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¿Cuál es el origen del champán?

Durante mucho tiempo se le estuvo llamando champán (o champagne) a cierto tipo de vino espumoso (tal y como lo describe el Diccionario de la RAE), sin tener en cuenta su lugar de origen. Pero a principios de la década de los años 70, a partir del momento en el que se pusieron en marcha los Consejos de Regulación de Origen, éste nombre quedó sólo para el que se elaboraba en la región de Champagne-Ardenne, en el norte de Francia, obligando a tener que cambiar su denominación al resto de productores de  espumosos del otro lado de las fronteras galas; en este caso en España pasó a ser denominado como cava (siendo el elaborado en Cataluña el más célebre, aunque no el único del país).

¿Cuál es el origen del champán?

El origen del champán proviene de mediados del siglo XVII, cuando hacia 1657 (algún historiador indica que en 1660) un monje benedictino llamado Dom Pierre Pérignon estaba al cargo del cuidado de la bodega en la que fermentaba el vino elaborado en el convento.

Según cuenta la leyenda más extendida, al bueno de Pierre le dio por probar uno de esos caldos cuando todavía estaba en fermentación, notando que algo le explotaba en el paladar (las burbujas) y se apresuró a llamar a sus compañeros para que probasen esa delicia que le hacía estar bebiendo las estrellas. Parece ser que ese fue el momento en el que se descubrió lo que ha llegado hasta nosotros como el método champenoise.

Muchas han sido las empresas que desde entonces se dedicaron a la elaboración de champán, siendo una de las más famosas a nivel internacional la marca que homenajeaba a su descubridor Dom Pérignon, que comenzó a comercializar su preciado producto un 4 de agosto de 1936.

 

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¿Sirve de algo poner una cuchara en una botella de cava para evitar que se escapen las burbujas?

¿Sirve de algo poner una cucharilla en una botella de cava para evitar que se escapen las burbujas?Este es uno más de los muchísimos mitos y costumbres que han llegado hasta nosotros, heredados directamente de generaciones pasadas.

Realmente hoy en día poner una cucharilla del revés dentro de una botella de champán, cava o cualquier vino espumoso, no sirve de nada, pero décadas atrás estaban convencidos de que sí y, aunque fuese de muy poquito, creían que algo hacía. Esta es la explicación del porqué…

Desde el mismo momento en que abrimos una botella el dióxido de carbono que contiene empieza a fugarse, pero hay algo que ayuda a ralentizar que se escapé el gas: el frío. Este es el motivo por el que es aconsejable mantener la botella bien fría en todo momento y suele servirse metida en una cubitera llena de hielo o agua muy fría (y ahí es donde debemos dejarla mientras no se haya consumido del todo). Si dejásemos la botella directamente sobre la mesa se calentaría y las burbujas se escaparían con muchísima más rapidez, pero al estar metida en frío la pérdida de gas es mucho más lenta.

Por eso, cuando no nos hemos terminado la botella y no queremos seguir bebiendo más en ese momento,  es muy aconsejable meter la botella directamente en la nevera, para que el frío haga su función de ralentizar que se escape el gas.

Evidentemente, el mejor remedio para que las burbujas no se escapen muy rápido es poniéndole un tapón hermético, pero no siempre tenemos uno a mano, por este motivo muchas son las personas que al guardar la botella, e incluso teniéndola sobre la mesa o metida en la cubitera, tienen la costumbre de colocar por la boca de la botella una cucharilla de metal del revés (normalmente de postre).

Como explicaba al inicio del post, este truco no es efectivo ni evita que se escapen las burbujas, pero hace muchos años, cuando los métodos de refrigeración no existían como hoy en día y no se tenía a mano una nevera o hielo para mantener fría la botella, estaban convencidos de que era útil hacerlo. Por aquel entonces lo que se hacía era colocar la cuchara (normalmente era de plata) para que el metal de la misma, como buen conductor del calor, extrajera éste del cuello de la botella y ayudase a que se mantuviera un poquito más fría (muy poco, evidentemente), ayudando a que no terminase de escapar todo el gas.

Ese es el motivo por el que hace muchos años se utilizaba este truco que hoy en día de nada sirve ya que en realidad lo que frena la fuga del carbónico es el frío y eso lo tenemos en el hielo o en el interior del frigorífico, tal y como se ha demostrado en múltiples experimentos científicos.

 

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