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La quiebra del sentido común

Por Robertti Gamarra

Transcurrido ya un tiempo desde que se descubrió el fundamento de esta crisis económica, que tanto argumento ha dado a los expertos para verbalizar realidades que incluso desconocían, por lo visto todo se debe al desequilibrio del gasto y la capacidad para asumir los pagos. No es fácil, sin embargo, recorrer los puntos que llevaron a padecer este desgaste económico capaz de acabar con infinidad de buenas iniciativas. En resumen, asumir la quiebra del sentido común es un principio para encarar la posible recuperación.

Por desgracia, los momentos amargos no acaban para las pequeñas empresas. Puedo afirmar con rotundidad que la abrumadora mayoría de situaciones desagradable siempre se impone a las pocas alegrías que dan en estos tiempos las iniciativas comerciales. Pero, de cualquier tropiezo hay que sacar conclusiones positiva. Yo viví en primera persona el inicio de esta crisis, al mando de tres pequeñas empresas. Recuerdo cuando empezó el desbarajuste de los precios, que pronto se trasladó al ámbito de los trabajadores especializados de nuestro sector.

Leía un comentario al final de un artículo del periódico sobre el empleo, donde un lector se quejaba de la acusación infundada, según decía, de que muchos parados no quieren trabajar, de que rechazan el trabajo por considerarlo indigno por la falta de equilibro entre la dedicación o esfuerzo exigido a la remuneración que se ofrece. Yo recuerdo haber vivido la misma situación cuando estalló la burbuja, pero a la inversa. InemEntonces los candidatos a un puesto de trabajo, no la mayoría, rechazaban de plano el compromiso porque no consideraban adecuada la remuneración derivada de las tareas a realizar. Querían cobrar más, y si no lo hacían preferían buscar una oferta mejor en otro sitio.

Analizados desde la lejanía, esos acontecimientos cobran ahora una importancia capital para entender dónde y cuándo se originó todo. Resultó que de repente empezaron a subir los precios de las viviendas, los alimentos, y en poco tiempo esta burbuja se trasladó al ámbito profesional, por lo que empresas como la nuestra se encontraron con la necesidad de cubrir sus plantillas y sin capacidad para hacer frente a los costes. Pero ¿cómo se solucionó eso? Al final ese desajuste derivó en la asunción de compromisos imprevistos que acabaron con los recursos de las empresas, obligándolas a cerrar al no encontrar ayuda siquiera en los bancos.

Esa es la realidad que yo viví aquel entonces. Cuanto más crecían los precios, más necesidad había de subir los ingresos, lo cual obligaba a las pequeñas empresas a contratar por encima de sus posibilidades. Sin embargo, mientras esta situación crecía, empezaron a proliferar los anuncios, sobre todo políticos, de que se estaba viviendo la mejor situación social de la historia, sembrando en la gente la falsa idea de que todo era posible, que adquirir deudas no debía preocupar a nadie, ya que difícilmente se perdería el puesto de trabajo.

Ahora, pasado un tiempo desde el descubrimiento de la realidad que generó la crisis, existe una verdadera posibilidad de que se relajen los precios en todos los sectores, quizá sea ese el principio de la recuperación que tanto falta nos hace.