamente existen más de 100 gais alrededor en un radio de 314 kilómetros, pero esos homosexuales tienen miedo de ser descubiertos, se esconden o  no se reconocen. Aquí los maricas no ponen su foto por miedo a que un pantallazo les arruine literalmente la vida. Un perfil anónimo en Tanzania no tiene el mismo significado que en España.

El Código Penal Tanzano de 1945, enmendado en 1998 para endurecer las condenas, establece penas por mantener prácticas sexuales “contra el orden natural”, junto a la zoofilia, que van desde 30 años hasta la cadena perpetua.

Sólo el intento de mantener relaciones “contra el orden natural” está penado con un mínimo de 20 años en prisión (todo lo que he dicho antes sobre Grindr me lo contó un amigo, señor juez).

El sexo oral, la masturbación o los besos entre hombres te pueden costar 5 años.

El “lesbianismo”, no está contemplado en el Código Penal tanzano, muestra de la invisibilidad derivada del machismo intrínseco más que del reconocimiento de derechos.

En Zanzíbar, que funciona como una suerte de autonomía con legislación propia para algunas materias, el Código Penal de 1934 (enmendado en 2004) recoge penas de hasta 14 años de prisión por practicar sexo anal; 7 años por intentarlo.  El “lesbianismo” sí que está, esta vez, recogido y penado con 5 años de prisión, y los preliminares homosexuales reciben la misma condena que en el resto del país.

Aunque en los último años han sido pocos los casos de condena efectiva a miembros del colectivo LGTBI, la institucionalización de la discriminación les deja en una situación de altísima vulnerabilidad. Según un informe de 2015 de Human Rights Watch, son habituales las detenciones arbitrarias, palizas y torturas a homosexuales, bisexuales y transexuales por parte de la policía. La liberación suele darse a cambio de una mordida.

Como denuncia la asociación local LGBT Voice, esta situación repercute no sólo en la integridad y seguridad del colectivo, sino sobre su acceso a la justicia o a la denuncia policial ante crímenes de odio así como a su salud, ya que el acceso a la atención médica e información sobre enfermedades de transmisión sexual (ETS) queda restringido por miedo al estigma.

En el caso de ETS como el VIH esto resulta especialmente peligroso ya que muchos homosexuales no buscan la información necesaria ni se realizan los análisis, o se tratan por medios “tradicionales”, como la ingesta de ácido de batería para matar al virus. El hecho de que muchos homosexuales tengan relaciones heterosexuales para mantener las apariencias no hace sino expandir la incidencia de estas ETS.

Iniciativas como el proyecto de ley anti-gay, de inspiración ugandesa, impulsado por el diputado Ezekiel Wengue en 2014, y que nunca se llegó a votar, son focos de preocupación. El nuevo gobierno, presidido por el popular John Magufuli, no se ha pronunciado sobre su política LGTBI pero su repliegue hacia “lo tanzano” hace necesario mantenerse alerta.

Aunque es el Estado tanzano el que institucionaliza la discriminación y legisla en contra de los Derechos Humanos de la comunidad LGBTI , no es sino la propia sociedad tanzana la que ejecuta los abusos. Los mensajes de odio emitidos por líderes políticos y religiosos son espoleados por medios de comunicación y recibidos por una sociedad que condena  la homosexualidad, conduciendo a la estigmatización y marginación del colectivo, a agresiones verbales y físicas, torturas, violaciones correctivas, hasta llegar a casos como el del asesinato  del activista Maurice Mjomba en 2012, que fue encontrado estrangulado en su casa con signos de tortura y ensañamiento.

La homofobia reinante en la sociedad, a excepción de una clase alta pro-occidental cada vez más abierta a la homosexualidad, se basa en dos pilares principales: la religión (Tanzania se reparte a tercios entre cristianos, musulmanes y creencias locales, aunque en Zanzíbar prácticamente toda la población es musulmana) y un nacionalismo que apela a las esencias de “lo africano”, “lo tanzano”.

Es común en África Subsahariana, y Tanzania no es una excepción, el considerar la homosexualidad como un vicio occidental, exportado por los europeos a una África pre-colonial que viviría, según el relato, tranquila y libre de maricas y lesbianas hasta que llegamos.

Paradójicamente, es la homofobia la que fue exportada por los poderes coloniales: los homofóbicos Códigos Civiles de Tanzania y Zanzíbar datan de tiempos de dominación británica y el cristianismo empezó a expandirse de la mano de los alemanes a finales del siglo XIX.

Ante esto, planteamientos como el del Primer Ministro británico David Cameron que en 2011 condicionaba la ayuda al desarrollo al respeto a los derechos LGTBI, fueron recibidos en Tanzania como un chantaje y no hacen sino servir de argumento al Gobierno para presentar la homosexualidad como un neocolonialismo cultural impuesto desde el extranjero.

Como diría Julius Nyerere, el padre de la patria tanzana y de la unión con Zanzíbar, “la Democracia no es como una botella de Coca-Cola que puedas importar; la Democracia se debe desarrollar de acuerdo con cada país en particular”. Con los derechos LGTBI sucede lo mismo.

Por eso, la mejor forma (aunque no  la única) de luchar por los Derechos Humanos del colectivo LGTBI en Tanzania quizás sea el hacerlo a través de organizaciones locales como LGBT Voice (puedes informarte, apoyar o donar aquí), que luchan por visibilizar las problemáticas desde el terreno en circunstancias de asfixia económica y técnica y desde la semiclandestinidad y persecución por parte del Gobierno.

Por nuestra parte, es importante que, cuando hagamos uso de “libertades” tan básicas como usar el Grindr en nuestra burbuja LGTBI-friendly, recordemos la situación de los homosexuales fuera de nuestras fronteras. Esa verdad, la verdad que está ahí fuera.

1 comentario · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser Susana

    Muy fuerte lo de Cameron, negociar con el respeto hacia los gustos, las formas de experimentar placer, los deseos y los sentimientos personales de cada uno me parece lamentable, son derechos naturales no condiciones a imponer. Es una cuestión de educación, incluso aunque el Gobierno es admirable la labor de quienes defienden estos derechos arriesgandose a penas de prisión, pero aunque el Gobierno no penarse las relaciones no heterosexuales, el colectivo LGTBI seguiría condenado por la incomprensión de una sociedad que no acepta la diversidad en ningún aspecto , que tiende a la marginación de cualquiera que quiera ejercer sus libertades y a la que se puede manipular demagógicamente acudiendo a «sentimientos nacionalistas»como ‘lo africano’ o ‘lo tanzano’.

    04 marzo 2016 | 18:38

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