La historia de un embarazo o cómo la espera de un bebé pone a prueba una relación de pareja

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¡Me voy al hospital!

Tengo la canastilla a punto y la maleta con mis camisas de dormir preparada para salir por la puerta hacia el hospital. El momento de la verdad está a punto de llegar. Muy pronto veré la cara de esa personita que se menea en mi interior entre codazos y culazos.

Deseo enormemente conocerla y, a la vez, disfruto de la espera, de este instante irrepetible sin marcha atrás.¡Qué rápido pasa el tiempo! Parece que fue ayer cuando supe que estaba embarazada y, ahora, puedo parir de un momento a otro.

Repaso las clases de preparto. La memoria me hace una mala pasada. ¡Incluso ensayando mentalmente no realizo correctamente las respiraciones! ¡Qué horror! Por un momento me siento como esos alumnos que se quedan en blanco ante la hoja del examen. No, Anna, no. No te agobies. Me dejaré llevar y pasará lo que tenga que pasar. Eso está mejor, me digo a mi misma.

Creo que Q. está más inquieto de lo que aparenta. Dice que está preparado. Asegura que estará a la altura y me confiesa que se llevará su inseparable cámara LOMO en el bolsillo por si acaso.

De hecho, últimamente está algo extraño. Él, que no es un hombre hábil con el bricolaje, está obsesionado por reparar todas aquellas cosillas que siempre están pendientes en casa: colgar aquel cuadro, poner una luz en el techo… No para.

Por un momento se me pasó por la cabeza llevarme el portátil al hospital pero ahora tengo claro que sería un error. Ha sido un placer compartir esta experiencia vital a través de este blog. Espero en breve poder explicaros el final de esta historia, tan personal e íntima para mí y tan universal a la vez ¡Hasta pronto!.

Primera lección

Una de las decisiones que has de tomar cuando estás embarazada es si haces clases de preparto y dónde. Para simplificar, he descubierto que tienes dos posibilidades: ir a tu ambulatorio y apuntarte a los cursos gratuitos que imparten o ir a un centro privado especializado en esta tarea.

La verdad es que se elija la que se elija cabe escuchar para acabar haciendo lo que te plazca.

Mi primera clase de preparto ha sido desconcertante. Me pasaron un video realizado en los países nórdicos protagonizado por unas mamás que nada tienen a ver conmigo ni con el resto de mujeres que había en la sala.

Se veía una mama rubia y sonrosada esquiando por la ladera de una montaña nevada. Llegaba a una casa de madera donde le esperaba un niño -como ella pero en pequeño- y sin perder la sonrisa se levantaba su grueso jersey y le daba el pecho. Hablaban de lo bonito que es amantar a sus hijos a demanda hasta edad avanzada y de las ventajas sociales que tenían como madre.

Vi en las caras de mis compañeras el desasosiego y que, claramente, la clase se dividía en dos grandes grupos. Las que están convencidas de dar el pecho hasta que el niño les pida dinero para irse de fiesta y las que se incomodan pensando en cómo se las arreglarán para ser una buena madre y volver al trabajo.

Y es que, amigos y amigas, estoy convencida de que aquí radica parte de las depresiones pre y post. Resumen de la primera lección: a partir de ahora viviré siempre con la psicosis de la duda de si las decisiones que tome sobre mi bebé serán las correctas. ¡Gloriosa y temida libertad!