Por Vicnuel Sánchez González
Recientemente llamé por teléfono a un amigo, quién, al fallecer su mujer, se había quedado solo. Le di el pésame y seguimos charlando un buen rato. Al terminar, se me echó a llorar y, con voz desgarradora, me decía: y ahora…, ¿con quién comento esto que hemos hablado?
Pues esta o similar pregunta se hacen hoy muchas personas que no están viudas ni huérfanas: llegan a casa deseosos de contar lo que les ha ocurrido, bueno o malo, a lo largo de la mañana o del día y se topan con un repetitivo ¡chitón!, porque se está viendo la televisión o navegando por Internet. Y ahí tienes al pobre niño que llega del cole, al pobre anciano o al cónyuge sintiéndose ninguneados (unos don nadie). ¡Qué pena!
Es evidente que las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) tienen muchos pros, pero también tienen algunos contras que causan mucho mal y que, por lo tanto, habrá que tratar de evitar.
Que no tengamos que decir como el de la soleá de Juan Talega: “¿A quién le contaré yo las fatiguitas que estoy pasando? Se lo voy a contar a la tierra cuando me estén enterrando”.
Pero también esta regla tiene sus excepciones; así, por ejemplo, si los miembros de una familia saben por experiencia que, cada vez que entablan una conversación, suelen acabarla tirándose los trastos a la cabeza, tal vez sea mejor que vean la televisión o que naveguen por Internet, incluso durante las comidas.