Por Agustín Arroyo
La brillante intervención de la diputada de UPyD, Irene Lozano, sobre el caso de la militar acosada en su unidad por un superior, no sólo ha dejado al ministro de Defensa noqueado y contra las cuerdas, sino que ha demostrado su nula capacidad dialéctica y resolutiva al tener que leer todas y cada una de las palabras de su evasiva respuesta.
La capitán Zaida Cantera (EFE)
Desde la tribuna de invitados del Congreso de los Diputados la comandante Zaida y su marido, también militar, observaban, con la seriedad que merece su caso, las intervenciones.
Si algo nos ha quedado claro a los ciudadanos de a pie, después del esclarecedor programa de Jordi Évole en la Sexta, es que dentro de nuestro Ejército todavía perviven modos, comportamientos y bloqueos más propios del viejo franquismo que de una democracia consolidada y respetable.
El silencio, el olvido y la falta de valentía por parte de algunos jefes o mandos en erradicar la vergonzosa y delictiva figura del abuso de mando y el acoso sexual, demuestran un grado de corporativismo mal entendido que degrada a quien lo practica.
La venganza o el revanchismo contra Zaida, ante la humillación merecida por el coronel acosador tras su condena, no sólo no es de caballeros sino que es de cobardes. Hay más casos que se ocultan por miedo ante la Justicia Militar. Si los ciudadanos exigimos transparencia en las Instituciones del Estado, el Ejército de España no puede escapar a esta higiene legítima, necesaria y democrática. Todos somos Zaida.
