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¿Por qué cuando nos ponemos nerviosos se nos suele secar la boca?

Una de las sensaciones más desagradables que puedes experimentar cuando tratas de dar una charla ante un auditorio (aparte de quedarte en blanco) es notar que la boca se te va quedando seca, lo cual provoca que cueste cada vez más pronunciar adecuadamente, hasta que recurrimos a un botellín de agua (que debemos tener estratégicamente controlado) y tras dar un sorbo todo vuelve a la normalidad.

¿Por qué cuando nos ponemos nerviosos se nos suele secar la boca?

El hecho de que se nos ocurra es debido al momento de nerviosismo por el que, algunas personas, pasamos en el momento de estar y hablar frente al público (personalmente, por muchos años que lleve dedicándome a la divulgación, en todos los eventos en los que he participado me ha sucedido) y el responsable directo de la sequedad bucal es nuestro cerebro o, mejor dicho, las áreas del mismo (frontales e hipocampo) que se activan en momentos de estrés o ansiedad, lo cual afecta directamente a las glándula salivales y provoca que estas no hagan su correcta función de producir el líquido acuoso (saliva) que permite mantener la boca hidratada (y que ayuda a tragar los alimentos ingeridos a la hora de comer).

Ante un estado de estrés o nerviosismo nuestro cerebro se pone alerta, aunque sin detectar si por lo que estamos pasando realmente es por un momento de peligro o no. Así que pone toda su atención en preparar nuestro organismo para liberarnos de ese instante de angustia y, entre otras cosas, contrae los vasos sanguíneos que riegan las mencionadas glándulas salivales las cuales no expelen saliva hacia nuestra boca.

Curiosamente, el notar que la boca se nos está secando provoca que nuestro grado de nerviosismo vaya en aumento, lo cual empeora la cosa. De ahí que sea conveniente tener bien localizado algún vaso o botellín de agua (o llevarlo en la mano en el momento de dar la charla). Incluso algunos oradores experimentados aconsejan llevar algunos granos de sal en un bolsillo e introducírselos en la boca en el momento en el que se note la sequedad, ya que el cloruro sódico ayuda a que se activen las glándulas salivales.

El ‘síndrome de la boca seca’ también conocido como Xerostomia’, término que procede de los vocablos griegos ‘xeros’ (seco) y ‘stoma’ (boca).

 

 

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El curioso, mitológico y sexual origen del término ‘pánico’

El curioso, mitológico y sexual origen del término ‘pánico’

Conocemos como ‘pánico’ al estado de miedo intenso y el cual, en ocasiones, se convierte en colectivo o contagioso.

Para encontrar su origen etimológico debemos acudir a la Mitología Griega en la que nos encontramos con Pan, Dios de la fertilidad y sexualidad masculina, quien estaba dotado de un insaciable apetito sexual y vigorosidad.

Según relatan las fábulas mitológicas, una de las mayores aficiones del Dios Pan era perseguir a las Ninfas de los bosques con el fin de poseerlas sexualmente. También disfrutaba asustando a todo aquel con el que se cruzaba y había perturbado el sueño de su siesta.

De ahí que surgiera el término ‘pánico’ para referirse al momento de terror intenso. Al castellano llegó a través del latín ‘panicus’ y a éste desde el griego ‘panikós’ (Πανικός) compuesto por ‘Pan’ (nombre del mencionado Dios) y el sufijo ‘iκός’ (relativo a).

Cabe destacar que, a partir de la Edad Media, la imagen de Pan se utilizó en los aquelarres y rituales de brujería, representándolo como un macho cabrío y asociándolo a menudo con el propio diablo.

 

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¿Por qué cuando tenemos miedo nos llevamos las manos al rostro?

Es un simple acto reflejo.

El miedo nos provoca una reacción en la que, sin darnos cuenta, nos llevamos las manos hacia el rostro, procurando tapar los ojos, pero no del todo, porque nuestro instinto curioso nos hace querer saber qué está ocurriendo y/o ver cómo continua aquello que nos ha asustado.

Cuando algo nos da miedo, también solemos llevarnos la mano hacia nuestra boca. Este acto es más por contención que por el propio susto.

Nos tapamos la boca para no gritar e inconscientemente lo hacemos para no asustar con nuestro grito, a la vez, a aquellos que se encuentran cerca de nosotros.

Los psicólogos recomiendan que, ante un acto de terror, gritemos y liberemos la tensión que ello nos puede provocar.

 

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