Un paseo por la Barcelona de 1888

Barcelona, en 1888 (Wikimedia Commons)

¡Bienvenidos lecto-viajeros temporales! Hoy en XX Siglos, os propongo un viaje a la Barcelona de 1888. A ver, a escuchar, sentir y oler esa ciudad en aquella fecha. Tendremos un guía de lujo, el escritor Jordi Llobregat.

Jordi (director también del Festival Valencia Negra) debutó en la novela el año pasado con la fascinante El secreto de Vesalio (Destino, 2015), un electrizante thriller ambientado en la Barcelona de 1888 que triunfa ya en 18 lenguas distintas. Como en su novela la atmósfera, el ambiente gótico de la ciudad eran elementos clave, me pareció un guía ideal para plantearle que nos adentrara en la ciudad durante esa época… Aceptó encantado y el resultado lo vais a juzgar vosotros mismos a continuación…

 


Barcelona, 1888

Jordi Llobregat (@JordiLlobregat)

La mañana apenas clarea las montañas y la humareda de las fábricas oculta ya el rostro de la ciudad. Un velo sucio y maloliente que se enrosca y repta hacia el puerto para encontrarse con los jirones de bruma que suben del mar.

El aire arrastra el olor a hollín, humanidad y mierda de caballo. Relinchos, ruedas de carros, tranvías, tílburis y landós crujen sobre el adoquinado, gritos de vendedores de periódicos, limpiabotas o mozos de carga, tenderas y comerciantes trajinando mercancía. El bullicio matutino zarandea las barriadas para despertarlas.

La luz amarillenta de los faroles de gas palidece hasta apagarse. Los edificios se apuntalan unos con otros, aliviados por haber resistido una noche más. Las calles todavía no están urbanizadas y la lluvia de la noche las ha convertido en un lodazal por el que transita gente de toda condición.

La ciudad se despereza como una bestia legendaria largo tiempo adormecida. Estira sus patas y agita su cola en todas direcciones. Cada día crece un poco más, y su aliento amenaza a los pueblos más cercanos. No tardará en engullirlos uno tras otro y convertirse en la gran urbe con fuego en las entrañas que estallará varias veces en el futuro.

Durante los últimos años, la ciudad ha recibido oleadas de inmigrantes. Tras éstas seguirán muchas otras que, en sólo una década, doblarán su población. En general, son gentes humildes que provienen de los más diversos rincones del país en busca de una mejor vida. A su llegada, encuentran sueldos míseros a cambio de jornadas de doce horas en la industria floreciente. Las familias, con seis, ocho o más niños, se hacinan en barrios que rodean el casco antiguo, mientras la opulenta y creciente burguesía huye del centro y puebla los espacios abiertos en los nuevos distritos, delineados en cuadrículas perfectas veinticinco años antes. Las diferencias entre ricos y pobres son inmensas. El sentimiento de clase crece.

El siglo XIX agoniza y con él desaparece una forma de entender el mundo. Es un instante único en la historia, un “momento frontera”. Una divisoria que se cruza sin posibilidad de retorno, tanto para bien como para mal.

Exposicion_Universal_Barcelona_1888

Exposición Universal de Barcelona en 1888 (WIkimedia Commons)

A modo de carta de presentación a la naciente modernidad, la ciudad prepara un evento: la Exposición Universal. Es el primer acontecimiento de relevancia internacional del país y, sin que nadie pueda preverlo, jugará un papel trascendental en su futuro. La Exposición de este año marcará su carácter, profundizará su mentalidad cosmopolita y europeísta, y reforzará el sentido emprendedor de sus ciudadanos.

Es una época de cambio, y por ello, los contrastes en esta ciudad se suceden una y otra vez. Al mismo tiempo que se celebra la gran fiesta de las Ciencias, las Artes, la Agricultura, el Comercio y la Industria, se organiza el primer Congreso Internacional Espiritista, en el que se reclamará la enseñanza de las ciencias ocultas en las escuelas de todo el país. Las mesas presididas por médiums irrumpen en las casas de familias acomodadas, que organizan veladas con gran alborozo. La razón y el mundo de los espíritus conviven con naturalidad.

Lo que no es extraño. La mayoría de los asistentes a la exposición (más de dos millones de personas) desconocen qué son un coche, un teléfono, la electricidad… Cuando observan los grandes avances expuestos en los pabellones quedan maravillados. Asisten, estupefactos, a la puesta en funcionamiento de las enormes máquinas a vapor y se preguntan qué clase de magia interviene en el milagro.

Con la fuerza del entusiasmo, en esta ciudad se empiezan a erigir algunos de los más bellos edificios de Europa. Se construyen los primeros inmuebles con características modernistas. Incluso se levanta un hotel inmenso en tiempo récord: 69 días. Será derruido, a pesar de las protestas populares, nada más terminar la Exposición.

Por la tarde, la gente pasea, conversa y flirtea por la avenida más popular, se detiene en los quioscos a tomar un refresco o un chocolate. Los cafés se llenan de tertulias sobre la actualidad del país. La plaza de toros del Torín se abarrota para disfrutar de una buena faena, mientras que los socios del Círculo Ecuestre acuden emperifollados al hipódromo de Can Tunís.

Al caer la noche, una ciudad deja paso a otra muy diferente. En algunas calles, pero sobre todo, en su tradicional avenida, se enciende una ristra de bombillas como luciérnagas. Son las primeras luces eléctricas. Caballeros y damas, vestidos con elegancia, asisten a la ópera o a un baile de disfraces. Los teatros como el Lírico, el Principal, el Tívoli, el Novedades o el Liceo ofrecen atractivos programas. Otros lugares, como los café-teatros, donde se oye flamenco, se bebe, se juega y apuesta, y aparecen en la prensa por sus sonadas trifulcas, que siempre acaban con alguien muerto. Las tabernas, los lupanares y los fumaderos de opio se ocultan en las sombras de los soportales y esperan a los clientes con los brazos abiertos.

Agazapadas, las calles a oscuras se convierten en una trampa para los borrachos despistados o los meros incautos. En cualquier esquina puedes perder tu dinero, tu honra o la vida.

Poco antes de que despunte el alba y empiece otro día, la ciudad se recuesta. La gran bestia parece descansar unos instantes: un oído atento podría escuchar su respiración profunda. Mantiene un ojo abierto. Ya nunca volverá a dormirse.

Acaba de cruzarse el ecuador del año 1888 en Barcelona. Una ciudad que guarda dentro de sí cientos de historias fascinantes, terribles y maravillosas.

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3 comentarios

  1. Dice ser Antonio Larrosa

    Solo acierto a decir que he leido algo magistral que me ha conmovido hasta los cimientos de mi humilde alma de escritor mediocre.

    Gracias a los que han leido EL EVANGELIO DEL CENTURIÓN y me han recomendado, quedan 20 dias para leerlo gratis en antoniolarrosa.com

    02 abril 2016 | 11:03

  2. Dice ser khalessi

    Unas cuantas fotografías más de la antigua Barcelona:

    http://momentosdelpasado.blogspot.com/2015/06/fotografias-antiguas-de-barcelona.html

    02 abril 2016 | 11:52

  3. Dice ser RayosxXx

    hacía mucho que no leía una descripción así, con todo lujo de adjetivos, sensaciones y detalles 🙂 gracias 🙂

    03 abril 2016 | 02:59

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