Por Nayra Marrero (@nayramar)
Pasa en las mejores familias. O mejor dicho, simplemente pasa. Pasa que tú construyes tu vida en común con una persona a la que quieres, te vas a vivir a su piso -que es desde entonces tu casa-, eliges a su lado el coche en el que os movéis y cuando encuentras ese sofá que quedaría tan genial en tu salón, simplemente lo compras.
Desde las salidas al mercado los sábados por la mañana hasta los viajes transoceánicos, vas viviendo los momentos a pasos, compartiendo las alegrías pero también los llantos, creciendo junto a otra persona, amoldándote y reivindicándote.
Una vida en común, constituyes con tu pareja un matrimonio sin papeles porque entre las cosas que os apetecía vivir no estaba una boda.
Y entonces ocurre, sin querer, sin venir a cuento, lo que jamás pensasteis que pasaría, y lo pierdes para siempre. Tu pareja, esa con la que te imaginabas envejeciendo, no envejecerá. Como tú le sobrevives, es a ti a quien le toca convivir con sus cajones llenos, los recuerdos y los planes sin cumplir.
Toca arreglar papeles, siempre los malditos papeles, y entonces es cuando te das cuenta de que el amor no lo compone todo. Su casa no es tu casa, tal y como lo ve su familia, con la que siempre te has llevado bien. Sus cosas, esa camisa que te gusta robarle, ese ipad que usas más bien tú, o ese teléfono que guarda todos tus mensajes de amor, según ellos no te pertenecen, aunque formen parte de tu vida.
La existencia en común, demostrable por mil fotografías y momentos compartidos con amistades y familiares, de los que pueden testificar quienes viven en el edificio o incluso la casera, no son prueba de que tu pareja quisiera que heredaras tú. No lo pone en ningún papel. Si no tuvisteis hijos, hijas, que hereden todo y tú lo gestiones, su familia será quien decida qué será de tu vida. Si el contrato estaba a su nombre, pueden denunciar que estás de okupa en tu casa, si te quedas con sus cosas, dirán que las has robado, sus cuentas las administrarán con su certificado de defunción y tú te quedarás sin nada que no lleve tu nombre.
Cuando reivindicamos el derecho al matrimonio para alcanzar la igualdad de poder decidir si nos casábamos o no, no pensamos que ahora que todas y todos somos igual de libres, estamos también igual de atados a un papel. Más nos vale ser conscientes.
Es por lógica, sino cualquiera podría pedir y exigir herencias (trucos miles).
Los papeles son una defensa de los intereses de los seres humanos frente a la maldad y trampas de otros seres humanos, nada mas, no veo dónde está el problema, bueno tal vez en que las personas siempre nos tenemos que cuidar de las personas.
11 febrero 2016 | 10:48
En primer lugar, siento mucho que estés pasando por algo tan duro, pero no eres la primera ni serás la última persona a la que le pase. Para algo existe el matrimonio, y no hace falta «vivir una boda»: con ir al juzgado con dos testigos basta. No digo que sea tu caso, por supuesto, pero es muy bonito vivir con tu pareja sin casarte y pedir tú solo la ayuda al alquiler, teniendo en cuenta solo tu renta, o pedir preferencia para meter a tus hijos en X colegio porque eres madre/padre soltero/a, etc. etc. Y luego, cuando las cosas se tuercen, a pedir los derechos de las parejas de derecho, o sea, los matrimonios: que si herencia, pensión de viudedad, usufructos…
Conozco muchas parejas (heterosexuales) en las que uno de los dos (suele ser el hombre) es suficientemente egoísta como para no querer arreglar los papeles «para no atarse», dejando al otro miembro de la pareja (que suele ser la mujer) en una situación precaria cuando llegan los hijos y ella pierde el trabajo por quedarse embarazada, o renuncia a trabajar para cuidarlos. Hay que mirar muy mucho todas las situaciones posibles si uno quiere «ser libre» de ataduras.
11 febrero 2016 | 16:37
Es una situación triste sin duda. Es la cara amarga de la libertad. Uno es libre para firmar papeles o no pero siempre hay que sopesar los contras. Los romanos,esa civilización tan sorprendentemente avanzada, regularon el matrimonio como tantas otras cosas, para que cada uno conociese sus derechos y sus deberes. Es como comprar una casa sin firmar un contrato: los sentimientos pueden ser muy fuertes pero las leyes no regulan sentimientos sino situaciones. Al legislador se la refanfinfla que haya amor en la pareja o que convivas con otra persona por interés, es sólo una cuestión práctica: frente a los demás os habéis constituido en sociedad. Si no firmaste el contrato tienes el problema de la prueba.
12 febrero 2016 | 15:23
El artículo se presenta bastante romántico; sin embargo, la realidad es muy distinta. No hay muchas parejas que lleguen siquiera a cumplir juntas los seis meses. En la sociedad actual, todo es cada vez más pasajero y nada dura para siempre. En el aspecto sentimental, los gais somos mucho más inestables que los heterosexuales, y una aprobación e institucionalización del matrimonio gai traería, también, un sinnúmero de divorcios y otros problemas legales (como la custodia de los niños), siendo los únicos realmente beneficiados con todo esto los abogados y jueces, pues ellos tendrán muchos más clientes.
15 febrero 2016 | 11:24