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Vigilando un banco recién pintado durante 40 años [Anécdota]

Vigilando un banco recién pintado durante 40 años [Anécdota]Durante el mandato de Napoleón Bonaparte como Emperador de los franceses, se pintó un banco que se encontraba en los jardines del Palacio de las Tullerías (por aquel entonces residencia imperial). Para evitar que su amada Josefina o alguna de sus damas de compañía pudiesen manchar sus vestidos al sentarse por un descuido ordenó colocar a un soldado de guardia con el propósito de avisar a quien quisiera sentarse de que la pintura todavía estaba fresca.

La anécdota curiosa de esta historia surge cuatro décadas después, cuando la granadina Eugenia de Montijo (por aquel entonces emperatriz del Imperio francés tras haberse casado en 1853 con Napoleón III) se instaló en el Palacio de las Tullerías y paseando un día por sus jardines se percató que había un soldado de guardia frente a un banco.

Tras observar durante varios días seguidos que dicho asiento siempre estaba vigilado por alguno de los soldados del palacio se interesó por el asunto, descubriendo que aquella orden dada por Napoleón I cuarenta años atrás nadie se había ocupado de anularla, por lo que con el transcurrir del tiempo aquel lugar de guardia se había acabado institucionalizando.

Evidentemente, Eugenia de Montijo mandó derogarla y a partir de aquel momento el banco dejó de estar inútilmente vigilado.

 

Lee y disfruta de más anécdotas e historias curiosas como esta en el apartado Anecdotario de este blog

 

Fuente de la imagen: Cuadro ‘El jardín de las Tullerías’ de Maurice Prendergast (1895) Wikimedia commons

 

Portada Vuelve el listo que todo lo sabe

 

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La anécdota del presidente Sagasta y la prensa

La anécdota del presidente Sagasta y la prensaSiendo Presidente del Consejo de Ministros en una de sus últimas etapas (de las siete en las que ostentó el cargo), Práxedes Mateo Sagasta recibía un continuo y feroz ataque desde el periódico “El Imparcial”. No había día que el político riojano no recibiese algún ataque por parte del rotativo.

En cierta ocasión, estando paseando por La Concha en un viaje que realizó a la ciudad de San Sebastián se cruzó con un grupo de periodistas que quisieron en hacerle unas cuantas preguntas. Tras el saludo inicial, uno de ellos le preguntó:

«¿Qué hay de nuevo, señor presidente? »

A lo que Sagasta respondió:

« No sé nada. Todavía no he leído “El Imparcial”»

 

Fuente de la imagen: Wikimedia commons

El mayor deseo para la Navidad del Embajador Británico [Anécdota]

Durante las Navidades de 1948, una emisora radiofónica de Washington DC telefoneó a varios embajadores con la intención de preguntarles cuáles eran sus mayores deseos para aquellas entrañables fechas.

Henri Bonnet, Embajador de Francia en Estados Unidos fue conciso en su respuesta:

«La paz en el mundo»

Por su parte, Alexander Panyushkin, su homólogo soviético respondió de manera tajante:

«Libertad para todos más allá del imperialismo»

Cuando llegó el turno de sir Oliver Franks, Embajador del Reino Unido, éste contestó:

«Son ustedes muy amables. Desearía una caja de frutas confitadas»

 

 

Fuente de consulta: anecdotage

Fuente de la imagen: Boris Chaliapin/Time.com

Media docena de divertidas e ingeniosas anécdotas de Groucho Marx

Si hay un personaje peculiar y que generó un gran número de anécdotas a lo largo de toda su vida, ese es sin lugar a dudas Groucho Marx.

En el post de hoy he realizado una selección de media docena de divertidas e ingeniosas anécdotas protagonizadas por el célebre y polifacético Julius Henry Marx (tal y como se llamaba en realidad) y que además no son de las más conocidas.

 

  • Inspección en la aduana

Tras regresar de un viaje junto a su esposa, Groucho Marx tuvo que rellenar el típico formulario de inspección aduanera. Haciendo gala de su irónico y peculiar humor contestó algunas de las preguntas con respuestas de lo más absurdas, entre las que indicó que su profesión era la de contrabandista.

Eso hizo sospechar a los agentes, por lo que decidieron cachearle y registrar su equipaje. Tal y como acabaron su trabajo de inspección, Groucho se giró hacia su mujer y le preguntó:

«¿Qué has hecho con el opio? ¿Todavía lo llevas encima?»

 

  • El valor de la propiedad

En cierta ocasión Groucho se encontró con un conocido que estaba exultante de felicidad tras haberse comprado una fabulosa propiedad frente al mar. Tras ser preguntado sobre su opinión respecto a la importancia de la adquisición, el actor contestó:

«No creo que valga mucho. Le quitamos el océano y ¿qué tienes?»

 

  • Hijos a porrillos

Durante la etapa en la que compagino su carrera de actor con la de presentador del concurso «You Bet Your Life» (Apueste su vida), Groucho Marx entrevistó a una concursante que había dado a luz 22 hijos.

«Amo mucho a mi marido» explicó la orgullosa madre y feliz esposa.

A lo que Groucho replicó:

«A mí también me gusta mi puro, pero me lo saco de vez en cuando»

 

  • El amable director del banco

Tras recibir una carta del banco, el director de la entidad se despedía con extrema amabilidad y cordialidad, emplazando a Groucho Marx a llamarlo si necesitaba cualquier cosa de él.

Ni corto ni perezoso, el humorista escribió la siguiente carta de respuesta:

«Estimado señor, lo mejor que podría hacer por mí, si es su deseo servirme, es robar un poco de dinero de la cuenta de uno de sus clientes más ricos e ingresarlo a la mía»

 

  • Un jardinero sin precio

Un día, mientras Groucho Marx se encontraba trabajando en su jardín, equipado con un desgastado atuendo de jardinería, una mujer detuvo su Cadillac frente a la casa y trató de convencer  al «jardinero» para que trabajara para ella.

«¿Cuánto le paga la señora de la casa» le preguntó la mujer.

A lo que Groucho respondió:

«Oh, no me paga en dólares. La señora de la casa tan sólo me deja dormir con ella»

 

  • Las visitas del viejo Groucho

Con ochenta años y ya retirado del mundo del espectáculo, Groucho Marx adquirió la costumbre de ir cada día a visitar a su amigo y vecino Sidney Sheldon (célebre escritor y guionista premiado en multitud de ocasiones).

Entre las rutinas del anciano Groucho estaba la de tomar un aperitivo en casa de su amigo, que consistía en una manzana y un trozo de queso.

Ya podía llover, nevar o hacer un sofocante calor, que Groucho estaba allí cada día.

Pero al matrimonio Sheldon le surgió la ocasión de ir a vivir una temporada a Roma, por lo que decidieron alquilar la casa durante su periodo de ausencia. Al cabo de unos días Sidney Sheldon recibió una carta de su inquilino que decía:

«Estimado Sidney, nos encanta la casa, pero hay una cosa extraña, ya que todas las tardes se presenta aquí un viejecito, de entre 85 y 90 años, que llama a nuestra puerta y pide un poco de queso y una manzana. Va demasiado bien vestido para ser un vagabundo. Por favor ¿puede decirnos quién es?»

 

Te puede interesar leer: «Disculpe que no me levante» La leyenda urbana sobre el epitafio de Groucho

 

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Fuentes de consulta: Anecdotage.com / Anecdotas.com.es
Fuente de las imágenes: Wikimedia Commons

Divertidas anécdotas de famosos escritores

Rectificar es de sabios

Bien conocida era la animadversión que sentía Ramón María del Valle-Inclán hacia el polifacético  José de Echegaray, contra el que soltaba, cada vez que podía, más de un improperio en público.

Cierto día, en una de esas acaloradas discusiones que el escritor mantenía  con asiduidad en las tertulias a las que asistía, perdió la paciencia con uno de los contertulios al ver que éste defendía con fervor las obras escritas por el Premio Nobel.

Ni corto ni perezoso, el dramaturgo gallego espetó al hombre un sonado «¡pedazo de bruto!» a lo que el ofendido espetó :

«¡Retire usted esas palabras!»

Valle-Inclán quedó pensativo, se acarició su larga barba y dijo con toda la tranquilidad del mundo:

«De acuerdo, retiro solamente lo de “pedazo”»

 

El médico ni de lejos

Jean-Baptiste Poquelin, más conocido como Molière sentía autentica aversión hacia los médicos, por lo que trataba de no pisar ni una consulta, pero en cierta ocasión cayó enfermo, teniendo una fiebre muy alta, por lo que su esposa, ni corta ni perezosa, hizo llamar a un galeno para que visitase en casa a su marido.

Cuando el doctor se presentó en el domicilio, Molière llamó a su esposa y le dijo:

«Querida, no dejéis que entre; decidle que estoy enfermo y que ya iré yo a visitarle cuando mejoré»

 

Ganarse la vida como uno puede

En 1906, tras ser elegido Armando Palacio Valdés nuevo miembro de la Real Academia Española, apareció en todos los diarios del país la noticia del nombramiento junto a su retrato.

Sin darle mayor importancia de la que tenía, el académico entró en su cafetería habitual con la intención de tomar su desayuno. El camarero que sirvió su mesa se plantó frente al novelista y le preguntó.

«¿Es usted el que ha salido en los papeles de hoy?»

A lo que el escritor respondió afirmativamente.

«¿Y escribe novelas de esas?»

A lo que volvió a dar como respuesta un sí.

«Bueno, pues no se apure, que cada uno se gana la vida como puede»

 

Contando cornudos

El escritor Narciso Sáenz Diez Serra (más conocido como Narciso Serra) paseaba en cierta ocasión con un amigo cuando le preguntó:

«¿Cuántos cornudos te parece que viven en esta calle sin contarte a ti?»

El acompañante indignado contestó:

«¡Cómo sin contarme a mí! Esto es un insulto…»

A lo que el dramaturgo reformuló la pregunta:

«Bueno, no te enfades. Vamos, contándote a ti, ¿cuántos te parece que hay?»

 

 

 

Fuentes y más anécdotas

Fuentes de las imágenes: Wikimedia Commons 12 / enciclopedia.us.es / insulabaranaria

Diez curiosas anécdotas del mundo de la música

Una entrega más de la serie de curiosas anécdotas protagonizadas por diferentes colectivos. Hasta el momento publicado sobre filósofos, matemáticos, pintores , físicos, monarcas,  políticos 1 y 2, escritores 1 y 2 y el mundo militar.

En la entrada de hoy os traigo anécdotas relacionadas con el mundo de la música: compositores, cantantes, directores de orquesta….  Espero que sean de vuestro agrado y tenga la misma acogida que los posts anteriores.

 

Sin canciones apropiadas para prestar

Johannes Brams  tuvo que acceder en cierta ocasión a recibir la visita de una cantante a la que él consideraba bastante mediocre.

La intención de la joven intérprete era que el genial músico le cediera una de sus composiciones para poder adjuntarla en su repertorio.

-En estos momentos ninguna de las que tengo escritas es apropiada para usted, por lo que deberá esperar un poco.

Ante la insistencia de si tendría que esperar mucho tiempo, Brahms contestó:

-No se lo puedo decir, pero las únicas canciones que le prestaría son mis canciones póstumas. Así tendré la seguridad de no oírselas cantar.

 

Aplausos “reales” para Lennon

En 1963, durante un concierto benéfico de The Beatles en el London Palladium y al que acudió la familia Real Británica, John Lennon pidió al público asistente que los acompañaran:

-La gente en el gallinero puede dar palmas, los demás hagan sonar sus joyas.


Fuente de inspiración

Durante una entrevista al célebre compositor estadounidense Cole Porter, el periodista le preguntó sobre qué era lo que más inspiraba al músico o si tenía algún ritual para convocar a las musas. El músico contestó:

-Mi única fuente de inspiración es una llamada telefónica de un productor.

 

Genio y figura hasta la sepultura

El compositor Emilio Arrieta poseía un sentido del humor a prueba de casi cualquier circunstancia, incluida la proximidad de su propia muerte.

Precisamente el día anterior a que sucediera ésta lo pasó tumbado en la cama, charlando despreocupadamente con varios colegas.

Llegó otro de sus amigos en ese momento y cortésmente le preguntó cómo se encontraba, a lo que Arrieta respondió divertido:

-Pues bastante mal, amigo mío. Tan mal me encuentro que, si al amanecer me comunican que he fallecido, no me extrañaría lo más mínimo.

 

Un músico poco virtuoso

Una noche el compositor francés Théodore Dubois había prometido asistir a una audición de un pianista aficionado desprovisto de todo virtuosismo, pero provisto de una considerable fortuna.

Dubois llegó cuando el concierto había empezado y no le permitieron entrar en la sala.

-Pueden dejarme pasar, no haré ruido.

Pero el portero, muy serio, contestó:

-Piense, señor, que si abro la puerta querrán irse los que están dentro.

 

Compositor de copia y pega

Un joven músico fue a visitar al compositor Charles Camille Saint-Saëns para que éste valorase una de sus composiciones. La obra resultó ser una vulgar copia de “El cisne”, escrita por el mismo Saint-Saëns.

Tras finalizar, el muchacho le preguntó:

-¿Cómo la titularía, maestro?

-La oca – replicó él sin inmutarse.

 

Repentino ataque de pánico antes de actuar

Ante su debut en un prestigioso teatro, el joven pianista, de tan solo 20 años, Vladimir Horowitz tuvo un repentino ataque de pánico y se negaba a salir a actuar.

Tras comentar su angustioso estado al gerente del local, éste le dijo que si no pensaba tocar debería salir y dar alguna excusa al público presente.

Horowitz salió a escena, se colocó frente al respetable y se dio cuenta que no podía articular palabra, por lo que prefirió tocar el piano antes que tener que hablar.

Según las críticas fue uno de los mejores conciertos que dio en su vida.

 

Las tres cosas preferidas de Gluck

Christoph Willibald von Gluck, el ilustre compositor de la ópera Orfeo y Eurídice, adoraba el dinero y la buena comida, cosa de la que no se avergonzaba a la hora de contarlo.

En cierta ocasión alguien le preguntó:

—Maestro, ¿qué es lo que preferís en el mundo?

—Tres cosas: el dinero, el vino y la gloria.

— ¿Cómo? Para vos, un músico, ¿la gloria viene después del dinero y del vino? No sois sinceros…

—Pues es bien sencillo… con el dinero compro vino, el vino despierta mi genio y éste me trae la gloria.

 

Una demostración de amistad sincera

En cierta ocasión el  genial compositor  Richard Wagner envió una carta a su buen amigo, el filósofo Friedrich Nietzsche.

En ella y como muestra de amistad le decía:

-Mi querido amigo, está usted en mi corazón, entre mi mujer y mi perro.

 

La reencarnación de Toscanini

Tras un nefasto ensayo, el prestigioso director de orquesta Arturo Toscanini se dirigió a sus músicos y les dijo amenazante:

-¡¡Después de morir me reencarnaré en el portero de un burdel y no dejaré entrar a ninguno de ustedes!!

 

Fuentes y más anécdotas

Diez curiosas anécdotas del mundo militar

Nueva entrega de la serie de curiosas anécdotas protagonizadas por diferentes colectivos. Hasta el momento publicado sobre filósofos, matemáticos, pintores , físicos, monarcas,  políticos 1 y 2 y escritores 1 y 2.

En la entrada de hoy os traigo anécdotas relacionadas con el mundo militar. Espero que sean de vuestro agrado y tenga la misma acogida que los posts anteriores.

 

El General Patton y las trincheras

El General George S. Patton nunca se dejó estremecerse por los bombardeos. Era un militar firme y odiaba a los soldados cobardes, molestándole de manera exagerada que sus hombres al mando se refugiaran y/o pusieran a cubierto, incluso en un fuerte bombardeo.

Cierto día, durante la Segunda Guerra Mundial, se encontró con el Mayor General Terry Allen que estaba al cargo de un campo de batalla plagado de trincheras.

«Allen ¿usted tiene una trinchera también?» pregunto Patton.

«Sí, señor» respondió Allen, señalando «Justo ahí»

Sin mediar palabra alguna, Patton se acercó a la trinchera, bajó sus pantalones y orinó en ella.

 

El toque de queda del Virrey

El Virrey de Perú Ambrosio O’Higgins, de origen irlandés pero al servicio de la Corona española, dispuso de un toque de queda a partir de las 10 de la noche con tal de erradicar los escándalos nocturnos. Todo aquel que circulase por la calle a partir de esa hora tendría que ser arrestado y llevado al calabozo. Para ello se formó cinco guardias con un Capitán al mando de cada una.

Las órdenes del Virrey eran muy claras:

«Quiero que la justicia sea igual para todos. Ténganlo bien presente. Después de las diez de la noche… ¡A la cárcel todo ser viviente!»

La primera noche quiso comprobar la efectividad del servicio y salió a pasear. Se cruzó con cuatro guardias que tras reconocer al Virrey lo dejaban continuar con su paseo pero al toparse con la quinta fue parado y arrestado.

Al día siguiente se le preguntó al Capitán al mando de la guardia que condujo al Virrey hasta el calabozo del porqué no lo dejó marchar como hicieron sus compañeros y él contestó:

«La ley es la ley y yo cumplía órdenes. El Virrey dijo que a la cárcel todo ser viviente que anduviese por la calle a partir de las diez»

Los cuatro capitanes que por respeto no lo habían arrestado quedaron destituidos. La quinta ronda obtuvo un reconocimiento por su meritoria labor.

 

Puros en buena compañía

El conde Gottlieb Graf Von Haeseler, general del ejército prusiano, era un gran fumador de puros olorosos. En cierta ocasión, se encontraba en la sala de espera del tren fumándose uno de sus cigarros puros cuando entró en la habitación otro pasajero.

Molesto por el fuerte olor del tabaco del conde, sacó uno de sus cigarros y se lo ofreció diciéndole:

«No hay nada mejor que fumarse uno de estos en buena compañía»

Von Haeseler lo cogió, se lo guardó en su pitillera y siguió con su puro.

«¿Por qué no lo enciende?» le preguntó extrañado

«Esperaré, como usted bien dice, a encontrarme en buena compañía»

 

La suegra de Foch

El mariscal francés Ferdinand Foch, Comandante en jefe de los ejércitos Aliados durante la Primera Guerra Mundial, visitaba el Gran Cañón del Colorado junto a un coronel norteamericano que actuaba de guía y acompañante.

Se pararon al borde del abismo y, cuando todos esperaban unas palabras memorables, el mariscal respiró hondo y sentenció:

«¡Ah, espléndido lugar para despeñar a la suegra de uno!»

 

Klemens Von Metternich y las bayonetas

Estaba el estadista austriaco, Klemens Von Metternich, debatiendo sobre estratagemas de guerra con Napoleón Bonaparte cuando éste le gritó:

«¡Con bayonetas puede hacerse de todo!»

A lo que Metternich respondió con frialdad:

«Todo señor, menos sentarse encima»

 

Con la autoridad de George Washington

En plena Guerra de la Independencia, George Washington envió a sus oficiales a requisar los caballos de los terratenientes locales. Llegaron a una vieja mansión y cuando salió su anciana dueña le dijeron:

«Señora, venimos a pedirle sus caballos en nombre del Gobierno»

«¿Con qué autoridad?» replicó la mujer

«Con la del General George Washington, comandante en jefe del ejército americano»

La anciana sonrió y zanjó el tema:

«Váyanse y díganle al general Washington que su madre dice que no puede darle sus caballos»

 

Balas como Moscas

La Guerra de los Siete Años fue una serie de conflictos internacionales desarrollados entre 1756 y 1763, para establecer el control sobre Silesia y por la supremacía colonial en América del Norte e India. Tomaron parte por un lado Prusia, Hannover y Gran Bretaña, junto a sus colonias americanas y su aliado Portugal tiempo más tarde; y por otra parte Sajonia, Austria, Francia, Rusia, Suecia y España, esta última a partir de 1761.

Un día, los austriacos lanzaron un terrible ataque que desbarató por completo las filas lideradas por Federico el Grande.

Las balas silbaban con tanta insistencia en torno al rey de Prusia que uno de sus generales, Serbelloni, intentó calmarlo diciéndole:

«Tranquilo señor, ¡solo son moscas!»

Pero el monarca le matizó:

«Sí, pero éstas son de las que pican»

 

Canas por culpa de un susto

En cierta ocasión estaba el rey Alfonso XII departiendo con un grupo de militares cuando se fijo que entre el grupo había un coronel de aspecto juvenil pero que sin embargo tenía todo su cabello de color blanco.

Este le explicó al monarca que el motivo de su prematuro pelo blanco fue a consecuencia de un susto que se llevó  durante la campaña de Joló en Filipinas, donde fue atacado por un caimán mientras cruzaba un rio y, aunque pudo salir ileso, el shock le provocó que se le tiñese el cabello de ese color.

Años después, durante un desfile militar el rey volvió a encontrarse con el joven militar, que esta vez lucia un frondoso cabello de color caoba, a lo que Alfonso XII le preguntó:

«Coronel… ¿le ha vuelto a morder un caimán?»

 

Reparto de condecoraciones sin ton ni son

Se quejaban algunos militares  a Otto Von Bismark de la ligereza con la que se estaba concediendo la condecoración de la ‘Cruz de Hierro’ a cualquier persona, durante la guerra franco-prusiana de 1870. Entre ellos se encontraba un príncipe germano que era uno de los que más protestaban, a lo que el estadista se le acercó y le dijo:

«Excelencia, tendrán que ser condecorados aunque sólo sea por motivos decorativos o de protocolo. Piense que, después de todo, tanto usted como yo ya la tenemos»

 

Los verdaderos motivos de la guerra

Robert Surcouf, corsario francés al servicio de Napoleón I, se encontraba debatiendo con un oficial británico de la Royal Navy sobre el papel de cada país en un conflicto armado.

En un momento de máxima excitación durante la discusión el inglés espetó:

«En el fondo, lo que nos distingue es que nosotros nos batimos por el honor y vosotros por el dinero…»

«Pues sí. Cada uno lucha por lo que le hace falta» contestó el francés.

 

 
Fuentes y más anécdotas

El Anecdotario de Alfred

A través de esta entrada os quiero presentar mi nuevo proyecto, en el que llevo trabajando varias semanas y que está en marcha desde hace un par de días:

«El Anecdotario de Alfred»

Un blog en el que intentaré recoger las anécdotas más curiosas y divertidas de la historia… (o como dice mi buen amigo Edu Casado), será una página donde publicaré «Historietas de la Historia», ya que una de sus características es que serán anécdotas cortas, de pocas líneas y de fácil lectura… ideal para leer de un vistazo y tener un pequeño tema de charla y/o conversación a la hora del café.

Bajo cada «anécdota» no figurará la fuente, sino que éstas estarán recogidas en un apartado específico llamado «Fuentes de consulta» donde encontraréis de donde he ido sacando toda esa información.

Espero que disfrutéis de la nueva página y sea de vuestro agrado.

La curiosa petición de autógrafos a Truman Capote [Anécdota]

En cierta ocasión se encontraba Truman Capote en un restaurante de Nueva York, siendo esa noche una de esas pocas veces en las que estaba lucido y sobrio. Un grupo de mujeres allí presentes reconoció al famoso dramaturgo y se le acercaron con intención de elogiar su obra y pedirle unos autógrafos.

Le ofrecieron cajetillas de cerillas y servilletas de papel para que les firmase ahí, pero el marido de una de las presentes espetó que «era un desperdicio el ofrecer tanta emoción femenina hacia un homosexual«. Acto seguido bajó la cremallera de su pantalón y sacándose el pene lo colocó frente a la cara del escritor, al mismo tiempo que le decía:

«Quizás te gustaría firmar esto»

Capote inspecciono el miembro que colgaba frente a su nariz y cortésmente respondió:

«No sé si puedo firmarlo. Tal vez sólo podré poner las iniciales»

 

Lee y disfruta de más anécdotas e historias curiosas como esta en el apartado Anecdotario de este blog

 

 

Fuente de consulta: Awful Moments de Philip Norman