Con el fuego, mejor no jugar, puede propagarse con consecuencias imprevisibles. Pero el fuego atrae y sirve para impresionar, incluso para asustar. El presidente del gobierno catalán, José Montilla, dijo ayer ante su Parlamento: “no necesitamos quemar nada para hacernos oír y valer”. Pero no todos piensan igual, no todos consideran que quemar no es una opción para construir (o destruir). Queman los terroristas para que se note su poder y para intimidar; queman los pirómanos de los montes por múltiples razones que van de lo patológico a lo criminal; y queman también unos pocos que quieren ocupar el plano, protagonismo, quizá para afirmarse en sus creencias.
Quemar banderas forma parte de una estrategia para hacerse oír (no tanto valer), queman banderas, o cualquier otro símbolo, es un recurso para los que no saben expresarse de otra forma. Y una vez logrado el objetivo se amparan en las libertades que otorga esa misma Constitución que combaten.
La bandera produce sentimientos de distinto grado según en que personas. Molestar, irritar, sacar de quicio utilizando símbolos como la bandera forma parte de una estrategia de tensión. Y cuando se llega a los titulares se consigue el objetivo.
En las sociedades que pretenden disfrutar de libertades la de expresión es esencial y llega a amparar excesos como la profanación y el menosprecio de símbolos. La fortaleza de esas libertades está precisamente en que no se inmutan ante esas provocación. En los Estados Unidos, seguramente la sociedad que más respeta sus símbolos y más orgullosa de ellos, sus solventes tribunales han amparado en máxima instancia, en el Supremo, actos semejantes (aunque para muchos sean fechorías intolerables).
En Gerona unos cuantos, con la quema de banderas y de fotografías del Rey, han logrado protagonismo e irritar a mucha gente, a los que consideran sus adversarios. Se han ganado una cita ante el juez y, probablemente una condena poco relevante (así logran sus objetivos máximos, escenifiocar victimismo) o una absolución que interpretarían como victoria.
El hecho en si de quemar símbolos que otros aprecian, revela por parte de quienes lo hacen patología y perversión. Molestar al vecino, agredirle en sus sentimientos, quebranta la convivencia. Otra cuestión es cuando y como deben intervenir los tribunales y el código penal.