Todas las bombas, todas las armas, son contra las personas, es algo consustancial. Unas armas son más armas que otras, peores que otras. Entre las más indeseables aparecen las minas antipersona sembradas por el campo y con efectos indiscriminados en el tiempo y en la víctimas; algo semejante ocurre con esas bombas racimo cuyos efectos vemos en las televisiones e imaginamos en los lugares de impacto.
La movilización social, promovida por gentes de buena voluntad y con mucho valor y entrega, ha sensibilizado, ha forzado a algunos gobierno (no a los grandes que monopolizan la guerra o a los más belicosos que viven de ella) a calificar algunas armas como indeseables.
Fue un logró social con las minas antipersonas, millones sembradas en zonas de conflicto, fueran prohibidas e incluso que se organizaran operaciones de retirada sistemática de las ya sembradas. Una noble tarea y un objetivo cumplido en buena parte.
Ahora se ha suscrito un acuerdo para retirar y prohibir las “bombas racimo” por iniciativa de una serie de organizaciones civiles, privadas, que han sido capaces de sensibilizar a muchos gobiernos, especialmente a los europeos. En el plazo de ocho años se retirarán esas bombas de los arsenales.
Son noticias de esperanza, de civilización, que ocupan espacios menores en los medios, seducidos ahora por esa bronca política en la derecha española entre personas que pueden ir de la mano, o a la contra, según que circunstancias.
La bronca popular parece que no impresiona demasiado a los electores populares a la vista de los resultados de la última encuesta del CIS. Aunque las divisiones internas inquietan a los votantes de base, las actuales del PP producen el efecto de que son broncas de corrala sin demasiada trascendencia, más allá de que alguno que se signfiicque acabe en las tinieblas exteriores.