Cuando el rey de la Pequeña Armenia fue señor de Madrid

Cruzados en un fotograma de la película 'El reino de los cielos' (2005)

Cruzados en un fotograma de la película ‘El reino de los cielos’ (2005)

Ramón Muñoz era un reputado y premiado autor de relatos de ciencia ficción hasta que en 2012 dio el salto a la novela histórica. Desde entonces, con tres novelas (La tierra dividida, El brillo de las lanzas y Señor de Madrid, todas ellas publicadas por Ediciones Pàmies) ya es una de esa voces del género a tener en cuenta: siempre buscando historias y enfoques diferentes.

En su última obra, Señor de Madrid, Ramón parte de una anécdota histórica, poco más de una línea de la Historia, para construir de de manera vívida un recorrido por la política global de la Europa del trascendental siglo XIV. Le pedí que nos escribiera la historia de este apasionante y desconocido personaje histórico que protagonizaba la anécdota y accedió…


Cuando el rey de la Pequeña Armenia fue señor de Madrid

Por Ramón Muñoz, escritor.

Entre las numerosas anécdotas y hechos curiosos que jalonan la historia de Madrid pocos resultan tan llamativos como el breve periodo en el que fue la capital de un reino que en aquellos momentos ya había dejado de existir y que de todas formas se hallaba a varios miles de kilómetros de distancia.

El hecho en sí probablemente no pasaría de ser una mera curiosidad si no fuera porque forma parte de una de las historias más fascinantes de la Baja Edad Media, que además sirvió para certificar que las Cruzadas, entendidas como el intento de reconquistar Jerusalén y los territorios adyacentes, eran un sueño en el que Europa ya no estaba interesada.

Pero comencemos por el principio. O por un final, para ser exactos el final del reino de la Pequeña Armenia o Nueva Armenia, fundado por refugiados armenios en el Golfo de Anatolia, a caballo entre el sur de la actual Turquía y el norte de la actual Siria (o lo que queda de ella). Primero principado independiente de Bizancio, después reino de pleno derecho gracias al rey Enrique II de Jerusalén, este pequeño estado sobrevivió como pudo durante los siglos siguientes mientras los reinos latinos de Oriente desaparecían uno a uno. Pero también a la Pequeña Armenia le llegó el turno de la extinción. En el año 1375 los mamelucos egipcios acaban con ese último reducto cristiano, aprovechándose en gran medida de las rencillas internas que lo habían vuelto casi ingobernable. A su rey, León V, los conquistadores le prometen un salvoconducto que es solamente un cebo con el que lograr la rendición del último de sus castillos. Poco después León V es aprisionado y enviado a El Cairo, donde viviría los años siguientes convertido en un símbolo viviente del triunfo del sultán.

senor-de-madrid-pamiesVale la pena detenerse un momento para examinar los orígenes de León V, perteneciente a una de las familias más conocidas de la Edad Media. Hablamos del linaje francés de los Lusiñán, que presumía de descender del hada Melusina, mitad mujer y mitad serpiente, que habría construido para su marido el fabuloso castillo de Lusiñán, uno de los que custodiaban la rama francesa del Camino de Santiago. Entre los miembros más ilustres de la familia se encontraba Guido de Lusiñán, que fue primero rey consorte de Jerusalén y después rey de Chipre. A partir de entonces los Lusiñán fueron reyes de Chipre y, desde mediados del siglo XIV, también reyes de Armenia. Pero la existencia de los Lusiñán que reinaron en Armenia fue extremadamente tormentosa, repleta de conspiraciones palaciegas que amenazaban su posición y su vida. León V tuvo que pelear duramente para reclamar el trono que le correspondía por derecho de nacimiento pero su lucha acabó siendo en balde; apenas un año después de conseguir la corona desapareció el reino que se la había concedido.

La vida de León de Armenia transcurría en una triste indiferencia en El Cairo, interrumpida ocasionalmente por la visita de algún peregrino a Tierra Santa, cuando tuvo lugar el encuentro que cambiaría por completo su vida; dos frailes franciscanos le visitan y enseguida ese breve encuentro se convierte en algo más. Los frailes se quedan junto a León V y uno de ellos, Juan Dardel, se convierte primero en el secretario y confesor de León V y después en su embajador. ¿Su propósito? Viajar a Europa y convencer a uno de sus reyes para que pague el rescate que piden los mamelucos a cambio de liberar a León de Armenia.

Los frailes parten de El Cairo a finales de 1379, atravesando el Mediterráneo hasta Barcelona, donde son bien acogidos por Pedro IV de Aragón pero sin obtener del mismo nada más que promesas. En Castilla, sin embargo, el resultado de sus ruegos es muy distinto. A pesar de los múltiples problemas que acosan a Juan I de Trastámara (el Cisma de Occidente, la rebelión de su hermanastro Alfonso Enríquez, el conflicto con Portugal…), el monarca escucha a Dardel y acepta socorrer al que quizás consideró un compañero en la adversidad. Gracias a su ayuda los frailes pueden regresar a Egipto con regalos y cartas de súplica para el sultán, que acepta devolver la libertad a León V.

Las comunicaciones en aquella época eran mucho más lentas e inseguras. Este hecho y el tiempo pasado por sus embajadores en las cortes peninsulares explican que la liberación de León de Armenia se produzca casi dos años después de que los frailes hubieran partido en busca de ayuda. No será hasta bien entrado el año 1383 cuando llegue a Castilla para dar las gracias a su benefactor, coincidiendo con un acontecimiento que a punto estuvo de cambiar para siempre la historia de la Península Ibérica: las bodas entre Juan I y la jovencísima Beatriz de Portugal, en las que también estuvo presente el futuro antipapa Pedro de Luna. A pesar de la barrera del idioma León V supo ganarse enseguida la simpatía del desgraciado rey de Castilla y a tanto llegó este afecto que a Juan de Trastámara le parecieron pocos los esfuerzos que ya había hecho por él y decidió entregar a León de Lusiñán un sueldo vitalicio y la propiedad de tres ricas villas: Madrid, Andújar y Villareal (la actual Ciudad Real).

Llama la atención la generosidad de Juan I para con un perfecto desconocido, así como la curiosa mentalidad de la época, que permitía a un rey regalar tres villas como quien regala un anillo. Por supuesto no se le ocurrió preguntar su opinión a los habitantes de las tres ciudades, que de la noche a la mañana pasaron a ser súbditos de un extranjero del que nada sabían. Afortunadamente para ellos León V se abstuvo de interferir en sus asuntos o imponerles nuevos tributos, ocupado en recorrer Europa promoviendo una cruzada que le permitiera recuperar esa Armenia perdida y que nunca renunció a recuperar. De esa falta aparente de interés se aprovecharon los madrileños, que obtuvieron de Juan I la promesa de que la cesión de Madrid duraría solo hasta que León V falleciese. Y así fue. Cuando murió el rey de Armenia en el exilio, Madrid regresó a la corona de la que había estado separada durante varios años para continuar la evolución que la llevaría a convertirse en capital de España dos siglos después.

*Las negritas son del bloguero, no del autor del texto.

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