La historia del lobo vengativo que inspiró ‘Donde aúllan las colinas’, de Francisco Narla

Lobos (EFE)

Lobos (EFE)

Hace unas semanas charlé con Francisco Narla (autor de Ronin y Assur) sobre su nueva novela Donde aúllan las colinas (Planeta, 2016), una original historia protagonizada por un lobo en tiempos de Julio César. En aquella entrevista, Francisco dio algunas pistas sobre las fuentes de inspiración que había tenido en la novela. Bien, hoy, Narla regresa a XXSiglos para escribir él mismo la génesis de su última obra: donde la Historia y la historia real de un lobo vengativo se dan de la mano. Que lo disfrutéis.


El alimañero y el lobo

Por Francisco Narla ( @FranciscoNarla )

He escrito muchas historias. Algunas malas, otras muy malas. Unas pocas buenas. Y quizá un par de ellas con talento suficiente para encontrar un hueco en la memoria.

Porque historias hay muchas, pero muy pocas perduran. Y solo esas, las que no se olvidan, dan sentido al trabajo del escritor.

Y yo he escrito muchas historias, muchas. Y en todas ellas he sufrido. Y en todas puse buena parte de mí, de mis recuerdos, de mi alma, de mi vida. Porque eso, como poco, es lo que le debo a los que se sumergen en mis cuentos. Porque tengo la obligación de intentar que merezcan la pena.

Sin embargo, en Donde aúllan las colinas hay algo más.

Es cierto que en sus páginas hay una buena tajada de eso que la historia de los hombres llama verdad.

CapturaTras vencer en algún lugar del sur español, aun sigue siendo desconocida la localización exacta de la batalla de Munda, Julio César pasó tres meses en España que no están demasiado claros para los cronistas. Y parece cierto que conocía Galicia, y sus ríos, y sus montes; de hecho existe constancia de que había estado en España con anterioridad, primero como simple cuestor y, más tarde, revestido con la autoridad de todo un gobernador. Y, como se puede comprobar visitando el yacimiento de las Médulas o cualquiera de las minas descubiertas recientemente en el noroeste español, a comienzos del período imperial salían de Galicia casi diez toneladas de oro al año; y todo aquello lo empezó, por propio convencimiento, el sobrino del gran general, Cayo Augusto, Octavio si se prefiere; personaje controvertido de matices muy oscuros. Y también que había una enormidad de tropas auxiliares de origen local, como los hispanos de la guardia personal del propio Julio César, muy impresionado por la lealtad de los soldurios celtas; así como no lo es menos el hecho de que Roma se hizo grande con el pico y la pala, no con la espada.

Por otro lado, también El sentido moral, sea como fuere que deseemos entender el término, y la capacidad de empatía de buena parte de los animales superiores está siendo objeto de muchos estudios en los últimos años, y las conclusiones son de lo más sorprendentes. Se han documentado lobos, líderes de la manada, que después de la muerte de la hembra se volvieron ejemplares solitarios.

Era necesario que la verdad sustentase la imaginación de la narrativa. Pero también hay algo más, algo mucho más importante…

Nací en tierra de lobos. Y de niño escuché mil cuentos abrazado al fuego del hogar.

Mientras el viento apretaba las piedras de la casa, los mayores hablaban. Fuera el invierno arreciaba y, al calor de la lumbre, mi imaginación cruzaba los bosques a lomos de relatos sembrados de meigas y lobisomes.

Pasaron los años, siempre más rápidos que la idea que uno pueda hacerse de ellos. Y yo busqué aquellas mismas historias. Y las encontré.

Aún recuerdo sus ojos viejos, cansados de verse las arrugas. Y también recuerdo las manchas que le cubrían las manos callosas, tullidas por la artrosis. Y su voz ronca. Y su rostro oreado por el bosque. Era un alimañero.

Yo había jugado al dominó, bebido unos cuantos tiros de ese aguardiente verdosa que algún día sustituirá al petróleo, paseado por cien tabernas en las orillas de las montañas; buscaba recuperar aquellos contos de mi niñez. Y él, viejo como un roble, ya había dejado de encontrarse; tan solo veía el tiempo pasar.

Cuando la noche cayó, solo quedábamos el alimañero y yo en la posada. Entonces, por lo bajo, desconfiando, me contó algo que me supo a su aliento de orujo curado. Y también a miedo.

Era un hombre duro, de los que se habían baqueado abriendo las entrañas de las tierras que conocen la nieve en el invierno. Había matado y visto morir, llevaba el fantasma de una guerra en el recuerdo. Y me contó algo que jamás olvidaré.

En los tiempos del hambre, cuando la sangre derramada en las batallas aún no se había secado, se había hecho una vida persiguiendo a los señores del bosque. Las gentes tenían miedo, las reses eran irremplazables. Y él se llevaba los duros al bolsillo matando lobos.

Por eso le llamaron a una aldea, una perdida en un risco donde el ganado había sido diezmado. Él tenía la fama y ellos la necesidad.

E hizo su trabajo. Tan bien como pudo. Aunque una pareja se le quedó en el tintero, agarrados a aquella ladera escarpada como garrapatas. Eran listos y evitaban las trampas. Pero el alimañero era porfiado y el trabajo no se cobraba sino era completo.

Mató a la hembra.

Pero el macho escapó.

Y el alimañero, pasados los días sin novedad, cobró y marchó, lejos, a otro lugar donde ganarse otros pocos dineros, o algo de pan, porque la guerra, si había dejado algo, había sido hambre.

Incluso se olvidó de aquel macho cuya huella señalaba en la mesa de la taberna abriendo la mano contra la tabla desbastada antes de echarse otro trago de aguardiente al coleto.

Y fue entonces cuando llegó el miedo.

Aquel gran lobo, aquel cuyas calcas en el barro encogían los huevos de los bravucones, lo persiguió. Lo persiguió como un alma en pena. Y el alimañero huyó.

Y una noche, en un pajar olvidado, el pasó la vigilia temblando mientras los aullidos de la bestia, allá fuera, le prometían muerte.

El miedo que vi en sus ojos bañados por el aguardiente lo llevo clavado en mi memoria. Lo he llevado siempre…

Y siguieron pasando los años.

Hoy en día, gracias a la bondad de los lectores, me he vuelto a vivir al campo. He podido regresar a los mismos montes donde viví de niño. Y escucho a los lobos junto a mi casa. Y sigo sus huellas. Y mi perro me acompaña en largas caminatas en las que persigo su rastro para maravillarme. Y los libros, mis fieles amigos, me cuentan los secretos que los sesudos descubren, me explican las verdades de las manadas, los arrumacos de la pareja, la crianza de los lobatos.

Y, de vez en cuando, los veo, allá a lo lejos, en la ladera de enfrente, al amanecer, cubiertos en la niebla, siguiendo el paso de unos corzos.

Por eso; por lo que nos ha dejado la historia, por las vidas que he escuchado, por las oportunidades que he vivido, en Donde aúllan las colinas hay algo más que en mis anteriores novelas.

         El hombre es el lobo del hombre

Plauto

*Las negritas son del bloguero, no del autor del texto.

4 comentarios

  1. Dice ser bellafaz

    Tirate de la moto hombre,los animales no vengan afrentas,eso queda para nosotros los humanos.

    28 mayo 2016 | 10:57

  2. Dice ser IPATIEV

    CUALQUIER ANIMAL TIENE MAS DERECHO A LA VIDA QUE LOS GENTILES GOYIM

    29 mayo 2016 | 11:42

  3. Dice ser Carmela

    Sin entrar a valorar ni al libro ni a su autor, se hará un grandísimo favor a los animales cuando empecemos a tratarlos sin los adjetivos «asesinos» «vengadores» «bestias» «crueles» y un largo etc, que aparecen en cualquier documental televisivo pretendidamente serio. Tiburones asesinos, orcas asesinas, leones sanguinarios, por favor, que esos adjetivos únicamente se pueden aplicar a los animales humanos, que actúan por venganza, con saña y sadismo hacia sus semejantes y hacia el resto de seres vivos que tienen la desgracia de convivir con nosotros.

    29 mayo 2016 | 12:37

  4. Dice ser Jose Luis

    Ay Carmela,ay Carmela,igual que se tendria que dejar de usar adjetivos hacia los animales como asesinos ,vengativos etc habria que dejar de tratarlos como lo hacen algunos animalistas como si fueran humanos y algunas veces con mejor trato que el que darian esos animalistas a sus propios vecinos

    30 mayo 2016 | 13:02

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