Hay dos formas de enfocar la crítica al gobierno: poco agua, pocas concesiones o cierta comprensión. También el elogio perpetuo. O presuponer que quienes gobiernan son una banda de ineptos y malvados, que todo lo hacen mal y de los que no cabe esperar nada bueno. Las posiciones extremas no interesan, son aburridas por previsibles. Y de los intermedios cualquiera tiene sentido, incluso ambas, según en que temas y momentos. Por ejemplo en asuntos de calado, por ejemplo el terrorismo, conviene extremar la cautela, no alborotar, no hacer el juego a los asesinos…
Estos días tenemos dos asuntos con el gobierno en medio: el rescate de los secuestrados por piratas de Somalia y la crisis del girasol. En ambos casos el gobierno lo ha hecho mal o bien según quien lo valore. Mal porque no explican como se ha pagado el rescate, por el propio secuestro, porque han negociado con los secuestradores, porque no lo cuentan todo… Y con respecto al girasol, porque alarmaron en exceso, porque no han explicado lo suficiente, porque han machacado al sector, por confusión… Y todos esos argumentos tienen fundamento.
Imaginemos que el gobierno fuera amigo, afín a nuestras propias ideas; incluso que los que gestionan esas crisis fueran amigos y parientes que merecen un juicio benevolente y generoso. En el caso del secuestro: ¿Deberían haber impedido el pago del rescate…explicado con detalle cómo se ha pagado? ¿qué hubiera hecho cualquier otro gobierno?
En el caso del girasol: conocido que hay una partida contaminada, ¿deberían haber callado hasta detectar donde estaba esa partida y retirarla? ¿Cuándo hacer público el problema? ¿Deberían haber enfatizado o suavizado el peligro?
A los políticos, a los gobernantes, les pagan por resolver los problemas, no por crearlos. Les pagan para asumir la crítica, incluso la extrema, y dar explicaciones. Pero también merecen algún respeto, atribución de buena voluntad e intención y cierta pericia.