El Fútbol Club Barcelona (fundado el 29 de noviembre de 1899) no tuvo su primer estadio en propiedad hasta diez años después, cuando el 14 de marzo de 1909 se trasladó a jugar al campo de la calle Industria (situado en lo que hoy en día es la calle París y por aquel entonces llamada Industria, entre Villarroel, Urgel y Cuello –hoy calle Londres- por encima de la Escola Industrial y el Hospital Clínic). Hasta entonces había estado disputando sus partidos en terrenos de alquiler o cedidos por el ayuntamiento u otras entidades, pero por fin el equipo de Joan Gamper podía jugar en uno propio.
Sus dimensiones eran de 91 m de largo por 52 m de ancho (lo que ocupaba una manzana del ensanche barcelonés) y disponía de una única grada de dos pisos que tenía capacidad para unos seis mil espectadores, por lo que cada vez que había un partido de máximo interés o un derbi con otro equipo de la ciudad se llenaba el campo hasta los topes, habiendo público sentado incluso sobre el muro que lo rodeaba, algo que hacía que sus traseros asomasen a la calle y se originase el mote ‘culés’ (culers –culeros-) por el que hoy en día son conocidos los aficionados del Barça.
El campo no era de nueva construcción, ya que había sido inaugurado en 1901 y pertenecido hasta su desaparición en 1903 al Hispània Athletic Club, otro equipo que surgió en la Ciudad Condal a principios de siglo.
Pero a pesar de ser el más moderno y cómodo de los campos que hasta la fecha habían tenido los aficionados culés y aunque con los años terminaron llamándolo ‘Camp Vell’ al principio utilizaron el nombre con el que sus antecesores lo habían bautizado: ‘la escupidera’ (o en su forma en catalán de l’escopidora).
Muchos eran los espectadores que acudían allí y que mientras disfrutaban del partido iban escupiendo en el suelo debido a que por entonces (y aunque nos parezca una cochinada) a nuestros antepasados les daba por escupir a todas horas y en todos lados. Uno de los motivos era por la costumbre que había de mascar tabaco y escupirlo tras un rato en la boca. Cabe destacar que por aquella época era muy común tener en todos los hogares y en un gran número de comercios y locales una escupidera. Hay quien apunta que el motivo de llamarlo de ese modo era por que a los aficionados el campo les recordaba a una escupidera debido a sus pequeñas dimensiones (pero no por la forma ya que éste era rectangular y los recipientes redondos u ovalados).
En el campo de la calle Industria el F. C. Barcelona disputó sus partidos durante 13 años, hasta el 20 de mayo de 1922, fecha en la que inauguró un nuevo estadio ubicado en la Travessera de les Corts (Camp de Les Corts) y que utilizaría hasta el 24 de septiembre de 1957, en que se estrenó el Camp Nou.
Muchísimas son las personas que esperan que llegue el ‘Black Friday’ (viernes negro) para lanzarse a las calles y acudir a los comercios a realizar compulsivamente sus primeras compras navideñas, en un día en el que pueden encontrar los productos con los mejores descuentos del año y en el que los comerciantes estadounidenses (y ahora ya los de medio planeta) hacen la mejor caja de todo el año.
Esta jornada de rebajas va ligada en sus orígenes al gran desfile que se realiza desde 1924 por las calles de Nueva York en el Día de Acción de Gracias (Thanksgiving) y que está patrocinado por los grandes almacenes Macy’s. Fred Lazarus Jr., creador de las primeras rebajas, fue quien impulsó este día e incluso quien convenció al mismísimo presidente de los Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt para que adelantase una semana en el calendario la celebración de Acción de Gracias y así disponer los comercios de más días de venta de productos y regalos navideños.
En España se ha incorporado relativamente hace poco la costumbre del Black Friday, una práctica que ha sido bien acogida debido a que el periodo de rebajas aquí empieza a partir de Año Nuevo (en algunas comunidades incluso no llegan hasta después del Día de Reyes).
A pesar de que Black Friday se traduce como ‘viernes negro’ cada vez son más los comercios que amplían sus días de descuentos, pudiendo encontrarnos que en algunos lugares ya se inicia el lunes anterior y dura toda la semana. Este día en sus orígenes no recibía ningún nombre específico y son docenas las hipótesis que corretean por la red dando diferentes explicaciones al origen del término ‘Black Friday’. Estas son unas pocas…
También hay quien apunta a que proviene de uno de esos fatídicos días en los que la bolsa estaba bajo mínimos, durante la época de la Gran Depresión, o incluso de una crisis financiera de 1869 en la que el mercado del oro se desplomó.
Otros sin embargo encuentran la explicación a que un día como este, gracias a las numerosísimas ventas que realizan, los comercios dejan de estar en números rojos para tener un saldo positivo y por tanto anotar en los libros de cuentas los resultados con tinta negra.
Pero la mayoría de expertos y fuentes señalan al cuerpo de policía encargado de regular el tráfico en la ciudad de Filadelfia como quienes acuñaron dicho término en 1961. Todo parece indicar que ese día los habitantes de esta ciudad situada al noreste de los Estados Unidos se lanzaron a comprar masivamente provocando un caos absoluto en todas las calles, por lo que los agentes señalaron esa jornada como un ‘día negro’. A partir de ahí, cada año cuando debía acercarse la fecha ya se hablaba del ‘viernes negro’, quedando este término de uso común entre toda la gente. No fue hasta 1975 cuando se popularizaría totalmente al ser utilizado el término ‘Black Friday’ en un artículo publicado en el periódico The New York Times.
Bajo la etiqueta #UnoAlMes, y animado por mi compañera Melisa tuya, inauguro esta nueva sección en el blog en el que la última semana de cada mes publicaré un post con la reseña y recomendación de un libro.
Lo inauguro con el último que he terminado de leer y que además está escrito por un buen amigo (además de ser uno de los mejores y más prolíficos divulgadores que hoy en día tenemos), se trata del libro ‘El elemento del que solo hay un gramo’ de Sergio Parra editado por Guadalmaza.
En realidad el título completo del libro es ‘El elemento del que solo hay un gramo y otras historias sobre FÍSICA, QUÍMICA y SUSTANCIAS ASOMBROSAS’ y es que en él podemos encontrarnos con un buen número de curiosísimas historias que el bueno de Sergio nos va explicando de una manera cercana y, sobre todo, amena y con gran sentido del humor sobre diferentes elementos ya sean escasos o cotidianos, algunos relacionados con la ficción e incluso otros que no podríamos creer que existen.
Yo, como buen curiosón que soy, he pasado unos ratos estupendísimos descubriendo nuevos datos de cosas que ni tan siquiera tenía ni idea de que existían y que muy probablemente me den pie a que más adelante siga buscando más info sobre las mismas y publique algún post.
Y ahora, sin pretender destripar demasiado el contenido del libro de Sergio Parra, os voy a explicar cuál es el elemento del que solo hay un gramo y que da título al libro: el ‘ástato’, un elemento radiactivo que se produce a partir de la degradación de uranio y torio y del que tan sólo existe entre 1 y 30 gramos. El propio Sergio dice que es tan escaso que él mismo propone que al término ‘ástato’ se le dé una nueva acepción para referirnos a algo que es ‘más escaso que escaso’ y como ejemplo nos pone la siguiente comparación: a él le has puesto una porción pequeñísima de pastel, pero la mía es una porción ástata. Cabe destacar que gracias a su radiactividad, el ástato podría ser fundamental para curar el cáncer.
Lee mis otras recomendaciones literarias de la sección #UnoAlMes
Sergio Parra y Alfred López con un ejemplar del libro ‘El elemento del que solo hay un gramo’
El novelista Ferenc Molnár era poco amigo de recibir visitas inesperadas, por lo que cada vez que se presentaba alguien sin avisar, su asistente personal tenía orden de decir la siguiente frase:
«Lo siento, pero el señor Molnár no está en casa. Ha salido hace un momento, pero, si usted corre calle abajo, seguro que podrá alcanzarlo»
Lee y disfruta de más anécdotas e historias curiosas como esta en el apartado Anecdotario de este blog
Son muchas las publicaciones que se comparten en las redes sociales que señalan el hundimiento del Titanic como el origen de la utilización de la señal en morse ‘SOS‘, como indicativo de petición de socorro, pero, aunque sí se utilizaron durante esa tragedia, aquella no fue la primera vez que se hacía.
En 1906, seis años antes de suceder el famoso hundimiento, ya se había aprobado en una conferencia internacional celebrada en Berlín que la señal internacional para reclamar auxilio sería las letras SOS, reemplazando al utilizado hasta entonces: CQD[«Come Quickly, Distress»; vengan rápido, peligro].
La elección de las letras SOS se debió a la facilidad que resultaba comunicarlo a través del código Morse, ya que estas tres letras se retransmitían fácil e intuitivamente: « ··· — — — ···» (S: tres tonos cortos; O: tres tonos largos; S: tres tonos cortos), al contrario de CQD que era difícil de recordar y muy complejo: « — · — · — — · — — · ·» (C: uno largo, uno corto, uno largo y uno corto; Q: dos tonos largos, uno corto y otro largo; D: un tono largo y dos cortos).
El primer uso que se hizo de la petición de auxilio con las siglas SOS fue el 10 de junio de 1909 desde el buque de pasajeros RMS Slavonia el cual encalló y hundió en las inmediaciones de las Azores.
La popularización del hundimiento del Titanic ayudó a difundir estas siglas como llamada de socorro, pero haciendo creer erróneamente que se había originado allí. Muchos son los que creen que SOS es el acrónimo de «Save Our Souls» [salven nuestras almas], pero en realidad esas siglas no quieren decir absolutamente nada, debido a que se escogió simplemente por lo sencillo que era de recordar y retransmitir.
Con motivo de la guerra que Francia había declarado a Austria, el 25 de abril 1792 el alcalde de Estrasburgo, Philippe-Frédéric de Dietrich, organizó en su domicilio una cena a la que acudieron las personalidades más importantes de la región, así como oficiales del ejército galo destinados en aquella zona.
Los presentes sabían de la importancia que tenía el arengar a la tropa y llegaron al acuerdo de que un himno común cantado por los soldados, que tomaran parte en las diferentes batallas que se irían produciendo, ayudaría a levantar la moral de éstos.
El capitán Claude-Joseph Rouget de Lisle, quien además de tener sobrados conocimientos militares, era un virtuoso músico y compositor aficionado, se presentó voluntario para realizar el himno, el cual compuso esa misma noche tras llegar a su domicilio.
Al día siguiente y sin apenas haber dormido volvió a casa del alcalde con la partitura bajo el brazo, interpretando el himno que había compuesto y al que bautizó con el nombre de ‘Canto de Guerra para el Ejército del Rin’. Todos los presentes quedaron entusiasmados con la composición y se decidió hacer varias copias de la partitura para ser enviadas a los destacamentos que debían entrar en batalla en los siguientes días.
En julio de ese mismo año un batallón procedente de Marsella entró en París mientras todos sus miembros iban cantando el himno que tres meses antes había sido compuesto por Rouget de Lisle. Era tal el ímpetu con el que cantaban que llegaron a contagiar la emoción a los ciudadanos parisinos que habían salido a las calles para recibirlos.
Su melodía y letra pegadiza hizo que en poco tiempo la inmensa mayoría de habitantes de la capital francesa estuvieran canturreando y tarareando el himno de los soldados de Marsella, motivo por el que acabó siendo conocida como ‘La Marsellesa’.
En 1795, tres años después, se convertía en el himno oficial de Francia, aunque cabe destacar que hubo un periodo de tiempo (de los muchos y convulsos que se vivieron en Francia) en el que se prohibió, aunque volvió a recuperarse como himno y desde entonces se ha convertido en el más famoso del mundo y, según los expertos, el que mejor describe al pueblo francés y su lucha por las libertades.
El orinal, ya prácticamente en desuso entre los adultos hoy en día, ha venido utilizándose desde la antigüedad, existiendo evidencias sobre su uso por parte de los guerreros de Xian en China y de los egipcios en la XIX dinastía.
A lo largo de los siglos ha ido cambiando de nombre (bacinilla, cuña, perico, dompedro, bacín … ), forma y materiales (cerámica, estaño, hierro, bronce, loza, plástico), llegando a convertirse en ocasiones en una verdadera obra de arte o elemento de ostentación por estar hecho de un material noble como la plata e incluso el oro, como es el caso del perteneciente al emperador Heliogabalo.
En la Roma clásica se fabricaban en bronce y se denominaba matula o matella formando parte del mobiliario. A partir del siglo XVII comenzaron a ser realizados en gres y porcelana.
Durante una época fue costumbre colocar un ojo pintado en el fondo del orinal, con la inscripción «¡Te veo!» o «¡Lo que he de ver!».
Tiene su origen en el vaciado de los orinales hacia la vía pública expresiones como ‘¡agua va!’ o ‘¡aguas!’ cuando en las casas no había un sistema de cañerías y el contenido de los orines era lanzado a la calle; muchas veces sin fijarse si pasaba por allí algún transeúnte. Teóricamente había que hacerlo a unas horas determinadas y avisar de lo que se iba a realizar (con el mencionado grito de ¡agua va!) pero no todo el mundo cumplía con este requisito. En la actualidad esta expresión se utiliza para avisar de que vamos a realizar una acción y así prevenir a los demás de sus posibles consecuencias. Del acto de avisar al lanzar a la calle los orines también se originó el gritar la palabra ‘¡agua!’ para avisar de la presencia de la policía, tal y como os expliqué tiempo atrás en otro post.
En Ciudad Rodrigo, en la provincia de Salamanca, se ubica el Museo del Orinal, que recoge aproximadamente unas 1.320 piezas procedentes de 27 países diferentes, fabricados con todo tipo de materiales como barro, hojalata, madera, cristal, oro o plata. El más antiguo de los ejemplares es un bacín islámico del siglo XIII hecho de barro y adornado con pinceladas de óxido de cobalto. El ejemplar más pequeño tiene el tamaño de un garbanzo y está hecho por un joyero suizo en platino y el más grande, de barro, mide 45 centímetros de altura y es originario de la misma Ciudad Rodrigo.
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El escultor clásico Praxíteles estaba prendado de Friné, su joven y hermosa amante, quien le sirvió de modelo de algunas de sus más insignes obras.
A modo de agradecimiento quiso obsequiar a la muchacha con una de sus esculturas, pero ésta, desconocedora del valor de las mismas, no sabía por cuál decidirse. Para sacar información al escultor sobre su obra más valiosa, y por tanto saber cuál elegir, decidió compincharse con uno de los sirvientes al que pidió que durante la cena gritase que el taller estaba en llamas.
Esa noche, durante la cena, el criado, tal y como había quedado con Friné, dio la voz de alarma a modo de ‘¡Fuego, fuego en el taller!’.
Plaxíteles sobresaltado exclamó sin pensárselo dos veces:
«¡Mi Cupido, que alguien salve mi Cupido!»
Fue entonces cuando Friné confesó que se trataba de una broma y añadió:
«Ahora ya sé qué obra debería escoger: ese Cupido al que tanto hubieras lamentado perder»
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Aunque sea de origen anglosajón, el término KO se ha instalado en nuestro lenguaje coloquial para señalar cuando alguien está agotado o exhausto: ‘Ya no puedo más, la jornada de trabajo me ha dejado KO‘.
Su popularización nos llegó a través del mundo pugilístico donde se utiliza para indicar que un boxeador está tumbado sobre la lona del cuadrilátero y fuera de combate.
El término KO proviene de las iniciales de la expresión en inglés Knock Out y que entre sus múltiples significados puede traducirse como: fuera de combate, eliminar, dejar sin sentido o conocimiento.
Aunque en España se utiliza con frecuencia la forma KO, la expresión Knock Out se ha castellanizado a noquear/noqueado , siendo esta la forma correcta para referirse a alguien que ha sido derrotado rápidamente o queda tumbado y sin sentido debido a un golpe.
Explica Carlos Fisas en su interesantísimo libro ‘Historias de reyes y reinas’ la curiosa anécdota de cuando el rico comerciante Juan Daens concedió un préstamo económico al rey Carlos I de España (y V de Alemania), tras la solicitud de dinero a éste por parte del monarca.
Tras cerrar el trato se decidió celebrar un banquete en la casa que el prestamista tenía en Amberes, por lo que el soberano se trasladó hasta allí, siendo agasajado con todo tipo de manjares.
Al finalizar la opípara comida, Juan Daens hizo llamar a su criado quien se presentó portando una bandeja que contenía varios trozos de madera perfumada la encendió y tras sacar el recibo en el que figuraba el préstamo concedido al rey lo quemó mientras pronunciaba las siguientes palabras:
‘Gran Señor, después de hacerme el honor de comer en mi casa, nada me debéis’
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