La historia de un embarazo o cómo la espera de un bebé pone a prueba una relación de pareja

¡Quiero estar gorda!

Todo el mundo me dice que he engordado poco. Según cómo se mire, el comentario puede entenderse como un piropo. Pero lo bueno del caso es cuando una mujer-madre-pero-ahora-no-embarazada le suelta a otra embarazada una frase del estilo:

-¡Qué poco te has engordado! ¿Y de cuánto me has dicho que estás? Yo estaba de siete meses y ya me había engordado veinte kilos y bla, bla, bla…

En ese justo momento sabes que la frase no era un elogio sino una acusación.

Te miran y te hacen sentir como si fueras una mala mujer, y estuvieras todo el embarazo a dieta preocupada únicamente por tu línea sin pensar ni por un momento que tu hijo tiene que crecer y crecer, y para ello tienes que comer y comer.

Yo les respondo:

-Pues será mi naturaleza. No hago nada especial y el bebé tiene el tamaño que le toca. Pero noto que no me creen.

Las mejores aliadas, en este caso, son las mujeres-madres-pero-ahora-no-embarazadas que también engordaron poco. Y te dicen: ¡Qué bien! Te pasa como a mí.

Mi sufridor señor Q. sabe que hablar de kilos siempre es un tema delicado. Conoce de primera mano las manías que compartimos la mayoría de mujeres – y las mías sobradamente. Él lo tiene claro:

-Si estás embarazada y hay una personita ahí dentro es normal que peses más, ¿no? Y si comes como siempre lo normal es que sólo se engorde el niño y tú no, ¿verdad?

Vivir con un hombre tan sensato hace la vida más fácil y los kilos -muchos o pocos- se llevan mejor.

Sujetadores antirobo

Este fin de de semana Q. y yo entramos en una cadena de tiendas muy conocida para comprar los famosos sujetadores de lactancia. Pensé que solita sería capaz de encontrar los modelos y tallas más apropiados para mí. Pero necesité la paciencia de Q. que a la pregunta: ¿Cuáles te gustan más? Respondió (más para complacerme que otra cosa): Tú misma, todos te sientan bien.

Después de escuchar su respuesta me vi en el espejo del probador como si hubiera robado el sujetador de mi abuela de talla extragrande del tendedero:aquellos con cobertura total -para entendernos, que casi te llegan hasta la clavícula- y una línea de seis corchetes para abrocharse a la espalda.

Una dependienta, muy acostumbrada a atender a primerizas como yo, hizo muy bien su trabajo. Me dijo que me quedaban estupendos, que ahora me los notaba un poco holgados pero que cuando me subiera la leche y llevara los discos absorbentes seguro que los llenaba.

Metí los sujetadores que mejor me quedaban en su caja, pagué un precio desorbitado y salté a la calle.

La lluvia nos sorprendió. Pensé en un comentario que esta misma semana me hizo un buen amigo mío -con la confianza que sólo los amigos muy íntimos se permiten- haciendo referencia al volumen de los pechos de las embarazadas.

Yo, en cambio, pensé en todo mi vestuario de verano y en la imposibilidad de lucir mis camisetas de tirantes con aquellos sujetadores antirobo. Miré a Q. reclamándole que me mintiera, que me dijera que me encuentra tan atractiva como siempre. Pero la telepatía no funcionó y continuamos andando esperando que los nubarrones se disipasen pronto.

Me olvidé de ser padre

La radio es un gran medio de comunicación de verdades. Permite expresarse con un grado de sinceridad mayor que quien se pone a escribir o da la cara por televisión (aunque hay algunos ataques de sinceridad que he visto en la pequeña pantalla que nos los podían haber ahorrado).

Pues bien, ayer me tropecé por casualidad con un programa de radio que planteaba si existe el instinto paternal y/o maternal. Me sorprendió la experiencia que contó una de las oyentes, ahora embarazada de cinco meses.

Resulta que ella y su pareja estaban encantados cuando supieron que esperaban un bebé. Todo marchaba viento en popa hasta hace poco cuando él, de pronto, dejó de hablarle del embarazo y de hacerle preguntas sobre el tema.

El colmo de lo que ella interpreta como una falta grave de atención es que su pareja se presentó el otro día en casa con unos billetes para irse a la otra punta del mundo en agosto, cuando ella tendrá un barrigón considerable.

Ella le dice que cree que no es un momento adecuado y él le responde que contrató el viaje –¡atención!- sin pensar en ello.

¿Puede ser que alguien se olvide de que va a ser padre?

La respuesta de los entendidos invitados al programa fue que ella debía hacer partícipe a su pareja del embarazo, que probablemente su falta de interés se debía a que él se sentía fuera de juego. ¿Juego? ¿De qué juego?, me pregunto yo.

Al otro lado del río

Hoy he descubierto que formo parte de un nuevo clan. De aquel grupo de mujeres que hasta hace poco hablaban en un lenguaje que no entendía.

Tenían conversaciones sobre suelo pélvico y episiotomía, contaban sus meses de embarazo por semanas, hablaban de sus pechos como una fuente de alimentación y se referían a su cuerpo como si fuera muy distinto al mío.

Estoy comprobando que, casi al mismo ritmo que va avanzando el embarazo, una empieza a navegar entre dos aguas. Por un lado, ves en el horizonte a un grupo de amigos que ya son padres, que te abren sus brazos de par en par –y sus armarios para que aproveches ropa y trastos. Sientes que te acompañan en este proceso diciéndote sin decirlo “ahora serás de los míos. Ahora entenderás porqué durante el último año no he venido a ninguna de las cenas de la pandilla…”.

Al otro lado, están las parejas y los amigos/as no comprometidos que parece que se despidan de ti. Te hacen las preguntas más sinceras: ¿Qué sientes? ¿Tienes miedo al parto? Te recuerdan que la próxima Semana Santa no iremos juntos a Londres y te cuentan que este verano aprovecharán la bajada del dólar para volar a Estados Unidos.

Y aquí, entre unos y otros, estamos Q. y yo, decorando la habitación del bebé y confiando –sabia inocencia- que la vida transcurra plácidamente mientras cruzamos, como dice Jorge Drexler, «al otro lado del río».

No me llames mamá

Este post es, de hecho, una carta a Q. No es que no hablemos, pero el valor del negro sobre blanco tiene un poder de convicción mayor que una charla. Además, todo lo que queda escrito puede releerse. Eso siempre es bueno y puede ser de gran ayuda para rebatir un “yo no te dije eso”. Pues aquí va.

Hola Q. Eres mi compañero desde hace mucho tiempo. Un buen día decidimos tener un hijo y aquí estamos, en pleno embarazo. La edad conlleva que cada vez conozca a más parejas con hijos y, la verdad, no todas son un modelo a seguir. Es por ello que me gustaría, ahora que la maternidad/paternidad es aún sólo una ilusión, comentarte algunos temas y situaciones que no quiero vivir.

No quiero que me llamés mamá. Soy una mujer y a tu ojos quiero continuar siéndolo. ¡Mírame cuanto quieras!

No quiero dejar de pasear agarrados de la mano. Sí, ya sé que no iremos solos por la calle. Pero ¿tanto cuesta acordarse de que nosotros ya estábamos antes y que, quizás, seguiremos estando después?

Quiero tener una escapada solitaria, al menos, una vez al año. ¿Seremos malos padres si dejamos a nuestro hijo un par de días para cuidar nuestra intimidad?

¡Ah! Y una cosa muy importante que sé que te baila por la cabeza. O quizás no. ¿Te preocupa pasar a un segundo plano? ¿Que nuestro hijo sea mi principal preocupación? Si es así dímelo. Al fin y al cabo, me he metido en este berenjenal para ganar más; no para perder lo que ya tengo.

Un besazo.

La misma película, distinto final

Las parejas con hijos tienen grandes tentaciones de contar su experiencia a otras parejas a punto de ser padres. Lo bueno del caso es que no es necesario hacer ninguna pregunta: te ven con el bombo, te besuquean, te rozan la panza y te empiezan a contar cómo cambiará tu vida.

Y tú te pones a escuchar pensando –maleducadamente- si durará mucho, porque tus piernas te recuerdan que no debes estar de plantón demasiado tiempo y tienes unos deseos irrefrenables de continuar andando para buscar un lugar donde sentarte. Pero aguantas.

Q. y yo andábamos la semana pasada de paseo y nos encontramos con un conocido que es padre de dos niños. Nos miró a la cara, bajó sus ojos, se posó en mi barriga y rápidamente nos dio un gran abrazo y nos dijo: “¡felicidades!”. Hasta aquí, todo normal.

Lo bueno del caso es que es la primera vez que un padre nos cuentan la misma película pero con distinto final. Nuestro interlocutor nos dice: “tener hijos es lo mejor que me ha pasado. Desde que nació el primero, hace diez años, estoy viviendo la etapa más hermosa de mi vida. Todo el mundo te cuenta que no vas a dormir, que el primer año es muy duro… Pero nada, nada. ¡Compensa tanto!”

Q. y yo le despedimos contagiados de una cierta ilusión y con una batería de preguntas:

¿Creéis que su mujer opinará lo mismo?

¿Por qué la mayoría de visiones pesimistas me las cuentan las madres?

¿Quizás porque son ellas las que se despiertan y se levantan más veces por la noche?

¿Quizás porque les gusta ser las sufridoras?

¿El mito del padre despreocupado en el año 2008 no empieza a ser un tópico?

Chacón y yo

Chacón es la mujer embarazada más famosa del panorama español. Tanto que cada vez que me preguntan “de cuánto estás” y respondo “de siete meses” me dicen “¡mira, como la Chacón!”. Y así es. La ministra de defensa y yo llevamos las mismas cuentas (de gestación, se entiende; las cuentas corrientes, cada una lleva las suyas).

Ayer, mientras fantaseaba imaginándome la cara de mi bebé, empecé a pensar en las semejanzas y diferencias entre esa mujer y yo.

Mientras ella pasa revista a las tropas, viaja al Líbano con un equipo médico por si las moscas y ostenta poder, mi coche me deja tirada en el estacionamiento de la ITV, escribo esta reflexión con una esterilla eléctrica para calmar el dolor de ciática y rezo para que cuando sea madre, en el trabajo me miren con los mismos ojos que ahora, para que pueda encontrar una plaza de guardería decente y para que mi vida laboral y personal avance sin renunciar a mis sueños, mis ilusiones, mis ambiciones.

Una cosa sí tengo en común con Chacón:las dos recibiremos una ayuda de 2.500 euros para pagar los pañales. Y otra, que juega a mi favor: mientras todas las miradas criticonas se posen en su cuerpo para ver cómo se recupera de su embarazo, desde el más absoluto anonimato, yo me podré matar a abdominales para fortalecer mi tripita.

A pesar de no ser amiga de batallas, quizás adapto su famosa frase y, cuando suene el despertador, cada mañana diré a pleno pulmón: “Q., manden firmes”.

Cursi sin remedio

Sabía que afrontar la paternidad te cambia, pero no sabía que la transformación pudiera ser tan radical como la que está somatizando Q. Mi pareja, sin ser moderno, le gusta seguir las últimas tendencias. Siempre que puede acude al Sónar, viste con camisetas poco discretas y detesta los objetos de decoración finolis (léase figuras de porcelana del Lladró, por ejemplo).

Esta semana hemos pintado la habitación de nuestro futuro bebé. Las paredes son de color marfil y para decorarlas hemos puesto una cenefa que repite, a un metro y medio del suelo, una combinación de patitos y mariquitas. Sí, como lo estáis leyendo y podéis ver en la foto.

Pues bien, ayer, al llegar a casa, me encuentré a Q. sentado en el suelo, en medio de la habitación vacía, mirando las paredes, absorto, y sonriendo inocentemente. Le pregunté:

-¿Qué haces aquí?

-¡Me gusta tanto esta habitación! ¡Ha quedado tan bonita! No sé… He llegado a casa, la he visto y me he puesto tonto.

Me senté en el suelo a su lado y le di un beso en la sien. Por un momento no supe quién era más pequeño, si el bebé que se meneaba en mi barriga o ese hombre hecho y derecho, conmovido contemplando los patitos de la pared. Y, ¿sabéis una cosa?, me encanta su cursilería.

Un ratico más

Es una noche cualquiera. Estoy sentada delante del ordenador, la pantalla en blanco. Una patada en mi barriga me sacude. Interpreto que me dice “ponte las pilas. Estoy cansado de estar aquí sentados. Tú sabes que tendríamos que estar en el suelo, encima de la manta, haciendo ejercicios de respiración para cuando decida salir».

Levanto la persiana. Y no veo nada. Noche cerrada. Estoy embarazada por primera vez en mi vida. Otras mujeres lo han estado antes y otras lo estarán después. Pero éste es mi presente. Lo demás no importa. Dicen que es normal tener ganas de ver a tu hijo. Yo aún no; quiero alargar este momento. Siempre me han gustado los viajes.

Si fumase -que no es el caso y tampoco quedaría bien- encendería ahora un cigarrillo, continuaría mirando por la ventana entreabierta y dejaría volar mi mente. Pensaría en mi vida, en lo que dejo atrás, en lo que me espera por delante. Pensaría en las personas muy queridas que no tendrán la oportunidad de conocer a mi hijo. Me entristecería comprobar que una parte de mi mundo no formará parte del suyo.

Pero no me dejo llevar por este ataque de melancolía. Miro mi álbum de fotos familiar y lo abrazo. Cierro la ventana y deseo con todas mis fuerzas que todo continúe igual, por favor, un ratico más.

El apellido de la madre, primero

Nuestro nombre y apellido es lo primero que nos define. Lo segundo, a efectos estrictamente legales, es nuestro número de DNI. En la combinación numérica no podemos elegir, pero la ley sí que nos permite decidir qué apellido pondremos primero a nuestro hijo: el del padre o el de la madre.

Conozco pocas parejas que se planteen esta posibilidad. Lo más habitual es optar por el del padre, porque es lo normal, lo que se ha hecho siempre, lo que esperan los abuelos. Alterar lo previsible es un marrón: has de dar explicaciones que no siempre te apetecen.

En algunos países, las mujeres pierden su apellido al casarse y, en otros, como Argentina, se han planteado modificar el marco legal para que el primer apellido sea obligatoriamente el de la madre.

Muchos (y muchas) creerán que es una pataleta feminista alterar este orden y yo creo que todas, absolutamente todas las decisiones que tomamos arrastrados por el peso de la costumbre, son susceptibles de ser cambiadas.

¿El padre se sentirá menos padre porque su apellido vaya en segunda posición? Por contra, ¿las madres se han sentido infravaloradas durante décadas porque su linaje pesase tan poco en la identidad de su hijo? ¿Realmente, es un gesto de feminismo o quizás responde al hecho de valorar qué apellido es el más bonito, el menos común, el que rima mejor con el nombre, el que está a punto de extinguirse?

(Comentario de foto: me ha encantado esta imagen por la rotundidad masculina del nombre)