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Entradas etiquetadas como ‘tecnologia’

Lo guay es ser idiota

Por Miguel Gisbert

Dos chicas haciéndose un selfie (Gtres).

Las mayorías más visibles controlan el mundo o, al menos, los micromundos en los que se expresan. Lo hemos visto en la estrategia de Suecia para superar el acoso escolar. No actúan sobre el agresor para corregir su comportamiento ni sobre la víctima para que se defienda, sino sobre la mayoría expectante. Saben que son todos esos espectadores silenciosos los que pueden, con su opinión y reacción, influir de manera más eficiente en el agresor.

Pues bien, por desgracia parece que este efecto de influencia masiva está teniendo repercusiones negativas en la cultura, el arte y el conocimiento humano. Resulta muy común ver a los más jóvenes escuchar, o mejor dicho poner de fondo, música de base percutiva redundante, por no decir idéntica, y letras de aportación nula en el mejor de los casos o misógina en el peor.

Muy rara vez se puede ver a alguien salirse del estándar, decir que le gusta otro tipo de música, que utiliza el móvil para algo más que snapchat y selfies, que ve vídeos que duran más de dos minutos, incluso ve películas o lee libros. Resulta muy valiente apartarse del rebaño, ser el raro del grupo, opinar de temas que se salen de la simpleza o banalidad extremas. Parece que antes “interesante” era un adjetivo positivo y ahora es justo al contrario, se usa casi como insulto.

En algunos grupos, peligrosamente en algunos muy jóvenes, se pasa de idiota a pedante sin término medio, no se deja espacio a la curiosidad ni al enriquecimiento cultural o artístico. Parece que, como decía Carlos Ruiz Zafón en su novela La sombra del viento: «Este mundo no se morirá de una bomba atómica como dicen los diarios, se morirá de risa, de banalidad, haciendo un chiste de todo, y además un chiste malo».

Somos unos yonquis del móvil

Por J. David Collazo

Notificación de chat en el móvil, llega un nuevo email, un aviso en la red social y otro del grupo que hemos formado los colegas para quedar en los bares, pero que ahora nos sirve de excusa para no hacerlo. Luces, pitidos, alarmas, más luces, y nueva información que ocupa la pantalla manteniéndome informado de todo lo que sucede al momento. Guardo el móvil, doy unos cuantos pasos y vuelvo a sacarlo para mirarlo de nuevo, no hay lucecitas, ni pantallas flotantes, ni vibra, ni suena… Eso me decepciona, vaya bajón de moral. Vuelvo a introducirlo en el bolsillo y antes de llegar al final de la calle el cacharro vibra, lo miro y compruebo que alguien ha subido nueva información al chat de grupo. Menos mal, ya comenzaba a preocuparme. Por un momento creí que me estaba quedando sólo.

Varias personas se distraen con sus teléfonos móviles mientras esperan sentados en un centro comercial en Tailandia (EFE).

Inmediatamente respondo, y de paso, entro en la red a buscar alguna noticia de última hora. Información, más información y mucha más información desde todos los puntos de vista, algunos más interesados que otros. Entro en los artículos y comento con entusiasmo, porque quiero estar presente, quiero que me tengan en cuenta esos desconocidos, necesito más popularidad, quiero que me quieran o me odien. Necesito más luces, alarmas y pitidos con cada notificación de respuestas.

Ávido de estímulos me decido a comentar un artículo más. Es demasiado largo, mejor me leo el titular, y lo demás que se lo lea otro gilipollas porque yo no tengo tiempo, ya han salido cuatro novedades más y tengo otras tantas notificaciones.

Necesito encontrar un lugar wifi inmediatamente, así que entro en una cafetería, y sin mirar al camarero le pido un café y la contraseña de la red. ¡Qué gusto tener una buena conexión! Ya puedo ver todo lo que quiera sin preocupación. Alguien habla en el chat del grupo de un partido de fútbol en Nueva Zelanda, la verdad es que no sé ni cómo se pronuncia el nombre de los equipos, pero es una apuesta rápida para ganarme un dinero en esa máquina con luces y botones que me mira al fondo del local.

Cuando ya he acabo mis apuestas, a las que he sumado tenis y baloncesto, deportes de los que no tengo ni idea, y también he actualizado todos los estados que tenía atrasados, me acuerdo del café sobre la mesa.

En el reloj del móvil veo la hora, y al momento recibo un nuevo mensaje en el que se me advierte de que estoy tardando en regresar. Maldito café, me hace perder el tiempo, y además está frío. Lo bebo apurado y observo a un grupo de niños sentados en la mesa de al lado concentrados y en silencio, cada uno con su propia tablet entre manos mientras los padres toman sus cañas tranquilamente en la mesa de al lado. Pero ¿qué clase de padres perturbados tienen para educarlos así? Yo a su edad jugaba en las calles. Míralos, si parecen zombies con los ojos pegados a la pantalla sin decir ni una sola palabra.

Contesto a una nueva notificación del chat mientras pago al camarero o camarera, no tengo ni idea de quién es, estoy demasiado ocupado en mi vida social, estoy introduciendo un nuevo tema en el grupo de chat: “las nuevas generaciones perdidas de la tecnología”.

De vuelta a casa en el coche, me he tenido que detener en el arcén dos veces para contestar. Pero ahora ya estoy sentado en mi sofá, preparado con mi red, mi móvil, mi pc y mi tablet para estar a todo inmediatamente, sin molestias y sin un segundo de retraso.

Maldita comida, qué molesto es teclear y comer al mismo tiempo. No sé de qué están hablando ahora en casa, pero la que se está liando en USA. Seguro que nadie se ha enterado.

Necesito mi chute de luces, avisos y más información actual. Creo que alguien en el salón me ha preguntado qué es lo que voy a hacer mañana. Perdón, estoy muy ocupado con lo que hago ahora.

¿Quién ganará, el hombre o la máquina?

Por Rafael De Lecea Jiménez 

Tecnología VS Humanos (EUROPA PRESS).

Tecnología VS Humanos (EUROPA PRESS).

¿Vencedores o vencidos? Se dice que Albert Einstein un vez dijo: “El día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad el mundo solo tendrá una generación de idiotas”. No sabemos si de verdad lo dijo, pero eso no le quita razón a la frase. A raíz de aquí les invito a hacer autoreflexión, yo el primero:

¿Cuánto tiempo empleamos en usar el teléfono al día? ¿Cuántas veces, incluso cuando estamos con nuestros amigos, estamos más pendientes del aparato que de ellos? ¿Realmente hemos progresado con la tecnología?

 

La increíble máquina que devuelve monedas de 1 y 2 céntimos pero no las admite

Por Guillermo Martí Ceballos

Me parecen muy poco prácticas estas máquinas que han instalado en las autopistas para el autocobro del peaje. Por ejemplo, en el último tramo del peaje de la C-32 (Área de Tordera – Maresme), el importe a pagar es de 1,11 euros y como dichas máquinas no admiten monedas de 0,01 y 0,02 euros, tanto si metes una moneda o un billete, te devuelven siempre cuatro monedas de 0,01 euros o dos de 0,02 euros, por lo que si tienes que pasar a menudo por este peaje y no quieres pagar con tarjeta, vas acumulando esas pequeñas e inservibles monedas que son un engorro. Me parece incomprensible que con la avanzada tecnología actual, no hayan diseñado estas máquinas para la admisión de monedas de 0,01 y 0,02 euros. Una obviedad que me hace pensar que estas «pequeñas» anomalías cotidianas, tan frecuentes, son el reflejo de las grandes incompetencias que sufre nuestra sociedad.

Imagen de un peaje de la autopista (EUROPA PRESS).

¡Renunciad al postureo!

Por Santiago Morante

Estamos asistiendo, a principios del siglo XXI, al surgimiento de una sociedad preocupada por altos valores morales: ecologismo, solidaridad y respeto al diferente, pero sólo el tiempo que lleva hacerse una foto con el póster de un refugiado en los huesos; luego se nos pasa la solidaridad y nos vamos a por una hamburguesa.
Las causas solidarias importan lo justo como para representar la pantomima de turno. La gente se tira un cubo de agua helada en la cabeza y así cura la esclerosis. Se hacen una foto con un cartel que diga «Bring our girls back» y así presionan muy duramente a Boko Haram para que libere a las niñas a las que secuestró. Corren en carreras en contra del cáncer, para después echarse un cigarrito por lo bien que lo han hecho.
La australiana Amanda Bisk en Instagram (Amanda Bisk/Lofficiel).

La australiana Amanda Bisk en Instagram (Amanda Bisk/Lofficiel).

Las cosas solamente importan de cara a la galería. La de la red social, concretamente. Si no aparece en las redes sociales, no ha pasado, y viceversa. Hay que conseguir que pasen cosas para poder hacerles una foto. Es como si la sociedad quisiera demostrar algo, pero aún no he deducido qué.

Eres aquello en lo que puedes demostrar con fotos que participaste. Estás muy concienciado con el cuidado del medio ambiente si el Día de la Tierra bajaste el brillo del ordenador para que gastase menos. Luego pusiste un mensaje en tu perfil «Ayudando a la tierra. Cuidemos de ella». Ya está, ya eres ecologista.
No digo que la gente no tenga principios, faltaría más, pero al menos que renuncien a fingir que las cosas les importan más de lo que en realidad les importan. Que renuncien, en definitiva, al llamado «postureo».
Se busca iconizarlo todo, estar donde está pasando lo importante, poder decir que se estaba presente en tal o cual acto que acabó siendo recordado, hacerse la foto en el lugar en el que pasó, para luego colgarlo en la red. Los periodistas cubren manifestaciones buscando una foto que pueda convertirse en símbolo. Se busca la foto que pueda ser portada del periódico pero que también sirva como referente de la manifestación. Si se cubre una noticia sobre refugiados, se busca la imagen del niño llorando que sirva de icono.
Podemos ver muchas caras de la sociedad pop. Por ejemplo, tenemos la cultura de las celebrities, aupadas al olimpo de la sociedad por Hollywood, la industria musical y las revistas de moda. Personas que por hacer su trabajo y ganar mucho dinero por ello se convierten en referentes de vestimenta, de peinado, de modales e incluso de valores morales. Esperamos un comportamiento modélico de estas personas solamente porque son millonarias.
El máximo exponente del mundo de las celebrities lo tenemos en las «It girl». Esta selecta comunidad está compuesta principalmente por mujeres jóvenes sin trabajo definido que se han convertido en iconos de estilo por ser famosas. Ya ni siquiera hace falta tener méritos para ser un referente.
Incluso las personas formadas han sucumbido a esta moda. Así tenemos a los iconos tecnológicos y científicos. Si te pregunto quién dirigía Motorola en los años 80, lo más probable es que no lo sepas, a pesar de que inventaron el primer teléfono móvil del mundo. Sin embargo, si te pregunto quién dirigía Apple cuando sacaron el primer IPhone, seguro que lo sabes. Los Steve Jobs, Mark Zuckerberg y compañía han convertido en iconos lo que antes no pasaba de persona de relevancia en el sector. Idolatramos a estas personas, convirtiéndolas en techno-celebrities. Se hacen camisetas con sus caras, se llevan pegatinas de sus empresas en los portátiles, se les piden fotos y autógrafos, y se idolatran sus productos. Cada frase de un icono puede convertirse en una cita histórica.
Existen marcas que han conseguido crear “productos icono”, aquellos que se compran por motivos emocionales, más que racionales. Los llamados hipsters no son más que escaparates de productos icono. Han iconizado una determinada marca de café, un determinado móvil, unas determinadas marcas de ropa, una serie de compañías en definitiva.
Existen incluso lo que podríamos denominar hipsters científicos, aunque la sociedad los llame geeks. Siguen exactamente los mismos patrones que el resto de la sociedad pop, pero desplazados al espectro científico. Han destacado unos científicos por encima de otros, convirtiéndolos en figuras de referencia, casi en símbolos que identifican a gente que piensa como ellos. Los  científicos más destacados dan charlas multitudinarias retransmitidas en directo por internet, donde aplican una gruesa capa de espectáculo sobre la ciencia y la convierten en cultura pop, grandiosa por fuera, pero con poco contenido por dentro.
No me malinterpretéis, no estoy en contra de la divulgación científica, todo lo contrario, soy un gran partidario. Creo que la ciencia debería formar parte de la cultura de las personas, que debería ocupar espacios en la televisión y que debería formarse a todas las personas en unos conocimientos básicos sobre cómo funciona el mundo. Lo que creo que se ha ido de las manos es la iconización de los científicos. Valoramos más a aquellos con grandes dotes comunicativas. Eso es marketing. Hemos iconizado la ciencia.
Los medios de comunicación han favorecido la germinación de la sociedad pop, rindiéndose a memes, a virales o a cualquier contenido multimedia con muchas visitas en cualquier portal de internet. Si un niño acaricia a un perrito y lo ve mucha gente en YouTube, los informativos abren con la noticia. Lo demás puede esperar.
Todas las sociedades han tenido sus iconos, su jerga y sus modas. Pero la sociedad actual genera más elementos icónicos de los que se pueden absorber, seguir o incluso entender. Puede que sea cuestión de adaptación, que la sociedad madure y acabe filtrando la información. O puede que los iconos acaben dictando las pautas sociales y todos tengamos que tirarnos un cubo de agua para no quedarnos atrás.

Humanos contra tecnología

Por María José Viz Blanco

Imagen promocional de la tecnología LiFi (PURE LIFI).

Imagen promocional de la tecnología LiFi (PURE LIFI).

Necesitamos de la tecnología para prácticamente todo en este siglo XXI en el que vivimos. Pero, cuando la máquina falla… ¿es posible encontrar soluciones?

El factor humano parece quedar relegado ante la preponderancia de lo tecnológico, aunque, paradójicamente, haya sido el propio hombre quien la haya creado para hacer la vida más fácil de sus congéneres.

Si pensamos en un coche de los que acaban de salir a la venta, sea cual sea la gama, podemos ver que tienen la mayoría de sus funciones automatizadas. Cuando todo funciona, es maravilloso, pero cuando falla alguno de esos mecanismos, manualmente no se puede conseguir que funcione prácticamente nada. Y quien dice coches dice, por ejemplo, las persianas eléctricas en nuestros hogares que, si tenemos la mala suerte de que se vaya la luz, sin haberlas subido seguimos estando a oscuras, en pleno día.
Más importancia tienen los fallos en maquinarias industriales que suponen un parón en la cadena de producción y grandes pérdidas económicas.
Es necesaria e imprescindible la mecanización en determinadas tareas y ámbitos, pero todo ello no tiene sentido sin la mano de personas físicas que sepan, por un lado, sacarles el máximo partido y, por otro, solventar posibles anomalías. No existe, pues, enfrentamiento, sino una necesidad mutua.  Estamos todos en el mismo barco, con un objetivo común: hacer la vida más cómoda y fácil.

¿Videojuegos demasiado violentos o padres irresponsables?

Por Jaime García Murillo
Watch Dogs.

Un hombre portando un arma de fuego en un videojuego. (VANDAL)

Estamos acostumbrados a adquirir violencia de muchas maneras: series, películas, videojuegos, etc. Pero cuando hablamos de violencia infantil, es decir, la violencia generada por personas menores de 18 años, se les echa la culpa a los videojuegos que se dice que «causan esa violencia».

 Pero, ¿la culpa es de verdad de los videojuegos? En la carátula de los mismos podemos observar las restricciones y los elementos que tienen estos videojuegos (violencia, sexo, drogas, etc.). Mi pregunta es: ¿Debemos culpar a los videojuegos de esta violencia o a los padres irresponsables que no se fijan en qué le compran a sus hijos?

La privacidad para WhatsApp ya no existe

Por Marta Miñarro Rey

WhatsApp actualiza la aplicación con el doble «check» azul, lo que indica que el mensaje que se ha enviado ha sido leído. Sin duda una noticia que se ha viralizado muy rápidamente y que ya está dando mucho que hablar.

Logotipo de la aplicación Whatsapp.

Logotipo de la aplicación Whatsapp.

Aunque parece que se está ganando más detractores que partidarios.

Cuando parecía que con la posibilidad de sacar la “última conexión” se acabaron los dolores de cabeza, por si el mensaje había sido leído o no, resulta que ahora ya nadie se puede escapar.

¿Hasta qué punto ha sido WhatsApp el causante de la ruptura de relaciones?

Parece que se está imponiendo y se le da más importancia a una conversación escrita, la cual se puede malinterpretar según el estado de ánimo, que a una conversación cara a cara.

Aunque el hecho de ver dos “checks” azules es una cosa que no debería afectarnos, ocurre todo lo contrario, ya está causando una preocupación que es inevitable para muchas personas.

¿Está sustituyendo la tecnología a la comunicación interpersonal?

Por Sara Pérez Dolz

Dos personas abrazándose (REUTERS)

Dos personas abrazándose (REUTERS)

Gran parte de mis amigos viven en otros países ya que se han visto obligados a ir a estudiar y/o a trabajar al extranjero.

No ha sido sólo por la sed de nuevas experiencias, ni por una voluntad de cambio de aires, ni siquiera por la excitación de empezar de cero en un nuevo escenario, sino que se han visto obligados a tomar este tipo de decisiones de forma reactiva.

La precariedad tanto laboral como educativa en España ha hecho que la fuga de cerebros se multiplicara exponencialmente en los últimos años. Y esto, además de crear problemas económicos y un enorme vacío de talento, ha generado un nuevo tipo de relación: la virtual o digital.

No siendo posible el encuentro físico o el diálogo presencial, vivo y real, se aceptan sucedáneos tecnológicos que nos crean una ilusión de proximidad.

Pero ¿puede esto a largo plazo sustituir a una relación real? Aún perteneciendo a la “generación digital” debo confesar que esta ilusión de proximidad no es suficiente: necesitamos el calor humano, intransferible a ningún medio digital habido o por haber.  Con este modelo virtual acabamos sintiéndonos íntimamente huérfanos de amistades profundas, aunque la digital la mantengamos.

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Por Elisabet Serena Valls

Las redes sociales, las apps y en general las nuevas tecnologías han cambiado la forma en que nos relacionamos y comunicamos en nuestro día a día. Y es que cada vez es más habitual ver a la gente con un smartphone o una tablet entre las manos.

Hemos desarrollado la capacidad de estar presentes en todas partes sin estar realmente en ninguna de ellas, de sentirnos acompañados en nuestra soledad.

Algunos hablan de la comunicación sin barreras. Yo, del fenómeno socialización de-socializada. Sin darnos cuenta nos hemos vuelto adictos a una tecnología que, en vez de hacernos más sociales, nos aleja cada vez más de la realidad.

Creemos estar acercándonos a las personas, ¿pero no estamos acaso separándonos de ellas? El contacto físico, presencial y más cercano está desapareciendo ante nuestros ojos y parece ser que nadie se está dando cuenta.

¿Las nuevas tecnologías dificultan las relaciones personales?

Por Vicnuel Sánchez González

Una persona navega por Internet. (ARCHIVO)

Una persona navega por Internet. (ARCHIVO)

Recientemente llamé por teléfono a un amigo, quién, al fallecer su mujer, se había quedado solo. Le di el pésame y seguimos charlando un buen rato. Al terminar, se me echó a llorar y, con voz desgarradora, me decía: y ahora…, ¿con quién comento esto que hemos hablado?

Pues esta o similar pregunta se hacen hoy muchas personas que no están viudas ni huérfanas: llegan a casa deseosos de contar lo que les ha ocurrido, bueno o malo, a lo largo de la mañana o del día y se topan con un repetitivo ¡chitón!, porque se está viendo la televisión o navegando por Internet. Y ahí tienes al pobre niño que llega del cole, al pobre anciano o al cónyuge sintiéndose ninguneados (unos don nadie). ¡Qué pena!

Es evidente que las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) tienen muchos pros, pero también tienen algunos contras que causan mucho mal y que, por lo tanto, habrá que tratar de evitar.

Que no tengamos que decir como el de la soleá de Juan Talega: “¿A quién le contaré yo las fatiguitas que estoy pasando? Se lo voy a contar a la tierra cuando me estén enterrando”.

Pero también esta regla tiene sus excepciones; así, por ejemplo, si los miembros de una familia saben por experiencia que, cada vez que entablan una conversación, suelen acabarla tirándose los trastos a la cabeza, tal vez sea mejor que vean la televisión o que naveguen por Internet, incluso durante las comidas.