El siglo XX, Historia y ficción

Fotograma de la última adaptación cinematográfica de ‘El gran Gatsby’ (WARNER BROS)

Cuando hace unas semanas pedí al historiador Álvaro Lozano, autor de XX. Un siglo tempestuoso  (Esfera de los libros, 2016) que nos retara con un trivial sobre el devenir del siglo pasado lo hice porque había disfrutado y aprendido con la lectura de su libro. Sin embargo, había otra característica que me había interesado sobremanera de esa obra: la utilización constante que hacía el autor de la ficción (literaria o cinematográfica) ya fuera como ejemplo o como hilo de los avatares históricos que narraba.

Así que, puestos a pedir, le pregunté si estaría dispuesto a compartir en XX Siglos sus ideas sobre cómo se relacionaban ficción e Historia y cómo había utilizado esas conexiones en su obra. Él aceptó y aquí está el resultado.


Siglo XX, Historia y ficción

Álvaro Lozano | Historiador. Autor de XX. Un siglo tumultuoso.

Cuando la editorial La Esfera de los Libros me propuso escribir una historia del siglo xx, además del temor ante la magnitud del reto, me puse a reflexionar sobre el tipo de obra de historia de la centuria que a mí me hubiera gustado leer. Tuve claro que una historia meramente política, es decir, una simple recopilación de datos en la «era de la Wikipedia» no tenía ya mucho sentido. La historia tiene que ser narrativa, debe ser amena y debe ir más allá de los fríos datos, es necesario detener la narración para insertar la anécdota y la experiencia vital. En ese sentido, quise integrar en la exposición de los principales acontecimientos, la novela y el cine, que resultan esenciales para aproximarse al siglo pasado. Recordé entonces un artículo que leí hace años del historiador John Lukacs que se titulaba: «The Great Gatsby? Yes, a historical novel« en el que analizaba la importancia de esa novela como fuente esencial para conocer el ambiente del Estados Unidos del periodo de entreguerras y en el que señalaba que había llegado incluso a recomendarla a sus estudiantes en detrimento de biografías de personalidades o de historias más tradicionales.

La relación de la novela con la Historia ha sido siempre compleja. La Historia aspira a la verdad que no puede ser más que fragmentaria y el discurso del historiador nunca deja de ser un relato. Los novelistas, por su parte, reconocen plenamente la irrupción de la historia en la construcción de sus ficciones. Un historiador holandés no dudó en afirmar que “todo es cierto, hasta lo que inventé”. Existe, por supuesto, una frontera clara entre los res factae, los hechos históricos y los res fictae, los de ficción y, sin embargo, los intercambios entre literatura e Historia son constantes. Desde una perspectiva histórica, hubo una suerte de guerra de Troya, varias de hecho; sin embargo, la guerra sobre la que escribió Homero, nos fascina porque es también ficción. En el siglo XIX, los novelistas fueron en muchas ocasiones capaces de superar en profundidad a los historiadores. Existe así un continuum entre el arte del novelista y el del historiador, véanse, por ejemplo, Guerra y Paz de Tolstoi, Doctor Zhivago de Pasternak o Vida y Destino de Grossman, por citar tan sólo tres muy conocidas. Lo que narra la novela de Grossman son los intersticios ausentes en muchas obras de Historia, se trata de las vidas de los seres anónimos, «pequeños»: cómo soportaron los horrores del estalinismo y el nazismo, cómo sobrevivieron, dónde encontraron la esperanza, cómo se relacionaron, cuál era su fuerza, por qué, a pesar del infierno que vivieron, amaron, qué veían cuando miraban, cómo sentían su tiempo. Es decir, el misterio de la vida humana más allá de la Historia. En otro ámbito diferente, la obra de Juan Rulfo, El llano en llamas, nos enseña más sobre la revolución mexicana que gran parte de la historiografía.

Cuando hablamos de ficción no se trata sólo de las «novelas históricas»; la novela a diferencia del relato histórico -y de ciertas novelas históricas- encarna la política, la guerra, los cambios económicos y sociales, el acercamiento a la vida en lo doméstico, en lo familiar, en lo colectivo y en lo individual. Al ser preguntado sobre qué pensaba que era la Historia, Paul Valéry respondió: «¡Otra imponente dama, la Historia! Me haces terribles preguntas. Pero contestarte sería decirte: Historia=Literatura«. En una novela inacabada, Friedrich von Hardenberg (Novalis) lanzaba una advertencia a los historiadores: «La acumulación de fechas y datos, a cuyo estudio se lanzan los historiadores, hace olvidar lo que merece ser más conocido, lo que hace que la Historia se vuelva realmente Historia y que liga muchos azares en un todo ameno e instructivo. Me parece que un historiador debe ser también y de forma necesaria un poeta». Mientras que el historiador no puede escapar de la tiranía del documento, el novelista puede jugar con lo verosímil en la ficción, puede llenar de alguna forma las lagunas. El novelista no busca describir la verdad, le basta con dar una imagen clara y emotiva de un periodo, aunque la verdad era también el objetivo de autores como Tolstoi, Pasternak o Solzhenitsyn. Desde que nace la novela rusa en el siglo XIX con Puskhin hasta la actualidad, ésta parece tener por misión contar la verdad, ya sea sobre Rusia o, posteriormente, sobre la Unión Soviética.

En esa línea, por citar algunos de los autores que describo en mi obra, las novelas de Kafka describen magistralmente la impotencia de los individuos ante la sociedad moderna y probablemente fuera el escritor que más claramente expresó el siglo xx. En, El Castillo y El Proceso plasmaba el desamparo del individuo frente al mal, encarnado por una siniestra burocracia. El protagonista se ve atrapado por fuerzas que no le permiten imponer su voluntad demostrando que los individuos pueden verse aterrorizados por las burocracias modernas que les hacen sentirse culpables tan sólo por el hecho de estar vivos. Kafka logró que el lector comprendiese el terror y los sentimientos de desazón y de alienación tan característicos de los totalitarismos que surgirían en Europa en los años 30. La obra de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido era un proyecto narrativo que desgranaba la vida de la clase alta. Obra basada en la idea de Henry Bergson de la persistencia del pasado en el fondo de la memoria subconsciente, era también la certera evocación de un mundo que llegaba al final de trayecto. Aldous Huxley en su obra Un mundo feliz describía una temible sociedad futura en la que tecnología y la genética marcan las clases sociales y en la que el sentimiento ya no tiene cabida, anunciando los totalitarismos. La obra Ulises de James Joyce representaba una visión metafórica de la sordidez de la vida y narraba el transcurrir de un día normal de un vulgar hombre de negocios. Joyce opinaba que la edad de los héroes había llegado al final. La odisea de sus personajes no consiste en enfrentarse al mundo mítico de los griegos, sino a una vida ordinaria. En, La montaña mágica, Thomas Mann reflejaba la transición entre dos épocas y recreaba el crepúsculo de los valores burgueses del siglo xix indagando en las inquietudes sociales y espirituales de su época en el particular marco de un sanatorio de tuberculosos. Hermann Hesse en El lobo estepario retrató la división del protagonista entre su humanidad y su lobuna apariencia, su agresividad y desarraigo, plasmando la crisis espiritual del siglo. En 1928, se publicó, Los conquistadores, que reveló a su autor, André Malraux en el que habría de personificarse el tipo de escritor desdoblado entre hombre de acción y de pensamiento, y cuyos libros serían el resultado de una vivencia personal, línea a la que se adscribirían, entre otros, Hemingway, Saint-Exupery, Koestler. George Orwell en su obra 1984, presentaba un distopía futura en el que una dictadura totalitaria interfería tan brutalmente en la vida privada de los ciudadanos que resultaba imposible escapar a su control. La odisea del ciudadano Smith en un Londres dominado por el Gran Hermano se puede interpretar como una crítica de todas las dictaduras. Rebelión en la granja era una fábula de amarga ironía sobre la URSS de Stalin y la corrupción del idealismo por el poder.

En suma, la ficción puede internarse en lo desconocido, seguir el impacto de la Historia en la vida íntima de las personas y crear un lenguaje para expresar esa vida, algo que no es accesible para el historiador. Antonio Muñoz Molina lo resumió a la perfección: «A los historiadores les bastan sobriamente los hechos. El adicto al pasado quiere llegar más lejos. Quiere rozar la textura del tiempo. Quiere respirar el aire, saber a qué olía el interior de un café cuando se llegaba de la calle empujando la puerta giratoria». En ese sentido, y para acercarse al siglo XX resulta fundamental hacerlo también a través de la ficción y por ello he considerado necesario incluir una lista personal de novelistas en la bibliografía de mi obra. Invito a los lectores de mi obra a descubrirlos y espero que les sea tan de utilidad como lo han sido siempre para mí al estudiar un periodo determinado de la Historia.

*Las negritas son del bloguero, no del autor del texto.

Los comentarios están cerrados.