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Las manitas del manitas… ¡donde pueda verlas! (una anécdota profesional)

Lo has hecho muy bien: te has enfrentado a la primera semana de septiembre como un campeón/campeona, y ahora te mereces  disfrutar del primer fin de semana del nuevo curso.

Por eso hoy no toca remangarnos para arreglar cualquier cosa en casa. Hoy quiero compartir contigo una anécdota divertidísima de esas que solo te pasan en una profesión como la nuestra. Me la contaba nuestro compañero y amigo Enrique Logroño, y te puede dar una idea de hasta qué punto nos sentimos parte de tu hogar cuando nos plantamos allí por cualquier urgencia o reparación que puedas necesitar.

Un buen día nos tocaba pasar la revisión médica periódica en la Central. Y como tantas otras veces, Enrique se acercó a primera hora, vestido de calle y con la intención de ataviarse con nuestro uniforme más tarde, ya en casa del primer asegurado al que iría a atender.

¿Encargo? Pintar el techo de un baño echado a perder por la humedad de un vecino. ¿Atuendo idóneo? traje de Batman uniforme blanco de pintor de la compañía. La dueña de la casa fue encantadora, y Enrique dejó el baño como nuevo. Y por dejar, también se dejó sus zapatos olvidados detrás de la puerta, vestido ya como iba con unas zapatillas más cómodas para el trabajo.

Ya en la noche y echando de menos sus zapatos, Enrique llamó a la casa para preguntar por ellos. “Están aquí, estese usted tranquilo”, le respondió la mujer, con el tono de voz cambiadísimo, seria y nerviosa, “pero venga a recogerlos mañana después de las 20:00, que ya estará aquí mi marido”. Enrique empezó a hacer cábalas ante aquella respuesta sombría, ese tono tan serio después del agradable trato esa misma mañana.

¿Tendrían acaso alguna queja? Repasaba el techo del baño una y otra vez en su imaginación, tratando de recordar un desliz, alguna mínima imprecisión. Pero Enrique es un hacha y lo sabía, el baño había quedado mejor que recién estrenado. En fin… mañana saldría de dudas.

A las 20:00 en punto del día siguiente, Enrique llamó al timbre. Ante la incertidumbre, se dijo, una gran sonrisa en la cara. La puerta se abrió con fuerza, y el rostro malhumorado de un señor alto y fornido apareció tras ella. “¿Es usted el pintor? ¿El dueño de estos zapatos?”, dijo con fuerza de buenas a primeras. “S…í, s…oy y…o” respondió Enrique. La mujer esperaba detrás, repitiendo una y otra vez “¿Lo ves? Es el señor que vino ayer a pintar el techo del baño, ya has visto lo bien que quedó, te lo he dicho mil veces”.

Enrique, tras comprenderlo todo, disimuló: “¿hay… algún problema con el techo?”. “Noningunograciasaquítienesuszapatosbuenasnoches”, masculló entre dientes el marido, mientras cerraba la puerta. Enrique se alejaba mientras aún se oía dentro de la casa “¿y qué querías que pensara, María? Llego del trabajo y me encuentro los zapatos de otro tío en el baño… ¿tú sabes qué susto, María?”.

Y es que, amigos, aunque los profesionales de la compañía nos desvivimos porque disfrutéis de vuestro hogar siempre en perfectas condiciones… podéis estar tranquilos: no somos los hombres del butano del siglo XXI. Aunque, quién sabe… ¡tal vez algún día nos ofrezcan protagonizar el anuncio de un refresco light!

El cuento de la Cenicienta... ¿versión Reparalia?