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Entradas etiquetadas como ‘patronal’

Pesadilla patronal

Por José Antonio Pozo Maqueda

Ayer tuve una pesadilla. Soñaba que el presidente de la patronal asomado a la ventana de su alcoba situada en una espléndida mansión gritaba desde lo alto, roja su cara de ira, a una multitud de trabajadores con contrato indefinido -entre los que me encontraba yo aJuan Rosell la cabeza- que acababan de ser despedidos de sus empresas y que marchaban a través de un paisaje agreste uno detrás de otro, en fila india: ”¡Privilegiados, privilegiados, os vais a enterar de lo que vale un peine, os voy a sacar (sic) todos vuestros privilegios!”. Inmediatamente desperté inundado de sudor, no sé si por el calor reinante en mi dormitorio – era pleno mes de agosto- o por la pesadilla. Miré la hora que marcaba el despertador, eran las tres de la madrugada, y traté de nuevo conciliar el sueño.

Los estudios de Rosell

Por José Antonio Pozo Maqueda

Juan RosellPreguntado en televisión sobre si había sido un buen estudiante —con motivo del polémico “6,5” del ministro Wert (de nota media para la concesión de las becas)— el presidente de la patronal española, Juan Rosell contestó que antes de entrar en la universidad no demasiado, pero que después cursó dos carreras universitarias.

Pues bien, que yo sepa el señor Rosell es solo ingeniero industrial por la Universidad Politécnica de Barcelona. Posteriormente se matriculó en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid donde no obtuvo la licenciatura. También resulta curioso que en la biografía de una conocida página de la red aparezca como ingeniero industrial y periodista.

Huelga a la antijaponesa

Por Julián Salas Camarero

Estoy cansado de que los zánganos no secunden las huelgas y de que sean siempre las personas más trabajadoras las que lo hagan. Hay excepciones, claro, pero esa es la regla (mira a tú alrededor si tienes dudas). Resultado: el daño económico y el riesgo de represalias siempre lo padecen los que menos lo merecen.

Para evitar tamaña injusticia propongo lo siguiente: la huelga a la antijaponesa. Si en la japonesa se trabaja más para provocar grandes trastornos a los empresarios (exceso de producción, caída general de los precios…), la antijaponesa consistiría en hacer lo menos posible y no hacer trabajar a los demás. Esto es, no mandar trabajos a los compañeros y ralentizar en la medida de lo posible lo que nos manden hacer. Vamos, trabajar como lo hacen los zánganos que no hacen las huelgas. Para ello habría que simular que trabajamos mucho: mover papeles, quejarse, bufar, hablar por teléfono (con la familia y bajito), estar media hora en el baño… (Si no sabes cómo, fíjate en tus compañeros esquiroles, son profesionales en hacerlo sin que se les note.)

Ventajas: descendería la producción, no nos tocarían el sueldo y los vagos, por fin, apoyarían la huelga. Éxito total.

¿Cuál es el precio de una huelga?

Por Agustín Hernández de la Torre

Cada vez que se convocan huelgas y especialmente cuando pueden suponer la paralización del sector privado se hacen desde la patronal, las cúpulas empresariales e incluso desde los gobiernos, declaraciones sobre el impacto en términos económicos. Así, se da el dato sobre las pérdidas ocasionadas y el coste que en general supone el ejercicio de este derecho del trabajador. Sin embargo, nada se dice del precio que se paga por el mismo: cada trabajador que libremente (por supuesto) decide secundarla deja de percibir su salario por ese día en los términos que establece la ley.

Quizá se deberían hacer públicas las cifras del ahorro en ese sentido. Puede que no sea proporcional a la reducción de ingresos producida, pero tampoco son exactamente pérdidas las reducciones del beneficio en base a las que se amparan las empresas para plantear ERE, despidos, y alteraciones de las relaciones laborales permitidas por unas regulaciones aprobadas sin sensibilidad en el ámbito del trabajo y contra las que precisamente se lleva a cabo la protesta.

El amor al arte es otra cosa

Por Rebeca López

El otro día escuché a Eva Hache explicar en un monólogo lo que era la vocación. “Es una excusa de la patronal para pagarte una mierda por tu trabajo (…), no sé en qué momento de la negociación entre empresarios y sindicatos se confundió la vocación con vacación… ¡y así estamos!”, decía. Pues bien, en clave cómica se refería a una situación que preocupa enormemente a los jóvenes, que aunque algunos se empeñen en decir que estamos dormidos, estamos aquí bien despiertos, luchando por lo que es nuestro y por nuestro futuro, que a día de hoy se presenta más que negro.

La gran mayoría de esta generación, que no olvidemos es la más preparada de la historia, no estudiamos por amor al arte, no hemos dedicado los últimos diez años de nuestra vida a licenciarnos, postgraduarnos, hablar idiomas, volver a estudiar para equiparar nuestro título al nuevo espacio de educación europea, con el gasto económico que eso supone, para trabajar ahora por amor al arte, por vocación.  Porque después de este esfuerzo nos parece que nos escupen en la cara cuando nos proponen un sueldo irrisorio por un trabajo para el que necesitamos un máster e idiomas.

No se equivoquen los señores empresarios: el amor al arte es otra cosa. No es que esta generación no tenga capacidad de esfuerzo, no.  Es que la paciencia se nos está acabando. Nos hemos pasado estudiando cerca de 20 años porque nuestros padres, que querían un futuro mejor para nosotros, nos decían que si queríamos trabajar teníamos que estudiar y esforzarnos mucho. Y no nos decían, “si quieres vivir como un rey, por encima de tus posibilidades, estudia”; no. Nos  decían: “si quieres trabajar”.

Y eso es precisamente lo que queremos. Trabajar. Trabajar en lo que hemos estudiado, en lo que es nuestra vocación; que no es otra cosa, según la RAE, que la inclinación a cualquier estado, profesión o carrera. Y para eso hemos estudiado, para poder elegir en qué trabajar. Trabajar para vivir, para vivir bien y en la medida de nuestras posibilidades. Porque no se nos caen los anillos por doblar camisetas, cocinar hamburguesas, cuidar niños en vacaciones o servir copas…. pero para eso no nos hacían falta tantos años de estudio, tanto máster, tanto inglés, ni tanto dinero invertido que va a parar a unas Universidades incapaces de hacer valer todo el talento que sale de sus aulas.

¿Y qué pasa con la siguiente generación? Esa que llamamos “ninis”. Es evidente que tienen el futuro igual o más negro que nosotros. Pero, ¿quién les propone una alternativa mejor? Ni estudian ni trabajan. Dada la situación actual, quizás haya muchos de ellos que aunque quieran estudiar no puedan. Uno de los progenitores en paro, una hipoteca, la subida de las tasas en la Universidad, la dificultad de conseguir una beca… todo eso influye para que no estudien aunque quieran estudiar. ¿Y lo de trabajar? Pues sin haber estudiado, porque no hayan podido o porque no hayan querido, pueden dedicarse a algún trabajo de los arriba propuestos, pero están todos ocupados por la generación anterior a la suya.  Seguro que todos tienen alguna vocación, pero el amor al arte no da de comer.