San Patricio, el adolescente pijo al que le cambió la vida

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¡Feliz día de san Patricio! Irlanda (y medio mundo) celebran este viernes la fiesta del patrón de la verde isla que nos conecta con el lado más alegre de la tradición de ese país. Y entre música folk, celta y muchas Guinness, me he preguntado ¿cuánto sabemos sobre el personaje en cuestión? Así que he pedido a la escritora Ana B. Nieto (a la que ya conocéis en este blog de cuando nos escribió sobre las sagas celtas) que nos acerque su historia. Ella se ha adentrado literariamente a su figura en la entretenida trilogía que está escribiendo sobre la Irlanda del siglo V, la caída del mundo celta y el nacimiento del cristianismo en la isla, que arrancó con La huella blanca (Ediciones B, 2013), continuó con Los hijos del caballo (Ediciones B, 2015) y que concluirá con Las espaldas de la tierra, que saldrá, previsiblemente, a finales de este año o comienzos del que viene, según me cuenta su autora.

Su acercamiento os resultara interesante y cercano, os lo aseguro. Os dejo con Ana y san Patricio…


San Patricio, el adolescente pijo al que le cambió la vida

Por Ana B. Nieto | Escritora | @LaHuellaBlanca

Imagina que fueras el hijo del alcalde en un pequeño pueblo de España, uno de los que hay cerca de la costa. Que tuvieras dieciséis años y llevaras la vida de cualquier chico de tu edad, uno de familia bien: un buen colegio, los amigos, los domingos al baloncesto, la última tarde de viciada del FIFA y ponerte de nuevo a ese examen de inglés que se te resiste. Y en el móvil repasas el último wassap de esa chica con la que llevas tonteando desde principio de curso, pero que ni para atrás ni para alante, y te preguntas por enésima vez si te has pasado de ansioso o si, por el contrario (no sabes que es peor), te has quedado más corto que el discurso de Oscar de La la land.

Imagina que una noche tus padres tienen un evento a las afueras y tú, que eres hijo único, te quedas con la interna en ese increíble chalet que tenéis en la única urbanización de lujo de la villa. Te metes en la cama con un cómic, el móvil, la tablet… Con todo el pack, ¿para qué elegir cuando un chico como tú puede tenerlo todo? Hasta que caes derrengado. La calle se queda en silencio, apenas iluminada en el asfalto por las manchas anaranjadas de las farolas.

Lo siguiente que escuchas es una patada en la puerta y los ladridos de los perros, además de una alarma chillona que no parece importarle a nadie. No llega la policía ni los vecinos. Nadie va a ayudarte. Los secuestradores te sacan de tu cama, te ponen unos grilletes y te empujan a las entrañas de un barco, rumbo a una isla desconocida, mientras que tú no paras de llorar y de preguntarte qué es lo que está pasando. Qué es lo que has hecho de malo para merecerte algo así. Cómo van a poder vivir tus padres después de un trauma semejante. Y, sobre todo, si sobrevivirás durante las próximas veinticuatro horas.

Una experiencia semejante es la que debió atravesar Succetus Magonus Patricius, al que ahora conocemos como san Patricio, en su Gales natal, durante el período que siguió a la caída del Imperio romano de Occidente (s.V d.C.), con la diferencia de que no existía ningún rescate a la vista. El propio Patricio era el botín, ya que los secuestradores eran piratas irlandeses y en la Irlanda de la época la esclavitud era moneda común.

Patricio fue vendido nada más llegar a las costas de la isla esmeralda y pasó nada más y nada menos que seis años completamente desarraigado, entre gentes que no hablaban su idioma (britónico y latín), no conocían su cultura ni sus costumbres (era britano romanizado) y para los cuales era simple mano de obra. Según sus escritos autobiográficos, se vio obligado a cambiar, de un día para otro, la palestra, los juegos atléticos, el teatro, el mimo, la retórica, la filosofía y el recitado poético por la nada elevada tarea de cuidar cerdos.

En contacto con la naturaleza, completamente aislado en aquel paisaje sin referencias, el propio Patricio nos cuenta en primera persona cómo descubrió su propia espiritualidad y a Dios. En un entorno cultural cambiante como el de la Britania postromana, el joven Patricio se había criado entre los templos de Venus, Juno, Marte y Minerva, al lado de cultos de influencia oriental, como el del dios Mitra o de diosas britanas, ligadas a la tierra, como Sulis, la diosa de Bath. Y, por supuesto, de la religión oficial de Imperio, el cristianismo, cuya adhesión oficial proporcionaba a las élites cuantiosas exenciones de impuestos. El propio abuelo de Patricio era sacerdote y su padre era diácono, además de decurión. Sin embargo, fue necesaria una ruptura total, un acontecimiento traumático y desesperado, para que Patricio lograra conectar con aquella parte de sí mismo que le llamaría a metas mucho más elevadas, trascendentes a su propia vida.

Movido por la inspiración divina, Patricio nos cuenta cómo fue el propio Dios el que le inspiró para fugarse de Irlanda. En una tierra extraña, de la que desconocía por completo las referencias geográficas, Patricio tuvo que apañárselas para recorrer, completamente solo, ocultándose y en constante peligro de muerte (o de ser esclavizado por otros grupos) una distancia de hasta 200 millas romanas, unos 300 km. de distancia a pie. Suponía cruzar la isla de norte a sur, durante varios meses. Un periplo que nos recuerda a la extraordinaria odisea de Solomon Northup, el esclavo negro huido de la película “12 años de esclavitud”. En el caso de Patricio no fueron doce, sino seis.

Los dos escritos autobiográficos de Patricio (La Confesión y La Carta a los soldados de Corótico) son auténticas obras extraordinarias por su antigüedad y rareza. Se trata de la primera vez que nos encontramos con este tipo de historia: la de un esclavo huido que vive para contarlo.

Pero lo más chocante de su experiencia vital, lo que de verdad le encumbra a la leyenda (y a la santidad, más allá de los posibles milagros que se le atribuyeran en siglos posteriores, para apuntalar su retrato hagiográfico y la propaganda de su parroquia en Armagh) es lo que Patricio decide hacer con la rabia, el rencor y la violencia que se derivan de su desgarro biográfico.

Porque lo cierto es que, como todos sabemos, Patricio volvió.

En lo que se nos relata como una llamada incontestable de Dios, Patricio ve la línea del destino, el sentido de su vida: debe volver a Irlanda y compartir la buena nueva con aquellos que solo le habían ofrecido tormento.

Patricio cumple con creces: se forma, abandona a su familia, utiliza su propio patrimonio, pide dinero una y otra vez, se expone a innumerables peligros, se enfrenta a robos, humillaciones, a una posible segunda esclavitud, a las penurias de un viaje interminable. Pero no se rinde. Forma las alianzas necesarias con las élites, se une a otros cristianos y santos irlandeses y su legado culmina con la primera gran iglesia cristiana en la que, hoy en día, es Irlanda del Norte.

En este sentido, Patricio sigue estando vivo como símbolo, no solo del cristianismo, sino de ser humano, en la misma línea en la que lo han sido todos los hombres resistentes y pacifistas, capaces de romper la cadena de la violencia y de transformar un mal en un bien. O, como diría un irlandés católico más contemporáneo, nominado varias veces al Nobel de la Paz, de “transformar la rabia en paz”. Me refiero, por supuesto, a Bono, el cantante de U2, heredero del pacifismo militante del que pudo ser, quizás, su antepasado.

*Las negritas son del bloguero, no de la autora del texto.

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