Por Elisabeth Moreno
Jornaleros trabajando en unos cultivos. (ARCHIVO)
La semana pasada me robaron en la finca en la que estamos alquilados. Se llevaron todas las máquinas de valor, en total calculo que nos quitaron alrededor de 2.000 euros.
Fuimos a denunciar el robo y lo único que se le ocurrió decir al agente de la Guardia Civil fue: darlo por perdido… «Estupendo», pensé. Pero si mis apellidos fueran conocidos, seguramente se esforzarían un poquito más.
No solo robaron máquinas para el cultivo sino que también robaron el trabajo de toda una temporada, nuestra comida y parte de nuestro ocio. Gracias a Dios dejaron a las gallinas en su sitio, pienso que fue porque en su furgoneta ya no les cabían más enseres puesto que no fuimos los únicos perjudicados —el resto de fincas que comunican con la nuestra también sufrieron estos hurtos—.
Como desconfío de la capacidad de la policía para encontrar los objetos robados, a no ser que se los encuentren de frente y los ladrones se delaten, lo expongo aquí más bien para desahogarme que otra cosa.
Todo el mundo sabe que es injusto pero ¿no se podría evitar esta clase de robos en el campo? Seguro que si volvemos a comprar máquinas o algo de valor, lo volverán a robar y nosotros volveremos a escuchar el mismo argumento por parte de los agentes. Robar en el campo se puede convertir en un pasatiempo, es demasiado sencillo y se pueden hacer pocas cosas legales para remediarlo.
La crisis está provocando que aumenten estos hechos, pero eso no es excusa ni un pretexto para seguir haciéndolo.