Entradas etiquetadas como ‘Sebastián de Covarrubias’
Alfred López 19 de febrero de 2024
La expresión ‘Hablar por boca de ganso’ hace referencia a aquellas personas que hablan utilizando argumentos o explicaciones de otros como si fuesen propias.
Encontramos que en el Siglo de Oro español (siglo XVII) ya fue utilizada ampliamente, entre otros por literatos como Francisco de Quevedo. Además, aparece documentada en el Diccionario de autoridades en 1726.
El origen del modismo es algo discutido, pudiendo encontrar que el etimólogo Sebastián de Covarrubias sugería que, antiguamente, los enseñante (que solían por escribir con plumas de ganso) hacían repetir a los niños a impartían sus enseñanzas la lecciones al pie de la letra y estos repetían lo que el profesor les había enseñado palabra por palabra, siguiendo sus instrucciones como hacen las crías de ganso cuando caminan e imitan a su madre o padre.
El lexicógrafo, José María Iribarren proponía que la expresión hace referencia a aquellos jóvenes que repiten mecánicamente las opiniones de sus preceptores.
Una tercera hipótesis, esta vez del filólogo Julio Cejador, sugiere que, al igual que los gansos repiten sonidos, la gente repite aquello que escucha sin pensar.
En cualquier caso, la expresión revela una crítica a la falta de originalidad al hablar por influencia de otros.
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Alfred López 20 de junio de 2022
Se utiliza la expresión ‘Tener una noche toledana’ (también en la forma ‘Pasar una noche toledana’) para indicar una velada nocturna desapacible que se ha pasado sin poder conciliar el sueño, debido a un acontecimiento negativo que ha ocurrido o por haber tenido algún tipo de problema o preocupación.
Según la mayoría de historiadores, la locución se originó a raíz de un sangriento hecho histórico ocurrido a finales del siglo VIII (año 797), en el que llegó a Toledo un nuevo Gobernador musulmán, Amrus Ben Yusuf, quien organizó una cena a la que invitó a cientos de nobles toledanos (entre 400 y 700, dependiendo la fuente que se consulte), siendo su verdadera intención el acabar con la vida de esos nobles, ordenando a sus hombres cortar las cabezas de los invitados y lanzarlas a un foso (motivo por el que este trágico suceso también ha pasado a la historia como la ‘Jornada del foso de Toledo’).
Cabe destacar que no todos los historiadores se ponen de acuerdo respecto al motivo que llevó a Amrus Ben Yusuf ordenar dicha matanza, encontrando que hay quien indica que fue para someter a la población toledana (que era de diferentes confesiones y culturas) al régimen musulmán del Emirato de Córdoba, de Al-Hákam I. Otros, sin embargo, señalan que detrás de la carnicería había un acto de rencor por parte del nuevo Gobernador para vengar la muerte de su hijo, ejecutado por los toledanos unos años antes.
A pesar de que esta explicación es la que más expertos avalan como origen de la expresión ‘Tener o pasar una noche toledana’, debo señalar que hay quien da otras explicaciones, como fue en el caso del lexicógrafo, Sebastián de Covarrubias, que en su obra ‘Tesoro de la lengua castellana o española’ (1611) explicó: «Noche toledana, la que se pasa de claro en claro, sin dormir, porque los mosquitos persiguen a los forasteros, que no están prevenidos de remedios como los demás»
Por su parte, Gonzalo Correas, en el ‘Vocabulario de refranes y frases proverbiales’ (1627), daba la siguiente explicación para el origen de la locución: «Las mozas toledanas, en la noche de San Juan, permanecían a la escucha de la primera palabra que oían en la calle a partir de las doce, pensando que con el que se nombrase se habían de casar»
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Alfred López 13 de abril de 2022
‘Abéñola’ es un término en desuso que junto a abéñula era el modo en el que antiguamente se hacía referencia a las pestañas. Proviene del latín pinnula, cuyo significado era ‘pluma pequeña, plumita’.
Curiosamente, para el vocablo pestaña (modo habitual de llamar al pelo que tenemos al borde de los párpados) no hay una etimología concreta; el diccionario académico dice que es de origen incierto, mientras que el lexicógrafo Sebastián de Covarrubias (siglos xvi-xvii) indicaba que, posiblemente, procedía del latín pinsere, ‘golpeteo’, y el filólogo Joan Coromines, del vasco piztule, ‘pelo de pestaña’.
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Alfred López 21 de enero de 2022
A través de mi perfil @curiosisimo (en la red social TikTok), me preguntan cuál es el origen de buhardilla y si éste proviene de ‘búho’, tal y como leyó en cierta ocasión.
Conocemos como ‘buhardilla’ a la parte más alta de un edificio (normalmente de una casa) que está situada inmediatamente por debajo del tejado y que algunas personas destinan a lugar donde guardar trastos e incluso como vivienda. Generalmente suele tener una ventana por la que entra la luz del día y que permite salir al tejado, recibiendo esta la misma denominación que el habitáculo (que también es conocido en ocasiones como ‘desván’).
Antiguamente se tenía el convencimiento de que el vocablo provenía de la palabra ‘búho’, debido a la creencia que se tenía de que esta ave rapaz solía colarse por los ventanucos superiores de las casas. Esta hipótesis (descartada desde hace bastante por la mayoría de etimólogos) se popularizó debido a que fue el posible origen propuesto por el lexicógrafo, del siglo XVII, Sebastián de Covarrubias, quien la incorporó en su obra ‘Tesoro de la lengua castellana o española’.
Etimológicamente, el término ‘buhardilla’ es el diminutivo de ‘buharda’, palabra que significa exactamente lo mismo y a su vez esta deriva de ‘bufarda’, la cual hacía referencia a la ventana o agujero que había en lo más alto de las casas y que servía como vía de escape o respiradero del humo (en caso de atasco en la chimenea) e incluso para que entrase el aire para ventilar la estancia.
El vocablo bufarda proviene de ‘bufar’, que significa literalmente ‘soplar’.
En los antiguos diccionarios como el de Autoridades (y todavía se mantiene en algunos actuales) también aparecen recogidos los términos ‘bohardilla’, ‘boardilla’ y ‘boarda’, dándoles el mismo significado que buhardilla.
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Alfred López 22 de noviembre de 2021
Se conoce como ‘ramoneo’ a la acción de ‘ramonear’ y a su vez este término hace referencia al hecho de cortar las puntas de las ramas de los árboles y, también, al acto de pacer (comer) algunos animales las hojas y puntas de las ramas de las plantas o árboles.
Curiosamente, el diccionario académico dice que este vocablo está formado por el nombre propio Ramón unido al sufijo -ear, pero son numerosos los etimólogos que indican que procede de ‘rama’ (cada una de las partes que nacen del tronco o tallo principal de una planta).
Además, en su primera aparición en el Diccionario de Autoridades de 1737, ya se indicaba que provenía de rama (tal y como apuntaba el célebre lexicógrafo Sebastián de Covarrubias en su obra ‘Tesoro de la lengua castellana o española’ publicada en 1611).
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Alfred López 14 de agosto de 2020
A través de la cuenta de este blog en Instagram @yaestaellistoquetodolosabe2 he recibido un mensaje en el que me consultan de dónde surge el término ‘regodearse’.
Se conoce como ‘deleitarse’ al acto de complacerse (maliciosamente o no) en algo deleitándose en ello, también en ser reiterativo en tratar o mencionar un asunto que sabemos que puede afectar a alguien y que nos proporciona satisfacción.
Etimológicamente proviene de la unión del prefijo ‘re’ -utilizado para intensificar o repetir un estado o acción- y el vocablo ‘gaudēre’ -gozar, alegrarse, disfrutar- (ambos provenientes del latín) y que vendría a significar ‘gozar de algo lentamente y con deleite’.
El término ya aparecía recogido en el Diccionario de Autoridades de 1780.
Cabe destacar que circula una etimología errónea alrededor del término ‘regodearse’ que fue lanzada por el célebre lexicógrafo Sebastián de Covarrubias en su obra ‘Tesoro de la lengua castellana o española’ de 1611, en donde indicaba que el vocablo provenía de la unión del prefijo ‘re’ y el vocablo ‘godo’, modo en el que antiguamente también eran llamado de ese modo las personas ricas y a algunos nobles, dándole el significado de ‘vivir como una persona rica’ (vivir como un godo). Pero esta acepción nunca ha aparecido en el diccionario oficial de la Academia, además de haber sido descartada por la inmensa mayoría de etimólogos.
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Alfred López 15 de mayo de 2020
Esta es otra de aquellas expresiones que están prácticamente en desuso (catalogadas como ‘expresiones viejunas’) y que, de tanto en tanto, os traigo a este blog para explicaros su origen.
En esta ocasión os hablaré de ‘Ser como el sastre del campillo’, una expresión que fue bastante usada antiguamente y que se utilizaba para señalar a aquellas personas dadas a entregarse en cuerpo y alma en ayudar a los demás, hacer infinidad de favores y, además, poniendo todo de su parte (incluido el coste económico que eso le podría suponer).
Pero en realidad esta es una locución que ha ido sufriendo diversos cambios a lo largo del tiempo y que, mediante la transmisión oral, se ha ido modificando, pudiendo encontrarnos que es bastante diferente a como se pronunciaba originalmente.
Referida como ‘ser’, ‘eres’ o ‘es’ la expresión ‘como el sastre del campillo’ está extraída de otra más larga que decía: ‘El sastre del campillo, que cosía de balde y ponía el hilo’.
Pero esta tampoco fue su forma inicial, debido a que en originalmente no hacía referencia a ‘campillo’ sino a ‘cantillo’, el cual no es una localidad, sino el modo en el que se denominaba a las encrucijadas o cruces de varios caminos, un lugar en el que varios siglos atrás solían colocarse diferentes profesionales de diversos gremios (herreros, carpinteros, mesoneros e incluso sastres) y que prestaban sus servicios a los viajeros que por allí transitaban.
Incluso, podemos encontrar versiones de la expresión en el que originalmente no se utilizaba el término ‘sastre’ sino ‘alfayate’ de igual significado pero que se utilizó en España durante la presencia musulmana. Por ejemplo, Íñigo López de Mendoza y de la Vega (marqués de Santillana) en el siglo XV incluyó en su obra ‘Refranes que dicen las viejas tras el fuego’ la expresión en la forma: ‘El alfayate del cantillo, hacía la costura de balde y ponía el hilo’.
También podemos encontrar que Sebastián de Covarrubias, en su ‘Tesoro de la lengua castellana o española’ (1611) lo incluyó de las siguientes cuatro maneras: ‘El alfayate de las encrucijadas cosía de balde y ponía el hilo de su casa’, ‘El alfayate del Cantillo hacía la obra de balde y ponía el hilo’, ‘El sastre de Campillo, ponía de su casa el hilo’ e incluso ‘El alfayate de la Adrada que ponía el hilo de su casa’.
Por último, en el ‘Libro de refranes y sentencias de Mosén Pedro Vallés’ (1549) aparece del siguiente modo: ‘El sastre de la encrucijada / que pone / el hilo de su casa’.
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Alfred López 27 de enero de 2020
Es de uso común utilizar el término ‘clavada’ para referirnos al hecho de que en algún establecimiento nos han cobrado más de lo que esperábamos y era justo por alguna consumición o algo que hubiésemos adquirido.
Curiosamente no es un vocablo que haya surgido de ninguna jerga ni es de reciente creación, ya que existe constancia de su utilización durante la Edad Media.
Este término surgió de una picaresca trampa que en aquel periodo realizaban algunos herreros. Dicha argucia consistía en hincar uno de los clavos de la herradura de un caballo de tal manera que le causara cierta molestia al animal. Esto se hacía a los equinos de buena raza que llevaban algunos viajeros. De este modo, unos kilómetros más allá, después de haber partido del lugar de donde había sido herrado el caballo, el viajero se vería obligado a parar y pasar noche en la primera fonda del camino que encontrase. Tras él habría salido un compinche del herrador que se haría el encontradizo, preguntaría por lo que le ocurría al animal y en un intento desinteresado por ayudar, le ofrecería cambiarse los caballos para que pudiese seguir su viaje.
Evidentemente el caballo ofrecido era de mayor edad y no tan bueno como el otro.
Ese acto de clavar un clavo en la pezuña del caballo, malintencionadamente, fue lo que dio origen al vocablo clavada como sinónimo de engaño y así lo ha recogido el diccionario desde su edición de 1895, aunque el lexicógrafo Sebastián de Covarrubias ya escribió sobre ello en su ‘Tesoro de la lengua castellana o española’ de 1611.
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Alfred López 18 de diciembre de 2017
Cuando llega la Navidad muchos son los niños y niñas que se pasean de puerta en puerta por todo su vecindario cantando alegres villancicos en busca de una propina, comúnmente conocida como ‘aguinaldo’.
Este presente (que suele ser en metálico) también se ofrecía hace unas décadas a aquellos trabajadores que ofrecían algún tipo de servicio a la comunidad (carteros, serenos, barrenderos, porteros de fincas…) quienes unos días antes de Navidad se pasaban por las casas entregando una postal de felicitación y a cambio recibían la mencionado aguinaldo.
Con los años incluso algunas empresas han denominado con el término aguinaldo a la paga extra que da a sus trabajadores en Navidad.
El hecho de dar una propina (o aguinaldo) a alguien –ya sea por realizar un trabajo o servicio público a lo largo de todo un año como gratificación puntual- es antiquísimo y podemos encontrar que en la Antigua Roma ya se gratificaba a los súbditos, soldados o personal de servicio en vísperas del Solsticio de Invierno y la celebración de las Saturnales (una de las fiestas paganas más importantes de aquella época).
Donde hay ciertas divergencias es el origen etimológico del término aguinaldo. La mayoría de expertos (incluyendo la RAE) señala que dicho vocablo proviene de la locución latina ‘hoc in anno’, cuyo significado literal es ‘en este año’ y hacía precisamente referencia a la gratificación que se daba al personal de servicio al finalizar la anualidad por los servicios prestados a lo largo de todo aquel año.
La locución ‘hoc in anno’ derivó en el castellano ‘aguilando’ (muchas son las personas que así lo pronuncian) y con los años pasó a la forma aguinaldo.
Otro de los orígenes que se le da al término (y que es defendido por el lexicógrafo, de los siglos XVI y XVII, Sebastián de Covarrubias) son el arábigo ‘Guineldun’ (regalar) de ahí pasó al griego ‘Gininaldo’ (de idéntico significado) y derivando en ‘agimnaldo’ y finalmente aguinaldo. Esta etimología está ampliamente discutida por la mayoría de expertos.
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Alfred López 04 de diciembre de 2017
A través de la página en Facebook de este blog, Marian GF me consulta de dónde proviene la expresión ‘Quien roba a un ladrón, tiene cien años de perdón’.
Este es uno más de las innumerables sentencias que el refranero español ha proporcionado. Se utiliza para disculpar una mala acción, la cual queda justificada al ser comparada con otra mucho más grave, de ahí que se haga la analogía entre ladrones.
No se sabe a ciencia cierta en qué momento se originó la expresión tal y como la conocemos hoy en día, aunque sí que hay constancia de que ésta fue evolucionando y cambiando a lo largo de los siglos.
Por ejemplo, una de las formas en que podemos encontrarlo es la de ‘Quien engaña al engañador cien años de perdón’ que aparece en parte (Quien engaña al engañador…) en la obra del siglo XV ‘Tragicomedia de Calisto y Melibea’ (popularmente conocida como ‘La Celestina’) de Fernando de Rojas. El famoso lexicógrafo español Sebastián de Covarrubias, en su libro sobre etimologías ‘Tesoro de la lengua castellana o español’ (1611) hace mención a esa misma forma de expresión.
Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana (sXV) la utilizó de este modo: ‘Quien burla al burlador cien días gana de perdón’.
A inicios del siglo XVII, en la novela ‘La pícara Justina’ (atribuida a Francisco López de Úbeda) aparece una variante de la expresión en la forma ‘Quien hurta alladró gana cien días de perdón’ que, según un gran número de etimólogos, podría ser el origen de la forma actual.
Actualmente, la manera más común de encontrar o pronunciar la expresión es: ‘El que roba a un ladrón, tiene cien años de perdón’.
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