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La Guerra Caliente

Por Francisco Pineda Zamorano

Pensar que la Guerra Fría terminó con la caída del muro de Berlín es, simplemente, de bienintencionados. Es cierto que desapareció el bloque socialista soviético y con ello quedaron abiertas todas las opciones para el desarrollo del otro bloque, el capitalista, eufemísticamente llamado occidental. Pero en pocos años pudimos comprobar que la guerra fría iba tornándose en guerra caliente con un gran número de conflictos armados que han mantenido y mantienen nuestro planeta en guerra permanente.

En estos momentos, Ucrania se convierte en epicentro de la lucha de poder de los bloques. Todo parece apuntar a un desenlace de guerra civil a las puertas de Europa permaneciendo la Unión Europea agazapada por sus necesidades del gas ruso. Pero los conflictos no han cesado en otras partes del mundo: Afganistán, Irak, Líbano, Palestina, Siria, República Centroafricana, Sudán del Sur, Congo, Colombia, Corea, Egipto y otros de baja intensidad que afectan fundamentalmente al continente africano.

Si la consigna en la Guerra Fría era dotarse de mayores arsenales para persuadir al enemigo y ambos bloques se pertrecharon de material atómico suficiente para hacer desaparecer la Tierra cien veces, en la Guerra Caliente actual lo que prima son los intereses económicos por encima de todos los demás, con unos beneficios extraordinarios para las empresas armamentísticas que hacen su agosto particular.

Dos manifestantes prorrusos vigilan un punto de control cerca de Krasnyi Liman, Donetsk, Ucrania. (Evgeniy Maloletka / EFE)

Dos manifestantes prorrusos vigilan un punto de control cerca de Krasnyi Liman, Donetsk, Ucrania. (Evgeniy Maloletka / EFE)

Lo que ha cambiado en el tablero son los actores. Hoy intervienen muchos más que entonces: China, que está comprando tierras en medio mundo, sobre todo América Latina y África; Rusia, que aprovecha su poderío en recursos naturales para poner en jaque; países emergentes como Brasil, India, Sudáfrica e Indonesia que juegan sus cartas cada vez más potentes. En medio, como siempre, los países empobrecidos que sufren en su territorio y con su gente los intereses de unos y otros por hacerse con sus riquezas, poniendo en peligro permanente la estabilidad política, social y económica, abortando las opciones de desarrollo real y la aplicación de estrategias basadas en las políticas públicas.

Es cierto que el final de la Guerra Fría ha alejado (momentáneamente) el peligro de un conflicto nuclear, pero no lo es menos que los arsenales siguen intactos, renovados y listos para ser utilizados en cualquier momento. Mientras tanto, continuarán jugando a las guerras de sus intereses particulares, considerando a la mayoría silenciosa mundial como simples peones a utilizar en un diseño malvado de ignominia y desesperación.

Los organismos internacionales, especialmente Naciones Unidas, ya no son garantía de nada. Hemos visto cómo pasan de puntillas sobre conflictos muy graves y sólo han cumplido bien con su misión de asistencia humanitaria a desplazados y víctimas de los conflictos. Es decir, la plasmación de su misión sería la correspondiente a una gran ONG mundial, más que a un estamento vigilante del cumplimiento de los derechos humanos, la paz y el desarrollo mundial.