El Gobierno acaba de aprobar la congelación, un año más, del Salario Mínimo Interprofesional (SMI), por lo que se mantendrá en los 645,30 euros mensuales de la actualidad y acumulará así más de seis años de pérdida acumulada de poder adquisitivo. Este tipo de medidas suelen soliviantar a buena parte de la ciudadanía, y son recibidas como una pésima noticia, en la medida en la que limitan la capacidad de mejora de aquellos trabajadores que menores salarios reciben.
Sin embargo, estas críticas procedentes, creo, de la intuición, no parecen tener en cuenta buena parte de las evidencias y el conocimiento científico que hay alrededor de la imposición de salarios mínimos altos. He de decir antes que nada que no tengo una idea cerrada acerca de la conveniencia o no de un salario mínimo. Los críticos dicen que limita la creación de empleo, y los defensores alegan que mantiene unos estándares básicos de dignidad, pero ambas son visiones parciales. Hay países que lo tienen, y muy alto, y gozan de bajos niveles de paro, pero por otro lado también hay países sin estos mínimos a los que les va muy bien en cuanto a porcentajes de población trabajando. Paso a dar algunas claves, que espero que sean interesantes:
Las subidas continuadas de los salarios mínimos tienen un efecto negativo sobre la empleabilidad de los trabajadores más jóvenes y de los más viejos, según un estudio elaborado en 2012 por el Banco de España, basado en la evidencia acumulada entre 2004 y 2010. Abundando en este idea, otro informe del servicio de estudios del BdE apunta a que los colectivos más afectados (negativamente) por una subida del SMI son los jóvenes, los trabajadores de más de 45 años y las mujeres de mediana edad. «Una decisión como subir el salario mínimo no sale gratis, alguien tiene que pagarla, y la investigación científica al respecto muestra que los trabajadores jóvenes con baja cualificación son los que acaban pagado, perdiendo su empleo», señala este análisis del instituto estadounidense Cato.
Hay más informes y estudios científicos en esta línea, como este (muy interesante) de la Universidad de California, que concluye que cualquier decisión en favor de subir el salario mínimo debe tener en cuenta y mesurar los costes contrarios que provoca, en cuanto a la posible destrucción de empleo de trabajadores con baja cualificación. Más en detalle, dos investigadores de la Universidad de Texas han llegado a la conclusión de que la subida del SMI no tiene un efecto inmediato en la destrucción de empleo, sino que provoca más bien un efecto a medio-largo plazo de no creación de nuevo empleo y reducción de la actividad.
Estas supuestas evidencias son contrarrestadas por el Economic Policy Institute (EPI), que según este estudio concluye que la subida de los salarios mínimos no llega a ser tan decisiva como para expulsar a los trabajadores del mercado laboral; bien al contrario, sí que sería una herramienta eficaz para incrementar el poder adquisitivo de los trabajadores con menos recursos.
En general, parece haber más consenso que recalca los efectos negativos de las subidas del SMI en la creación de empleo. Cada uno es libre de pensar lo que quiera, pero en un país con 26% de paro creo que no solo es conveniente pensar en la calidad del empleo que se crea, sino en la creación misma de empleo. No se trata de escoger entre una cosa buena y una mala, sino entre opciones todas con costes.