"El deseado bien último se alcanza mejor mediante el libre comercio de ideas".(1919) Juez O. Wendell Holmes del Tribunal Supremo de EE UU

Archivo de junio, 2008

La prensa de pago y su futuro

Eduardo Medinaveitia firma en este mismo soporte de “20 minutos”, que nos acoge con generosidad (¿merecida?), una nota inquietante sobre el consumo de prensa de papel. Eduardo es de mi quinta, es decir que vamos hacia la reserva (espero que con dignidad). El test que ha hecho en la facultad de periodismo es desolador, los jóvenes no están interesados en los diarios. He preguntado lo mismo muchas veces en la facultad con respuesta parecida, quizá menos decepcionante. Por ese lado los diarios lo tienen difícil. El acceso a los lectores hay que revisarlo, hay que innovar.

Estoy seguro de que los diarios de papel tienen larga vida, que no van a morir; que se van a transformar. Un economista de campanillas, Schumpeter reflexionó con mucho fundamento sobre estos fenómenos de cambio y regeneración: procesos de renovación destructiva.

Los diarios clásicos necesitan regeneración. No se si los que hoy les dirigen son capaces de hacerlo, pero ellos u otros lo harán. Ahora asimilan con dificultad el fenómeno intenet. Quizá “20 minutos” es el medio diario de papel que mejor ha entendido el fenómeno, probablemente por una actitud mental más abierta, más ambiciosa.

No he entendido la subida de precio, 10%, del diario de más difusión. Ellos sabrán, son libres y deben ser muy listos. Si les sale bien habrá sido una decisión acertada, si no sale tan bien, tendrán que pasarse por la habitación de meditar, por aquello de quien soy, de donde vengo y adonde voy.

Es audaz subir precios cuando pintan bastos. Puede ser genial o suicida. ¿Es razón suficiente como para que sus lectores habituales les manden al infierno? No lo he hecho, supongo que Eduardo tampoco. No puedo pasar sin el consumo de varios diarios de papel a primera hora de la mañana, antes incluso del café y la ducha. Pero quizá se puede pasar sin ellos, quizá se puede probar.

El gobierno enseña la porra

El ministro del Interior recordó y advirtió ayer que las carreteras no son de los camioneros, que hacer huelga forma parte de los derechos, pero interrumpir el tráfico no. Todo un descubrimiento. ¿No debería haber hecho esa misma declaración la víspera de la huelga? ¿No debería haber desplegado los 25.000 policías antes de que los camioneros se hicieran dueños de las intercesiones de las carreteras?

Estamos ante cuestiones tácticas, la política es táctica, más que principios. El Gobierno primero quiso no inmutarse, estimar la fuerza de los huelguistas. Dejó que irritaran al ciudadano, que concitaran antipatía antes de actuar. Dejaron hacer. Abrieron las puertas de las salas de negociación, identificaron a los antagonistas, que tuvieran cara y, a continuación, tomó la palabra el del orden público.

Si el conflicto acaba esta semana, si el lunes la normalidad vuelve a las carreteras y a la cadena de suministros, las consecuencias de la huelga serán tolerables, quizá no pase de un incidente. Pero si esa normalidad no vuelve, si los enfrentamientos con la policía se intensifican, si se producen actos de violencia con consecuencias fatales, la percepción del problema puede cambiar.

Los huelguistas van a conseguir poco, entre otras razones por la composición del sector y por el frenazo de la economía. Los protagonistas del conflicto son una parte minoritaria del sector, aunque suficiente para armar una buena. Los convocantes de la huelga pretenden ampliar su base de representación, diusputar espacio a organizaciones mayores.

Cada cual tiene su estrategia, y los camioneros individuales, especialmente los de los piquetes, forman parte de la masa de choque, la que arriesga su empleo, su carné e incluso una denuncia incómoda. Los huelguistas tendrán que reivindicar ahora el perdón de los detenidos. Siempre el mismo proceso de acción-reacción.

La proporción entre el daño causado y el beneficio obtenido, especialmente para los de la vanguardia del conflicto, será desproporcionada y a la contra. Suele ocurrir. Los buenos gobiernos evitan estas situaciones, a los malos se les enquista. Este anda en el tacticismo del mal menor.

El fondo de la huelga

Me preguntaba mi madre (85 años) ayer si debía llenar la despensa, que no se hablaba de otra cosa en la calle (y en los medios) que del inminente desabastecimiento. El tono general de muchos comentarios va del inmediato Apocalipsis a la más profunda irritación contra el gobierno y contra los que le han votado. No faltan incluso los que dicen estar dispuesto a tirar las patas por alto porque cuanto peor mejor, que para tumbar al gobierno cualquier cosa es buena.

Pero la mayoría de los ciudadanos no están en eso, ni mucho menos. Barajas estaba ayer a reventar de gente, viajé a Bilbao por la mañana en un avión completo y volví al mediodía en otro igual. Visite dos centros comerciales que estaban muy abastecidos y con gente comprando; y sufrí paciente y resignadamente un par de atascos en torno a la M40 por los camiones apostados en las intersecciones para dificultar el tráfico y hacernos la pascua.

La huelga de camioneros no va a menos, probablemente irá a más y con recorrido incierto que puede llegar a afectar al abastecimiento, lo cual obligará a la policía a intervenir con escalada de efectos y consecuencias imprevisibles. Los más perjudicados en esta historia van a ser un número indeterminado de camioneros. El conjunto de la economía acelerará la fase bajista y es muy probable que este trimestre entremos en recesión, con retroceso del PIB. El fantasma de la estanflación se materializa (más precios sin crecimiento).

La cuestión ahora es la salida del laberinto, ¿Cómo acabar este conflicto?, ¿cómo quedarán afectadas las expectativas? Huelgas como esta ya las hemos conocido y apenas dejaron huella; la recuperación desde la normalidad suele ser automática e intensa. La mayor parte de las reivindicaciones de los huelguistas son inviables, no hay marco legal suficiente para establecer precios mínimos obligatorios, (el propio sector lo violaría), ni para modificaciones unilaterales de fiscalidad sobre carburantes, ni para subsidios específicos al sector… La cuestión de fondo está en la propia estructura del sector, que siendo eficiente en precios y servicio, está demasiado atomizado y debilitado.

Esta huelga se acabará por agotamiento, dejará a muchos malparados, incluido el gobierno, y perjudicará las expectativas generales. Es una huelga que resta, que complica, que una vez desatada es difícil reconducir. Es el precio de un sector desordenado y con representación débil. Las soluciones requerirán mucho tiempo y bastante habilidad, por eso las consecuencias a corto plazo no pueden ser buenas.

Una huelga que puede arruinar al gobierno

La mal llamada huelgas de transportistas es una prueba que coloca al gobierno en la parrilla. Más que huelga es un ejercicio de presión con rehenes: los ciudadanos perjudicados. El gobierno podría dejar claro que con presión callejera no habrá negociación. Y la oposición otro tanto. Pero no va a ser: el gobierno hace de avestruz confiando que la tormenta pase (siempre pasa) y para la oposición cualquier desgaste del gobierno le va bien.

Los de la huelga dicen que nos vamos a “enterar”, que si no les dan lo que piden lo vamos a pasar mal todos. Y saben (pueden) cortar carreteras, rajar neumáticos y arman el caos. Amenazan el estreno de EXPO de Zaragoza y luego con las plagas de Egipto. Los activistas advierten: “conseguimos lo que queremos o nos llevan a la cárcel”. ¿Qué tendrá que ver la prisión, el código penal, con el precio de los carburantes?

En los noticiarios se nota entusiasmo con el conflicto, ¡caos!, ¡desabastecimiento!… y sin explicar el fondo del problema ni las reivindicaciones, emiten el parte de guerra de un conflicto muy visual. Una huelga de transportistas es algo que ningún gobierno desea y que los ciudadanos no merecen. El riesgo de incidentes imprevisibles es elevado y la irritación ciudadana puede alcanzar el rojo vivo.

El Gobierno ha optado por la discreción, por llamadas a la calma y ofertas de comprensión: “respeto a las expresiones de reivindicación” ha dicho Zapatero. Es decir la magia del talante, que puede que vaya bien o que quizá no. A los gobiernos las huelgas ruidosas se les atragantan y les sacan de pista; acaban preguntándose ¿Cómo que me pasa algo semejante, con lo bien que lo hago?

Obama entra en la recta final

Al candidato Obama le queda el tercer y definitivo set en la complicada carrera a la presidencia de los Estados Unidos, que impone muerte súbita cuando no se supera cada una de las tres grandes pruebas. La primera significa entrar en la lista de candidatos, una lista abierta, amplia que descarta en cuanto no se cumplen determinados requisitos. La segunda es la nominación del partido y la tercera la votación final.

Para Obama la primera prueba se resolvió en las primarias de Iowa, el primer martes del año, cuando obtuvo unos resultados mejores de los esperados, por delante de la candidata con más posibilidades: la Clinton. No era suficiente para garantiza la nominación pero si necesario para aspirar a ella.

Desde entonces la segunda prueba ha sido dura e intensa y concluyó anoche, una vez que el número de compromisarios que apoyan al candidato supera el 50% de los convocados a la Convención.

A partir de ahora empieza la tercera prueba, la definitiva, la carrera frente al otro adversario republicano, que concluirá el 4 de noviembre, el primer martes de ese mes después del primer lunes. Una fecha mítica que se repite desde hace dos siglos todos los años pares (uno para elegir un tercio del Senado y el Congreso y otro para otro tercio y el Presidente de la Unión) una fecha elegida por cuanto las cosechas estaban recogidas y los votantes podían viajar hasta el colegio electoral sin dejar abandonado el trabajo.

Cualquier candidato que llega a la tercera prueba ha pasado por filtros e investigaciones sin cuento, ninguna democracia practica un proceso de selección más exigente. El candidato ha debatido reiteradas veces con todo tipo de adversarios y en múltiples escenarios, se ha confrontado con miles de personas cara a cara, ha asumido estrategias de comunicación y marketing político de última generación y se ha gastado un montón de dinero procedente de donantes individuales.

Obama ha disfrutado de la mayor cantidad de dinero gastado en unas primarias, aportado por miles de donantes anónimos seducidos por su promesa de cambio. La fortaleza de la imagen del candidato se asienta en dos libros autobiográficos bien vendidos, una trayectoria política sólida (aunque sin experiencia nacional e internacional) y una capacidad de seducción sin precedentes, construida a base de discursos ante miles de personas. Obama puede ganar, Obama significa cambio. Por ejemplo en la actitud de respeto a sus adversarios.

Esos antifascistas que son fascistas

El diccionario atribuye a la voz fascista la descripción de excesivamente autoritario, es decir que trata de imponerse por y con todos los medios. El salto de autoritario a violento es inmediato, casi inevitable. El centro de Madrid, la Gran Vía, fue escenario ayer por la mañana, de una manifestación o demostración de un centenar de antifascistas (no es la primera) que trataban de contrarrestar y amedrentar a otra de grupos parafascistas. Al fondo y como excusa la venganza por la muerte reciente de uno de un bando por los del otro.

El hecho no ha merecido mucha atención en los medios, más allá de que como un cámara fue golpeado por hacer su trabajo, su emisora dio al asunto cierta notoriedad, y se pudieron ver una imágenes del comportamiento de estos antifascistas que actuan peor aun que los fascistas.

La violencia callejera de antifascistas, fascistas, proetarras, antisistema… todos forman parte del mismo abuso intolerable, merece persecución, sanción y desfile ante la justicia, delante de jueces diligentes que defienden el estado de civilización frente al de barbarie, con la más santa intolerancia del estado de derecho frente a los intolerantes que se apoderan de la calle con violencia e imposición.

A estos antifascistas que se comportan como fascistas hay que conducirles ante el juez para que reparen los daños y rediman los perjuicios. Y no dejarles desfilar, porque lo que siempre acaba mal no debe empezar