El ataque contra Fernando el Católico: un atentado que pudo cambiar el rumbo de España y Europa

El atentado contra Fernando el católico recreado en la serie de televisión 'Isabel' (RTVE)

El atentado contra Fernando el católico recreado en la serie de televisión ‘Isabel’ (RTVE)

Luis García Jambrina (Zamora, 1960), tras un buen puñado de buenas historias (entre las que destaco La sombra de otro o El manuscrito de piedra), regresa a nuestras librerías y estanterías con La corte de los engaños (Espasa, 2016). Una novela que nos conducirá, desde el punto de vista de tres mujeres de la época, a visitar un año clave de la historia de la Península Ibérica y el mundo, 1492, y cuya trama gira en torno al atentado que sufrió Fernando de Aragón en Barcelona ese año.

En cuanto me avisó del lanzamiento, pedí a Luis que se acercara a XX Siglos a contarnos más sobre este atentado histórico y la visión que ha querido reflejar en esta novela que él mismo me cuenta que considera su obra «más histórica, compleja, ambiciosa y original».


Un atentado que pudo cambiar el rumbo de España y Europa

Luis García Jambrina, escritor, doctor en Filología Hispánica y profesor de Literatura en la Universidad de Salamanca | @jambrina_

Como es bien sabido, en la Historia quedan aún muchos enigmas por dilucidar, muchos misterios sin resolver. Uno de ellos es el de la verdadera autoría del atentado que sufrió Fernando el Católico en Barcelona a finales de 1492, como culminación de un año en el que, para bien y para mal, sucedieron muchas cosas importantes; empezando por la toma de Granada, continuando por el edicto de expulsión de los judíos y terminando por la realización del proyecto de Colón de viajar a Oriente por Occidente. Tal vez sea esta precisamente la razón de que se trate de un acontecimiento no demasiado conocido por los que no son especialistas en Historia o aficionados a la misma, pero lo cierto es que, de haber triunfado, tal atentado habría cambiado el rumbo de España y de Europa.

portada_la-corte-de-los-enganos_luis-garcia-jambrina_201606201134El hecho tuvo lugar el 7 de diciembre de ese año tan horrible y maravilloso, según quien lo contemple, cuando Fernando de Aragón salía del salón del Tinell, en el palacio real mayor de Barcelona, después de pasar la mañana impartiendo justicia. El rey pidió en la puerta que le prepararon el caballo, y, en ese momento, salió alguien de la capilla de Santa Águeda y se acercó al monarca por la espalda, al tiempo que sacaba algo de debajo de la capa. Se trataba de una espada corta y ancha. El desconocido alzó, entonces, el arma y la blandió con firmeza en el preciso instante en el que el rey empezaba a descender las escaleras. Gracias a esto y a que al agresor debió de temblarle un poco el brazo, el golpe le rozó la sien y la oreja y fue a dar en el hombro izquierdo, justo donde se une al cuello, en lugar de ir a parar directamente a este. El impacto fue amortiguado, además, por una cadena de gruesos eslabones que el rey llevaba puesta, el célebre collar de la orden del Toisón de Oro. Así y todo, el criminal consiguió asestarle un gran tajo oblicuo que le causó una herida enorme y profunda, a juzgar por la sangre que de ella salía.

Tras el ataque, su alteza se echó la mano al cuello y comenzó a exclamar: “¡Traición, traición! ¡Oh, Santa María! ¡Váleme, Señora!” Después se produjo un enorme revuelo. El agresor intentó un segundo golpe, pero los criados más cercanos al monarca se abalanzaron sobre él y consiguieron reducirlo y apuñalarlo varias veces. Y allí mismo lo habrían rematado si el rey no los hubiera contenido, pues quería que lo interrogaran. Si la trayectoria del golpe no se hubiera desviado, a buen seguro el rey habría muerto. Un poco más a la derecha, y el tajo le habría cortado la cabeza, en lugar de romperle la clavícula. Después de retirar la parte del hueso astillado y lavar bien la herida, se la suturaron con siete puntos, y, al cabo de un rato, el rey comenzó a sentirse mejor.

En el palacio, los cortesanos castellanos pensaron que se trataba de una conspiración de los catalanes, y estos, por su lado, le echaban la culpa a los castellanos y a los navarros. Era tal la sensación de desorden y desconcierto que parecía que en cualquier momento podría desatarse una guerra; de hecho, el Consejo Real había ordenado que prepararan las galeras del rey en el puerto, por si este, la reina y sus hijos tenían que ponerse a salvo y salir a toda prisa de la ciudad. En la calle todo eran rumores confusos; unos decían que habían sido los franceses; otros, que los moros o algún judío oculto o un falso converso. Los campesinos, por su parte, señalaban con el dedo acusador a los nobles, y estos a los payeses de remença.

Desde primera hora de la tarde, comenzaron a hacerse numerosas procesiones y rogativas en torno a la catedral y a la iglesia de Santa María del Mar. Una de ellas llegó hasta la misma plaza del Rey, donde se detuvo para rezar por el pronto restablecimiento del monarca, que, tras una noche de fiebre y agonía, salió del peligro de muerte. No obstante, aún tuvo que sufrir varias recaídas en las que parecía que iba a expirar y algunas otras vicisitudes, hasta que logró recuperarse y volver a sus tareas de gobierno en cosa de unas semanas, con más ganas y energía que nunca, pues había sobrevivido a un gran peligro, gracias, según él, a la intervención de la Virgen.

En cuanto al frustrado regicida, resultó ser un payés de sesenta años llamado Joan de Canyamars, natural de esta localidad, situada en la actual comarca del Maresme (Barcelona). Durante el tormento al que fue sometido para averiguar la verdad, el reo confesó, entre otras cosas, que se lo había ordenado el Espíritu Santo y que este le había prometido que, cuando el rey hubiera muerto, él ocuparía su lugar en el trono.  Al final, se concluyó que el detenido estaba loco de atar, por lo que lo más razonable era pensar que había actuado solo y movido únicamente por sus delirios. No obstante, fue juzgado y declarado culpable del delito de lesa majestad con intención de acabar con la vida del rey y condenado a morir. Pero antes debería ser mutilado y despedazado públicamente por las calles de la ciudad.

Tan pronto tuvo noticia de la condena, el monarca, convencido de la demencia de su agresor, quiso perdonarle la vida, pero el Consejo Real hizo caso omiso de su deseo y decidió seguir adelante con la pena, con el fin de que el castigo fuera público y ejemplar. Este era, desde luego, en exceso cruel y desmesurado y no se compadecía con el hecho de que el reo estuviera loco. Pero, sin duda, la intención última del Consejo era no solo dar un buen escarmiento, sino también brindarle a los barceloneses la oportunidad de participar en la ejecución del traidor y dejar bien claro que nada tenía que ver con ellos, demostrando así su total lealtad hacia los reyes, tantas veces puesta en duda. El caso es que, a cada trecho del recorrido, los verdugos le fueron arrancando un miembro al reo ante una muchedumbre cada vez más exaltada y sedienta de sangre.

Kennedy, el día de su asesinato en Dallas (GTRES)

Kennedy, el día de su asesinato en Dallas (GTRES)

Fuera de estos detalles tan brutales y crueles, son muchos los paralelismos que pueden establecerse con un célebre atentado que tuvo lugar en Estados Unidos casi cinco siglos después. Me refiero al asesinato de J. F. Kennedy, cuya autoría intelectual aún no ha sido del todo esclarecida. Una vez más, la Historia se repite. La gran diferencia es que el presidente Kennedy murió, mientras que el rey Fernando logró sobrevivir y sacar un gran rédito político a la situación. Pero, en uno y otro caso, permanecen muchas incógnitas. ¿Quién era en realidad Joan de Canyamars? ¿Estaba verdaderamente loco? ¿Había detrás de su acto una conjura o conspiración política? Y, en tal caso, ¿de qué signo? ¿Por qué motivos? ¿Quiénes fueron los instigadores? A estas y otras muchas preguntas, el lector tendrá cumplida respuesta –desde el mundo de la ficción, claro está– en mi novela, recién publicada, La corte de los engaños (Espasa), donde se hace un recorrido por todo ese año de 1492 desde la mirada de tres mujeres extraordinarias; entre ellas, Beatriz Galindo la Latina.

*Las negritas son del bloguero y no del autor del texto.

4 comentarios

  1. Dice ser Alfredo

    «los cortesanos castellanos pensaron que se trataba de una conspiración de los catalanes, y estos, por su lado, le echaban la culpa a los castellanos y a los navarros»

    Qué poco hemos avanzado en 500 años…

    15 octubre 2016 | 11:31

  2. Dice ser Antonio Larrosa

    Como buen catalán yo le echo la culpa a los que no son catalanes. Lógicamente.

    Clica sobre mi nombre

    15 octubre 2016 | 13:15

  3. Dice ser somos más bien brutos fanáticos

    Qué horroroso el pasado humano.
    Cuanto más se navegapor la Historia, y con la gracia de las mejoras en el presente, no dejan de engrifarse lo spelos sabiendo de tanta ignorancia, embrutecimiento, supersticiones, abusos de poder… Una desgracia evolutiva la humana. Menos mal que mejora, pero tan lentamente… No somo suna especie racional. Es imposible que la razón pueda parir una Historia como la del ser humano. Es irracional pensar que la razón pueda dar frutos tan horribles.

    15 octubre 2016 | 13:47

  4. Dice ser Patriota

    ¿Os imagináis que nunca hubiésemos descubierto América? Los Austrias y los Borbones jamás hubieran venido a despilfarrar en putas, alcohol y guerras de religión hasta la última onza de oro que trajeron nuestros barcos. Quizás la monarquía existente hubiera modernizado España, y cuando hubiera tocado, a imagen del resto de paises de nuestro entorno, nos hubieran dotado de una Constitución. En fin, es solo soñar, ya sabemos que esta gentuza vino, y que después Fernando VII se cargó la incipiente Democracia, y que después nos colocaron a Franco, y que de esos polvos tenemos estos lodos…

    15 octubre 2016 | 19:55

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