Sobre el Papel Higiénico y sus origenes

Sobre el Papel Higiénico y sus origenes

Hace un tiempo los amigos de Microsiervos se hacían eco de «El Gran Debate sobre el Papel Higiénico». En la interesante anotación nos planteaban:

¿Debe el papel higiénico enrollarse de la forma (A) o (B)? (…) Hay dos formas de instalar el rollo de papel higiénico sobre el dispensador de papel higiénico. Esto es a menudo causa de encarnecidos debates, y puede llegar a ser una situación problemática en hogares en los que haya puntos de vista enfrentados al respecto, aunque ambas variaciones son generalmente una cuestión de preferencias personales.

Pero para poder plantearse este o cualquier otro debate hay que pensar que el papel higiénico, tal y como lo conocemos actualmente, tiene un origen:

En la antigua Roma (siglos V aC. hasta el V dC.) se practicó el hábito de la limpieza que hoy se asocia con el uso del papel. Una esponja amarrada a un palo y sumergida en un balde de agua salada estaba a disposición en los baños públicos. Los usuarios compartían la herramienta, con la que se «refrescaban». En 1391 emperadores chinos ordenan la fabricación de hojas especiales para el baño, de 0,5 x 0,9 metros de longitud. Los colonos norteamericanos prefirieron las mazorcas de maíz hasta bien entrado el siglo XVIII. Entretanto, en zonas costeras se echaba mano de conchas marinas, y en islas como Hawai la variante local eran las cortezas de coco. En otras zonas rurales encontraban muy útiles los libros y revistas de toda clase. Cuando los periódicos se volvieron cosa común en la sala de la casa, a principios del siglo XVIII, pronto se hizo del baño su «segundo hogar». El almanaque del agricultor venía con agujeros para una rápida acción de «lea y limpie». Los catálogos de grandes almacenes, como Sears, no tenían desperdicio. Sin embargo, el público perdió «interés» en los años treinta, cuando las tiendas comenzaron a editarlos en papel satinado. Aquello, dicen algunas fuentes, fue motivo de queja. Podría decirse que la segunda mitad del siglo marca el inicio de un cambio radical en el papel higiénico. Fue en 1857 cuando el empresario neoyorquino Joseph Gayetti sacó a la venta el que llamó, con todo orgullo, «papel terapéutico Gayetti». Terapéutico, en verdad, dados los antecedentes: se trataba de hojas de papel especiales para el baño, aderezadas con humectante, y en presentación de quinientas por paquete, a 50 centavos de dólar cada uno; toda una fortuna para la época. Gayetti no tenía el menor reparo en pregonar que «papel terapéutico» era hijo de su ingenio. De hecho, su nombre aparecía impreso en cada hoja. Poco parece haber cambiado el papel de baño los siguientes treinta años, hasta que Scott lo «enrolla». Cuando en 1890 la compañía Scott puso en venta el papel higiénico en rollos, le causaba tanta vergüenza aparecer asociada a una cosa como ésa que decidió no poner su nombre en el paquete. En aquel entonces, intermediarios dieron la cara por la avergonzada compañía, y así como el hotel Waldorf de Nueva York aparece como uno de los nombres grandes en el negocio del papel higiénico. En 1932 la depresión obliga a los fabricantes a repensar su estrategia de ventas. La marca Charmin introduce el paquete económico de sólo cuatro rollos. Pero, quizás, el gran reto para la tecnología del papel higiénico fue por largo tiempo el de lograr una fibra más «gentil» al tacto. En este sentido, la introducción del papel de dos capas en 1942 por parte de la empresa St Andrew, en el Reino Unido, fue un avance notable. La importancia del papel de baño para el hombre moderno fue reconocida, de algún modo, en 1944, cuando el gobierno de EE.UU. distinguió a una de las fabricantes, Kimberly-Clark por sus «heroicos esfuerzos» en el suministro del producto a los combatientes durante la II Guerra Mundial.

 

 

Información consultada y extraída de: BBC MundoMicrosiervos
Fuente de la imagen: pixabay

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