Por Alejandro Prieto
En mayor o menor grado y con más o menos asiduidad, las personas actuamos bajo la batuta de la impertinencia o nos pronunciamos de manera impulsiva y sin recapacitar. Es decir, tendemos a cagarla.
Ello es algo que, hasta hace unos años, no solía propagarse más allá del círculo o ámbito en el que se manifestaba la tontería, el error o la estupidez. Sin embargo, la aparición de las redes sociales ha hecho posible que las salidas de tono e impertinencias se ramifiquen y difundan a una velocidad trepidante, dando lugar a posteriores aclaraciones, disculpas y, en raras ocasiones, a la asunción de responsabilidades. A saber si es una cuestión de prisa por llegar a la meta con ventaja, de un desbocado afán de protagonismo o de una compulsiva necesidad de expresar en voz alta mamarrachadas y lindezas, pero parece que lo ocurrido con la utilización de servicios como Twitter, en determinados casos, es como para hacérselo mirar.