Hoy, veintiocho de Septiembre, es mi cumpleaños, cumplo treinta y un años. Antes me gustaba celebrarlo, los días previos ya estaba dando la tabarra con que se acercaba la fecha, era un fecha marcada en el calendario y siempre me apetecía hacer una fiesta. Pero con el diagnóstico toda esta ilusión, se torció.
Cuando cumplí veinticuatro años, en el año 2008, apenas un mes después que me confirmaran que tenía esclerosis múltiple, como cada año, intenté celebrarlo. A mí no me apetecía, todavía tenía síntomas de mi primer brote, estaba cansada, mi moral estaba por los suelos, me molestaba la luz, tenía fuertes dolores de cabeza, en definitiva, lo único que quería era estar encerrada en casa, en mi mundo. Pero mis padres y alguna amiga, se empeñó en hacer algo, por eso de intentar animarme y pretender que saliese de ese bucle de tristeza y pasotismo en el que me estaba metiendo.
Nos fuimos a cenar, y para mí, fue un desastre, no me encontraba bien y todo el mundo hacía como si no pasase nada, como si todo siguiese igual pero mi vida había cambiado y ni siquiera me había dado tiempo a asimilarlo. Mi cuerpo y mi cabeza eran un hervidero de calambres, fasciculaciones, síntomas nuevos y pensamientos negativos. Ese día fue el principio de lo que iba a pasar meses después.
Desde ese año, cada cumpleaños fue a peor y empecé a coger manía a esa fecha, me ponía muy triste, me recuerda a la gente que antes tenía a mi lado y se ha esfumado. Pero me he cansado de esos recuerdos, de rememorar ciertas sensaciones que todavía me quedan.
Es hora de poner un punto y final, y de volver a celebrar mi cumpleaños por todo lo alto.