Por José L. Fernández
No hay nada que más gozo nos produzca en unas fechas tan propicias como el ser animado a la fiesta con la caricia que supone a nuestros tímpanos el estallido de un petardo. Y nuestro cuerpo no puede menos que reaccionar rápidamente a tal invitación con síntomas tales como hipertensión arterial súbita, taquicardia, dificultad respiratoria, mareos e inestabilidad, sudoración, vómitos o náuseas, síntomas todos ellos coherentes con la emoción que los provoca. Es por ello que no podemos más que sentirnos profundamente agradecidos ante esos chavalillos, que a veces apenas superan los 50 años, cuando gratuita y graciosamente nos obsequian con una experiencia tan profunda. Es incomprensible que en otros lugares estos benefactores sean severamente perseguidos y castigados.