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El inconveniente de dar de beber alcohol a una persona con síntomas de hipotermia o congelación

El inconveniente de dar de beber alcohol a una persona con síntomas de hipotermia o congelación

Está muy arraigada en nuestra cultura la falsa creencia de que la ingesta de alcohol nos ayuda a entrar en calor, siendo un grave error pensar esto, pues el efecto que tienen las bebidas de alta graduación sobre nuestro organismo es totalmente contraria a lo que pensamos.

Tanto médicos como expertos advierten que nunca, y bajo ningún concepto, se le debe suministrar alcohol a una persona que presenta síntomas de hipotermia o congelación, ya que con ello agravaríamos su situación. Lo mejor y más conveniente para esos casos son las bebidas azucaradas y que no estén excesivamente calientes (preferiblemente tibias).

Posiblemente algún lector esté pensando que él (o ella), cuando ha bebido alguna copita de licor, ha sentido rápidamente como ha entrado en calor y las mejillas o la nariz se le han puesto encarnadas. Esto es debido a que esa ingesta, en un primer momento, tiene un efecto vasodilatador que hace que la sangre que fluye más próxima a nuestros capilares más externos vaya hacia allí. Pero con ello lo que estamos haciendo es que otros órganos vitales de nuestro organismo dejen de percibir esa sangre que nos autoregula la temperatura corporal (somos homeotermos) y descienda su temperatura poniendo en riesgo nuestra salud.

 

 

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El inconveniente de ducharse con agua muy fría cuando hace mucho calor

El inconveniente de ducharse con agua muy fría cuando hace mucho calor

Muchas son las personas que, cuando aprieta el calor, se dan una ducha de agua extremadamente fría con el fin de refrescarse. Pero esta práctica que es tan común en realidad no es nada aconsejable realizarla.

Como ya he explicado en otras ocasiones en el blog, nuestro cuerpo es homeotermo o, lo que es lo mismo, tiene la capacidad de autorregular la temperatura del organismo con el fin de que nuestros órganos internos puedan mantenerse a una temperatura constante de 37 grados; que es la temperatura óptima para funcionar perfectamente: cuando hace frío y baja de esa temperatura se contraen y relajan, rápida y repetidamente, algunos de nuestros músculos (la típica ‘tiritera’) con el fin de entrar en calor o si por el contrario lo que hace es mucha calor provoca la sudoración con intención de refrescar el organismo.

Por tal motivo, al darnos una ducha con el agua excesivamente fría lo que provocamos es que nuestro organismo descienda de golpe la temperatura y que, por si solo, éste intente recuperar los 37 grados a los que debe estar los órganos internos y haga que en cuestión de minutos (después de esa ducha de agua fría) estemos de nuevo sudando: se ha puesto en marcha nuestro regulador interno de temperatura.

El hecho de ponernos de nuevo a sudar provoca que gastemos energía y necesitemos hidratarnos, aprovechando algunas personas para dar un buen trago a una bebida (agua, cerveza, refresco) que está excesivamente helada… otro error, ya que volvemos al mismo punto que la vez anterior (refrescarnos con algo excesivamente frío para, a continuación, volver a sudar).

Por tal motivo, los especialistas recomiendan que en caso de tener mucha calor lo que debemos hacer es ducharnos con agua que esté a una temperatura ambiente, al igual que si bebemos procurar que no esté excesivamente fría (muchos son las culturas en las que se tiene por costumbre beber infusiones muy calientes con el fin de combatir el calor).

También cabe destacar la peligrosidad que hay de introducirse de golpe en el agua (piscina, rio, playa…) tras haber estado largo tiempo expuesto al sol, pues al estar alta la temperatura de nuestro cuerpo y la del agua baja podríamos sufrir un ‘sincope cardiaco’ y si encima estamos recién comidos hay alguna pequeña posibilidad de sufrir un ‘síncope de hidrocución’ (el corte de digestión del que tanto nos avisaban nuestras madres cuando éramos pequeños) aunque, evidentemente, la probabilidad de que esto último nos suceda es infinitamente menor al temor que nos infundían nuestros mayores.

 

 

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Fuente de la imagen: Wikimedia commons

¿Sabías que una manta, en realidad, no calienta?

¿Sabías que una manta, en realidad, no calienta?

El motivo principal por el que una persona tiene frío es porque su organismo pierde calor, un hecho que hace que nos abriguemos con más ropa o nos echemos una manta por encima. Pero abrigándonos lo que en realidad conseguimos es conservar el calor para que así no se escape de nuestro cuerpo.

Como ya os he comentado en otros posts, somos seres homeotermos o, lo que es lo mismo, nuestro organismo se ocupa de regular nuestra temperatura con el fin de que nuestros órganos internos y vitales se mantengan a una temperatura constante de, aproximadamente, 37 grados centígrados.

Si esa temperatura es superior nuestro organismo se refresca a través del sudor que produce. Por el contrario, si hace frío extrae el calor de nuestras extremidades a través de un proceso que se conoce como vasoconstricción (de ahí que lo primero que se nos enfría cuando bajan las temperaturas son las manos y los pies) o bien se pone a tiritar para hacernos entrar en calor.

Pero todo ese proceso para conservar el calor corporal no puede hacerlo nuestro organismo solo, por lo que debemos echar una mano y abrigarnos con alguna pieza más de abrigo o resguardarnos bajo una manta (además de encender algún calefactor o estufa) con ello conseguimos no seguir perdiendo más de ese vital calor corporal.

Pero, al contrario de lo que algunas personas piensan, esa ropa de abrigo o la mencionada manta no nos calientan (a no ser que sea eléctrica, evidentemente), sino que la función de éstas es la de conservar y hacer de aislante para que el calor no se escape y el frío no penetre.

El no dejar que el frío entre proporcionará que, cuando nuestros órganos estén en la temperatura idónea, expulse el exceso de calor que tenga hacia nuestro exterior, dándonos la sensación de haber entrado en calor (algunas veces hasta con un exceso del mismo).

 

 

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Fuente de la imagen: mattiasjohansson (Flickr)

¿Cuál es el origen de la expresión ‘Manos frías, corazón caliente’?

Aunque muchos se empeñen en utilizarlo como un termómetro que mide la intensidad del amor que siente una persona por otra, la verdad es que nada tiene que ver el dicho «manos frías, corazón caliente» (ni su variante, «manos frías, corazón ardiente») con los asuntos sentimentales.

¿Cuál es el origen de la expresión ‘Manos frías, corazón caliente’?

La respuesta al origen del porqué de relacionar la temperatura de manos y corazón está estrechamente relacionada con otra de las entradas de este blog ¿Por qué nos ponemos a tiritar cuando tenemos frío?

Nuestro organismo es homeotermo y, por lo tanto, se va autoregulando para que los órganos vitales de nuestro interior se mantengan a una temperatura constante alrededor de los 37 ºC.

Cuando hace frío exterior y la sangre que circula por nuestras venas lo nota, comienza un proceso que se conoce como vasoconstricción (contraer los vasos sanguíneos, o sea, las venas) que provoca que llegue menos sangre a nuestras extremidades (pies y manos), que son las primeras partes del cuerpo que se nos enfrían cuando bajan las temperaturas.

Gracias a que las manos estén frías, nuestro órgano más vital (el corazón) se puede mantener caliente, todo un fantástico proceso fisiológico que no se sabe cómo se trasladó al campo sentimental.

Fue a raíz de esta regulación homeotérmica de nuestro cuerpo lo que dio pie a que naciese la famosa expresión ‘manos frías, corazón caliente’ que con los años comenzó a ser utilizada como un termómetro sentimental cuando en realidad tenía que ver con  la ciencia y no con el amor.

 

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Fuente de la imagen: Barry.Lenard (Flickr)

¿Por qué el sudor huele tan mal?

Como ya he explicado en algún otro post, el ser humano es homeotermo por lo que continuamente está regulando su temperatura corporal y así mantener los órganos internos en óptimas condiciones. Una de las funciones de nuestro organismo es la de refrescarnos a través de la sudoración cuando tenemos un exceso de calor.

En la dermis tenemos repartidas más de 2,5 millones de glándulas sudoríparas, que se dividen en dos tipos: ecrinas (situadas mayoritariamente en las palmas de las manos, las plantas de los pies y en el frontis de la cara) y apocrinas (localizadas en las axilas, pubis, perineo, ombligo, bajo el pliegue de los pechos o tras las orejas).

Las glándulas sudoríparas son las encargadas de expulsar el agua que le sobra a nuestro cuerpo cuando tiene calor o en momentos de tensión y/o nerviosismo.

El sudor por sí solo no tiene olor alguno, pero es cuando éste entra en contacto con las bacterias que están alojadas en la superficie de nuestra piel y/o vello corporal cuando adquiere ese peculiar y, en la mayoría de ocasiones, desagradable olor. Aquellas zonas por las que están situadas las glándulas apocrinas son las que, por norma general, desprenden peor olor.

Varios son los motivos que hacen que las bacterias, que le dan mal olor al sudor, estén ahí alojadas, siendo la más común la falta de higiene, el consumo de algunos alimentos o medicamentos específicos e incluso de comidas condimentadas con exceso de especias.

La osmidrosis o bromhidrosis es el trastorno que padecen algunas  personas, cuyo olor corporal (por motivos como los anteriormente descritos) al mezclarse con el sudor hace que desprendan un insoportable y maloliente aroma.

 

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