Por Nayra Marrero, (@nayramar)
Vivimos en un sistema económico injusto marcado por la desigualdad. En esas franjas que se crean y que abren las entrañas de la vida de mucha gente, se cuelan crueldades y fraternidades, se forjan ayudas y abusos, desventuras y superaciones.
Vivimos cada día más lejos del Estado de bienestar que nos prometía un paraguas con el que capear las tormentas, aunque fuera el tramo que nos faltaba hasta llegar al portal. Para quienes tenían a dónde volver, quizá la lluvia no ha empapado demasiado pero en muchos los charcos se han instalado en sus mismos huesos.
El otro día conocí a un chaval polaco recién aterrizado en Madrid. No dominaba el idioma ni eligió la ciudad por su amor a la cultura española: vino porque aquí residía un amigo de la infancia que le guarecería al menos de forma temporal. Estudió música pero en el Londres del que partió las clases que daba sólo le daban para cubrir algún gasto puntual, vivía mantenido por un señor que un día se cansó de tenerlo a su lado.
Vino a Madrid a vivir como su amigo, mantenido no por uno sino por varios señores, mayores o jóvenes, que paguen por tenerlo cerca, como hacía su pareja anterior. Vino a Madrid a sobrevivir, a ser chapero, a ser uno más de la lista de los que no le interesan a nadie.
Aquí no tenemos trabajo, hay cuatro millones y medio de personas en situación de desempleo; tenemos un sistema de protección social “claramente ineficaz”, según un informe de la Comisión Europea, y una miopía supina en lo que se refiere al trabajo sexual.
Este chico vino a Madrid a prostituirse, a ofrecer servicios sexuales por dinero, pero no a vender su cuerpo: eso ya lo había hecho en Londres donde dependía de un tipo que controlaba su vida al completo. Su amigo le decía que jugarse todo a una carta era un peligro, así que ahora prefiere muchas apuestas pequeñas que le permitan decidir sus propias líneas rojas.
Este chico vino a Madrid a buscarse un presente, ya veremos qué le depara el futuro. Sabe que tiene que aprender a moverse por esta ciudad que no le quiere, en el vaivén de su hipocresía y sus moralinas; entre la transparencia de quien no le va a mirar y los ojos de quienes le buscan.
Nadie le obliga a hacer lo que hace, o quizá lo hagamos todos. En este sistema en el que todo se compra y se vende hay quienes creen que el sexo es un producto más y su precio lo marca el mercado. Como en todo, cuantos menos posibilidades de organizarse y menos derechos, más posibilidades de explotación. Hace sólo unos días celebramos el Día de las y los Trabajadores, ese día que conmemora la lucha por los derechos laborales y que nunca se fija en quienes trabajan en ciertas calles, en ciertos pisos, en ciertos locales, ofreciendo placer a cambio de dinero. Fantasmas de todos los tiempos.
Si a alguien le interesa mirar por la mirilla y cuestionarse los lugares comunes, el próximo fin de semana tiene una oportunidad en las Jornadas sobre Derechos Humanos, trabajo sexual y trata que organiza el colectivo Hetaira en Madrid.
Pues vaya joyita que nos ha llegado.
06 mayo 2015 | 10:01
Y cuál es? agricultura o ganadería?
06 mayo 2015 | 11:04
Gran artículo, por sacar a la luz un fenómeno que pasa demasiado desapercibido: el de la prostitución masculina
06 mayo 2015 | 12:49
También hoy en día existe otro tipo de prostitución. La de la gente desesperada que firma contratos de 40-60-80 horas por 200-400-500 euros.
Y es que… «más cornás da el hambre» que dijo un torero hace casi un siglo.
Habría que vernos en la tesitura y ver qué camino seguiríamos. Desde la distancia todos los mihuras se ven muy bien…. en la arena es otra cosa.
06 mayo 2015 | 16:16
Que no se me malinterprete. La gente se agarra a lo que sale o puede. Mucho empresario sin escrúpulo está haciendo su agosto a costa del sudor de miles de sufrida masa trabajadora.
06 mayo 2015 | 16:17