Un cuento corriente Un cuento corriente

Se llama a la Economía (más aún en estos tiempos de crisis) la "ciencia lúgubre". Aquí trato de mostrar que además es una de nuestras mejores herramientas para lograr un mundo mejor

La solvencia de los bancos, ¿la garantiza el coeficiente de capital, o los gobiernos?

Enlazo hoy un estudio del economista belga de la London School of Economics Paul de Grauwe titulado Gobierno fuerte, bancos débiles. Me ha parecido muy interesante porque señala que los bancos de la periferia europea (España entre ellos) tienen actualmente ratios de capital que duplican -es decir, son más resistentes- a los bancos del norte (Alemania, Holanda…). A pesar de ello, los sistemas financieros que están en duda son los periféricos. ¿Cómo es posible esta aparente incoherencia? Sencillo: Según De Grauwe «los bancos del norte se benefician de la solidez financiera de sus gobiernos», lo que les ha hecho relajarse en sus medidas para garantizar su solvencia. bce

Desde el inicio de la crisis financiera, tanto en Estados Unidos como en Europa se ha abierto un debate muy profundo acerca del modo de resolver los problemas de solvencia y desconfianza entre los bancos. Básicamente y a brochazo gordo, se distinguen dos corrientes de pensamiento con recetas distintas de cómo asegurar, de cara a los mercados internacionales, la resistencia de los distintos sistemas bancarios en los países en crisis.

Una corriente, cercana a los postulados de nuestro ministro de Economía, Luis de Guindos, aboga por una recapitalización de los bancos a base de aumentar sus coeficientes de solvencia y de obligarlos a provisionar todo aquel activo que pueda estar deteriorado. Los defensores de esta línea, grosso modo, sostienen que el mercado reconocerá estos esfuerzos de las entidades y que sabrán distinguir el grano de la paja, y premiarán a las entidades mejor gestionadas en este sentido.

En el otro lado está la visión que defiende que los mercados, en momentos de crisis y pánico financiero, no atienden a razones ni detalles acerca de la capitalización de tal o cual entidad. Una crisis de esta magnitud puede elevar la morosidad a niveles de récord y se puede llevar por delante cualquier tipo de provisión que se disponga previamente. En ese contexto, dicen los defensores de esta corriente, lo único que mandar un mensaje contundente a los mercados es que el Gobierno, en coordinación con el banco central, garantice que tomará cualquier medida que sea necesaria para sostener a las entidades.

Salvando la infinidad de detalles y matices que me estoy saltando, esto es un poco la diferencia que se ha mantenido entre España y Estados Unidos, por ejemplo, a la hora de abordar el saneamiento y la reestructuración del sistema financiero. En EE UU se tomaron muchas medidas muy rápido, y muchas de ellas poco convencionales. La FED y el Tesoro sostuvieron casi sin dudarlo (ahí está la falla de dejar caer a Lehman Brothers) a su sistema financiero, y el país ha vuelto, aún con debilidades, a la senda del crecimiento. En España, por otro lado, se quiso en todo momento evitar el empleo de fondos públicos, a costa de exigir cada vez mayores requisitos de capital a bancos y cajas.

El resultado es que los bancos españoles aparentemente son más solventes que los estadounidenses o los del norte de Europa, pero el mercado no se lo acaba de creer. Saben que aunque el ratio de capital de un banco de Wall Street sea menor que uno español, las autoridades que hay detrás no tienen la misma convicción de sostener a las entidades «whatever it takes». Lo que deja clara la evidencia es que, digan lo que digan las autoridades, el mercado va por su propio camino. Si no percibe señales sólidas «de país», es difícil que los méritos que acumule una empresa o un sector concreto sean percibidos en su justa medida. Así, buena parte de la solvencia de los bancos está sostenida por los gobiernos.

2 comentarios

  1. «La ideología tiene mala fama. Hay mucha gente que afirma convencidísima no tener “de eso”, con el mismo gesto que pondría para decir que no tiene piojos o tratos con la mafia. Pues bien: si está usted entre esas personas, sepa que en realidad sí tiene ideología, por poco articulada que esté y por escaso que sea el tiempo que dedique a pensar en ella. La tiene usted y la tiene todo el mundo. ¿Por qué? Porque todos contamos con una escala de valores, una noción de cómo deberían ser las cosas y unos planteamientos más o menos elaborados sobre la sociedad en la que vivimos. Este conglomerado nos orienta a la hora de opinar y, aunque sea en un sentido muy básico, tiene contenido político.

    Además de este concepto difuso de ideología, existe otro más concreto, que se refiere al conjunto de principios, valores e ideas que estructuran la visión del mundo de una determinada corriente política y ordenan el comportamiento y decisiones de los actores –partidos, representantes, militantes y simpatizantes- que se identifican con esa corriente. No se trata, como algunos sostienen, de una forma vulgarizada de filosofía, sino de una herramienta distinta, que posee un cuerpo doctrinal y una orientación esencialmente práctica, que evoluciona a través de su acción sobre la realidad en una interacción constante, y en la cual juegan un papel no despreciable los marcos narrativos y las emociones.

    La ideología –difusa y concreta- es consustancial a la política. Por eso resulta chocante la recurrencia con la que muchos representantes públicos tachan de “ideológica” una determinada acción o afirmación, abonando así la idea de que la ideología es per se una cosa rechazable. Es cierto que a menudo los motivos técnicos o económicos esgrimidos para defender ciertas decisiones son simples accesorios, concebidos para adornar lo que en realidad es fruto directo de un posicionamiento ideológico. La cuestión es que quien denuncia algo por ideológico, lanza su denuncia también desde una ideología, de signo contrario o como mínimo discrepante en ese punto. En lugar de calificar algo de ideológico sin más, sería clarificador señalar que lo que se agazapa tras ese algo es la ideología fulanita o menganita, con sus nombres y apellidos; que al denunciante esa ideología no le convence ni le gusta y por qué. Es cierto que estas clarificaciones se omiten por mor de la brevedad o porque se consideran obvias, pero cada vez resulta más necesario especificar lo obvio, no sea que se nos olvide.

    Expresar las propias convicciones nunca es baladí, menos aún en un contexto donde proliferan opinadores, representantes públicos y hasta partidos que se postulan como “no ideológicos” y dicen no ser “ni de derechas ni de izquierdas”, credencial con la cual parecen querer situarse por encima del bien y del mal. Esta tendencia se da en España y fuera de España; no es una rareza patria. Los portavoces de la misma a menudo insisten en proclamar la superioridad de la técnica sobre la política –o de los técnicos sobre los políticos- y en presentarse como adalides de la racionalidad y el sentido común. Esta última pretensión denota una cierta altanería; es como si insinuaran que todos aquellos que se autoubican abiertamente en la derecha o en la izquierda son unos descerebrados. Sin embargo, en realidad quien se posiciona con nitidez en el espectro político hace un servicio a la transparencia, y a los demás nos ahorra el esfuerzo de ubicarle a base de hermenéutica. Tampoco sobra recordar, por cierto, que quienes dicen estar por encima de las ideologías suelen mostrar una persistente tendencia a alinearse con posiciones propias de una de ellas: la derecha.

    La fascinación por la política “no ideológica” –es decir, “no política”, si tal cosa es posible- florece con singular exuberancia en ese populismo que navega cómodamente de babor a estribor según sople el viento, presumiendo incluso de apoyarse en la objetividad de los datos. Sin embargo, la selección misma de los datos implica ya una preferencia, y tras cada preferencia hay un juicio de valor, una visión del ser y el deber ser que nunca es ideológicamente neutra. Los ladrillos de este populismo new age son tan ideológicos como los del más vetusto de los partidos tradicionales, sólo que resulta más arduo verlos bajo las luces de neón y el decorado de diseño.

    Para mucha gente, vacunada por las historias de terror que el fanatismo escribió durante el siglo XX, la palabra ideología se asocia automáticamente con sectarismo e intransigencia. Esa experiencia lúgubre ha ocultado, sin embargo, que en esos mismos cien años y también en nombre de ideologías, miles de hombres y mujeres lograron con gran esfuerzo romper las cadenas que les ataban o ataban a otras personas, ampliar los derechos humanos, civiles y políticos, poner en marcha el motor del progreso y el bienestar en muchos países. Claro que se puede tener ideología de forma consciente, convencida y activa sin ser un descerebrado, un fanático o un sectario, y mucho menos un criminal; lo que resulta cada vez más difícil es tenerla y no verse en la obligación de explicarse y justificarse todo el rato.

    Entre otras razones porque, para terminar de emborronar el panorama, el siglo XX se cerró con la eufórica proclama del fin de las ideologías por parte de una derecha que veía en la caída del muro de Berlín la demostración de su triunfo definitivo sobre cualquier otra interpretación del mundo. No es que estuviera en lo cierto, pero en la práctica tampoco parece que le saliera del todo mal la jugada. A fin de cuentas, las ideologías han acabado bastante desprestigiadas y el marcador de la valoración ciudadana se aproxima al política 0, tecnocracia 1. Un tablero de resultados que perjudica especialmente a la izquierda, porque a la derecha no le disgusta el escenario tecnocrático postpolítico. Pero ojo: el partido no ha terminado, y el marcador puede darse la vuelta si los jugadores -es decir, los ciudadanos- no abandonamos el terreno de juego».

    por Trinidad Noguera
    Follow @TriniNGM
    19/10/2013 Agenda Pública

    01 diciembre 2013 | 01:00

  2. Dice ser Carla

    Creo que está claro. Hace unos meses el rescate lo hizo el gobierno con el dinero de todos, y si es necesario lo volverá a hacer. No ha cambiado nada en la legislación o en el modelo económico que haga pensar otra cosa.

    Carla
    http://www.lasbolaschinas.com

    01 diciembre 2013 | 22:20

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