La relación médico-paciente que tengo con mi neurólogo es perfecta. Perfecta para mí, claro está. Él es un hombre de unos treinta y muchos años, adjunto (es decir, sin plaza fija en el hospital), andaluz y con una paciencia infinita. Nos conocimos en mi último día de ingreso, vino a hacerse cargo de mi caso. Estaba tumbada en la cama, deseando que me diesen el alta, abrazada a un peluche que me regaló un amigo de mi padre el primer día de ingreso. Lo primero que me dijo el médico andaluz (con un acento que te resulta gracioso si vives al norte de España), fue un comentario de lo feo que era mi peluche. Pensé «¡vaya! ¡Mal empezamos!«. Me dijo que iba a ser mi neurólogo, dio un explicación sobre el funcionamiento de la enfermedad simulando la mielina con el cable del teléfono (que no me enteré de nada, por cierto) y se fue.
Me enteré de que era su primera paciente oficial. Era agosto, estaba acabando su residencia y la neurólogo de la que era adjunto, había pedido un traslado a otro hospital. Así que de casualidad, mi historia cayó en sus manos. Nos embarcamos juntos, casi al mismo tiempo en la neurología, él como médico y yo como paciente. Le investigué un poco por Internet, pero estaba empezando y todavía no tenía publicaciones, solo encontré su nota del MIR.
En su charla en el hospital, también me sugirió que no mirase nada por Internet. Como soy una rebelde sin causa, visité paginas de fundaciones, asociaciones, etc. que me sirvieron de ayuda. Webs que considero prácticas en cuanto al contenido sobre la enfermedad. Indispensables tanto si acabas de recibir tu diagnóstico como si eres ya un veteran@ y quieres enterarte de noticias y actividades. Por supuesto, es muy recomendable visitar este blog 😉 También me aconsejó formar parte de una asociación (dedicaré un post a la gran labor que hacen), no sé si todos lo dicen, pero deberían. La ayuda que prestan a los enfermos y afectados es fundamental.
Durante mi estancia hospitalaria conocí al menos a cinco neurólogos, y a excepción de una mujer joven, el resto no me gustaron. A la hora de «escoger» al neurólogo, no me ha importado que quizá tenga poca experiencia. Su trato conmigo siempre ha sido excelente. Diría hasta que me tiene cariño. Desde que nos conocimos, ya han pasado cuatro años, y mi confianza en él es plena. Algo que para mí es fundamental.
El próximo martes tengo revisión. Cada vez que tengo consulta es como una procesión, vamos mi madre, mi padre, mi novio (si puede) y yo. Allí nos plantamos los cuatro en familia. Es como un ritual. Cuando entramos me pregunta cómo estoy, me manda hacer los clásicos ejercicios: anda sobre talones, de puntillas, cierra los ojos, tócate la nariz con la punta del dedo, etc etc… Miramos los análisis, la resonancia (si no la hemos comentado) y da su veredicto. Intento cotillear disimuladamente los asteriscos de los análisis y el informe del radiólogo, para preguntarle. Después siempre dice: «¿alguna pregunta?«, y entonces empiezo a preguntar como una loca. Desde el por qué de los asteriscos en los análisis hasta cuál cree que va a ser mi evolución. Todo lo que se me pasa por la cabeza en esos momentos, se lo pregunto. Sus últimas frases antes de irme, suelen ser que descanse y que me tome las cosas con más calma.
Y hasta dentro de seis meses si todo va bien.
Una buena historia para compartir.
Saludos!
Daniela
29 marzo 2014 | 22:22
Me alegro que te haya gustado!
Un abrazo 🙂
01 abril 2014 | 11:28