A la hora de plantarse delante de un videojuego, cada uno tiene sus filias y sus fobias. En mi caso, hay nombres que de primeras me echan para atrás o que, al menos, no logran captar mi atención.
Entre las palabras que menos me atraen se encuentran «FIFA», «Simulator», «HD» y, sobre todo, «Tom Clancy». El término «shooter bélico» tampoco está entre mis preferidos y es por eso que, aun siendo consciente de la calidad
de juegos como Battlefield, me suele dar pereza darles una oportunidad.
Por eso me ha sorprendido Battlefield Hardline, un título que ha logrado que me fije en la franquicia como nunca antes. El planteamiento es sencillo, coger la esencia de la saga y trasladarla a un contexto de policías y criminales, sin tanques ni soldados de por medio.
No se añade ningún elemento revolucionario y soy consciente de que el resultado es inferior al de la línea principal de Battlefield, pero el simple hecho de que se haya cambiado de escenario y planteamiento le da un valor extra para mí.
Además, aunque gráficamente no sorprenda, las físicas sean extrañas, el modo online no sea perfecto y la inteligencia artificial deje algo que desear, el nuevo entorno policíaco ha logrado potenciar uno de los puntos más mejorables de Battlefield, el modo campaña, que ahora es mucho más intenso y profundo y está mejor narrado y estructurado que en las entregas bélicas.
No es el único punto positivo del juego, que conste. A la hora de afrontar las misiones, hay una gran libertad de acción real —no la típica que nos veden cada dos por tres— y mecánicas como el sigilo, el uso de tirolina o la posibilidad de destruir casi todos los elementos del escenario le dan una variedad al desarrollo muy de agradecer.
Quizá a los más puristas de la saga les parezca una entrega menor (o algo incluso peor), pero los que, como yo, prefieren la acción alejada del campo de batalla tradicional, lo disfrutarán sin complejos.