Un viaje literario al Universo Atapuerca

Trabajos de excavación en el yacimiento de Atapuerca (Burgos) (Santi Otero / EFE)

Trabajos de excavación en el yacimiento de Atapuerca (Burgos) (Santi Otero / EFE)

Víctor Fernández Correas es uno de esos escritores a los que merece la pena conocer en persona, además de leer. Transmite calidez y pasión por lo que hace. Y eso se agradece. Además, y por eso se pasa hoy por XX Siglos para hacernos de guía, es un escritor con coraje. Lo necesitaremos, ya verás. Para el viaje de hoy, necesitamos un explorador valiente.

La tribu malditaVíctor, periodista y comunicador, debutó como escritor en 2008 con La conspiración de Yuste (Esfera de los Libros), una novela sobre los últimos días del emperador Carlos V —que ya cité en su momento— y en 2012 se adentró en una aventura literaria que merece todo el reconocimiento: la de narrar la vida en Atapuerca, hace 400.000 años, en La tribu maldita (Temas de Hoy).

Es una novela de riesgo ambientada en una época que apenas se está empezando a descubrir. Así que ni corto ni perezoso, le pedí a Víctor que nos contara cómo fue su viaje a Atapuerca y sus habitantes, aquellos homínidos que no hablaban…

 


Un viaje al Universo Atapuerca
Víctor Fernández Correas

La primera novela que escribí –La conspiración de Yuste– se la dediqué al emperador Carlos V. Por esas cosas del paisanaje –en la comarca cacereña de La Vera, de donde soy oriundo, le tenemos por paisano- me propuse afrontar una novela histórica pura y dura. En ella narré sus últimos meses de vida y cómo un foco luterano descubierto en Valladolid le provocó más de un quebradero de cabeza. Tanto que, viendo cómo la vida se le escapaba sin poder remediarlo, encomendó a su hijo, Felipe II, la tarea de meter en vereda a los protestantes castellanos. La hoguera en unos casos y diversos castigos en otros cerró el asunto y a otra cosa, mariposa. Una novela. En mi caso, digo. Más bien un reto; que fue a lo que me enfrenté.

Porque pasar de interactuar con unos personajes, de recrear diálogos entre seres de carne y hueso –el mismo emperador, su inquisidor general, Fernando de Valdés, o toda la camarilla de la que se rodeó en Yuste, empezando por su mayordomo y mano derecha, Luis Méndez de Quijada, y terminando con el galeno Enrique Mathys- y otros surgidos de la imaginación, de visitar lugares donde imaginar escenas e incluir esos diálogos –Brujas, Medina del Campo, Valladolid, el Monasterio de Yuste…-, a introducirte en un mundo donde todo se basa en fósiles e hipótesis, es un reto. Así fue como puse los dos pies en el Universo Atapuerca, armado de valor, y me dispuse a realizar un alucinante viaje que, dos años y medio después, se transformó en una novela llamada La tribu maldita. Lo de menos es la novela, que está ahí para quien lo desee; lo importante es el viaje. El punto de partida, unos fósiles y decenas de estudios científicos e hipótesis -unas más evidentes que otras-, y un paisaje que, si bien a primera vista parece no haber cambiado, lo ha hecho, y mucho. Mi propósito consistía en contar la vida de una tribu compuesta por una treintena de homínidos de los que sólo que se sabe –y más de lo que se puede imaginar- a partir de sus huesos. Y menudo reto: no hablaban, sino gruñían, por lo que no se podía construir una estructura dialogada; apenas manejarían algunos gruñidos para referirse a cosas o a sus congéneres; su mente no daba más que para pensar en el mismo día, siendo el siguiente toda una incógnita –eso en el caso de que siguieran con vida. Que no estaba claro-; y vivían en un lugar que ofrecía todas las condiciones para sentirse felices y sanos –un río del que obtener pesca, árboles frutales de toda clase, prados en los que crecían diversas plantas y pastaban animales que cazar para alimentarse-, de no ser porque, en ocasiones, también resultaban cazados y pasaban a ser el plato del día de jaguares, panteras o leones. Porque esa fauna existió en Atapuerca. Sí, en Burgos; hace cosa de medio millón de años.

Y ese fue el reto, tan apasionante como absorbente. Mis lecturas fueron tesis doctorales, publicaciones científicas, estudios sobre la fauna, flora y morfología del terreno; mis visitas transcurrieron fuera de lo que son los yacimientos en sí: la cima de la sierra –ese gran consejo de Emiliano Aguirre-, las riberas del río Arlanzón, las terrazas de la sierra; en lugar de imaginar qué diría un personaje en tal o cual escena, echaba un vistazo a mi alrededor –cercado de encinas y quejigos, cuando no a campo abierto-, levantaba la vista al cielo e imaginaba qué se le pasaría por la cabeza a un homínido de aquella treintena de protagonistas de la novela marchando de caza junto a sus congéneres, o bien a una homínida cercada y sintiendo el aliento de la muerte en forma de león. “Escucha a la sierra -me dijo Emiliano Aguirre-, deja que te hable y después, escribe”.

Una investigadora trabaja en los restos fósiles encontrados en la Cueva del Mirador de los yacimientos de la Sierra de Atapuerca (Santi Otero / EFE)

Una investigadora trabaja en los restos fósiles encontrados en la Cueva del Mirador de los yacimientos de la Sierra de Atapuerca (Santi Otero / EFE)

Que fue lo que hice. La historia es lo de menos: las vicisitudes de una tribu de homínidos que vivió hace medio millón de años y cuyos restos, en su mayor parte, acabaron enterrados en una pequeña sima de las entrañas de la Sierra de Atapuerca. La experiencia en sí es lo que cuenta. La aventura de sentarte delante de un folio y poner negro sobre blanco sintiéndote como uno de aquellos homínidos, gruñendo como ellos, riendo y llorando como ellos, mirando fijamente al congénere que dormía profundamente y preguntándote por qué no se despertaba por mucho que se le tocase; sin saber lo que significaba la muerte. Y ese fue el reto: concebir una novela totalmente distinta a todo, y en especial, a la primera que escribí; pasar del emperador Carlos V, de sus filias y fobias, de su deseo de morir en paz y de entregar su alma a Dios en Yuste, a unos seres de cuya capacidad de discernimiento se tiene serias dudas aunque su cerebro únicamente era unos trescientos centímetros cúbicos inferior al nuestro, como mucho. Y he de decir que, después de todo, el viaje mereció la pena.

Con la siguiente novela –que espero vea la luz en unos meses- volví a la normalidad: sus diálogos, sus personajes que piensan y comen porque tienen hambre, beben porque tienen sed y… pues también porque sí. Complicaciones, las justas, que ya tuve bastante con la anterior. Y eso es algo que no se olvida. Tanto, que alguno todavía me recuerda que había que echarle narices para escribir una novela sin diálogos y con unos personajes que sólo gruñían. Y servidor sonríe. Puede que no fueran más que eso, simples gruñidos, pero con ser tales transmitían más que muchas frases juntas y vacías que componemos al cabo del día; tenían tanta vida como los tipos que los articulaban. Al menos me sirvieron para conocer un Universo, el de Atapuerca, que nos deparará muchas sorpresas en los próximos años. Total, si apenas se ha comenzado a excavar lo más importante…

(*Las negritas en el texto son del bloguero, no de la autora del mismo)

 

Otras firmas invitadas en XX Siglos…

2 comentarios

  1. Dice ser Antonio Larrosa

    Las musas me son propicias.
    La fortuna esquiva
    Mis argumentos, de cine ¡Albricias!
    La suerte..¿Estará cautiva?

    antoniolarrosa.com .

    Clica

    06 diciembre 2015 | 16:13

  2. Dice ser Dolinasorex

    Con todo mi respeto, aquí está la última novela de Atapuerca, recién salida del horno.

    http://www.miraeditores.com/La-tierra-m%C3%A1s-maravillosa.libro

    07 diciembre 2015 | 16:38

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