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Entradas etiquetadas como ‘inmigrantes’

Alambradas y muros

Por Olga Santiesteban

Varios refugiados haciendo cola dentro de las instalaciones del parque olímpico de Atenas (Yannis Kolesidis/EFE).

Varios refugiados haciendo cola dentro de las instalaciones del parque olímpico de Atenas (Yannis Kolesidis/EFE).

Muchos de nosotros recordaremos sin duda, especialmente los de mi generación, la canción ‘libre’ del desaparecido y recordado cantante Nino Bravo, pero lo que igual no conocemos es su verdadero significado y la historia que hay detrás de ella.

Nos habla de un joven de la antigua Alemania del este, el primero que murió al intentar cruzar el recién construido Muro de la vergüenza, acribillado por los soldados que lo vigilaban, convirtiéndose en todo un símbolo para todos los que buscaban una vida mejor, huyendo de miserias, horror y dictaduras.

Aquellas fotos dieron la vuelta al mundo, exactamente las mismas que ahora vemos con los que buscan esa vida mejor, igual que nuestro joven alemán. Parece que después de los años que han pasado no hemos aprendido nada, seguimos levantando muros y alambradas con actitudes y declaraciones que rozan en muchos casos el odio y la xenofobia, impropias en algunos países (en muchos, no tanto) comprometidos supuestamente con los derechos humanos.

Les invito a todos ellos a repasar la letra de dicha canción; alambradas que son trozos de metal, caminar felices sin cesar detrás de la verdad, para saber lo que es la libertad y quedar tendido en el suelo sonriendo y sin hablar, con flores carmesí que brotan en su pecho sin cesar. La única diferencia que hay es que esa foto cambia del blanco y negro al color.

No se puede perder nunca la solidaridad entre los pueblos porque por muchos muros y alambradas que levantemos seguirán caminando en busca de esa libertad.

 

 

 

Las ‘huidas’ de Rajoy

Por Ángel Villegas Bravo

No se cansan el presidente del Gobierno, sus ministros, los altos cargos de su partido y la brigadilla mediática afín, de ensalzar la buena marcha de la economía; pero ocurre que los números son los números, y al final dejan con el trasero al aire a todos estos propagandistas de la mentira.

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en el Palacio de la Moncloa (EFE).

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en el Palacio de la Moncloa (EFE).

Y los números dicen que ahora hay menos personas trabajando en España que cuando Rajoy llegó al Gobierno; dicen que hay menos parados que reciban prestación de desempleo y dicen que este Gobierno se ha ‘fumado’ más de la mitad de la hucha de las pensiones. Dicen, también, que hay menos parados, sí; pero ya se encargan los interesados en ocultar los cientos de miles de inmigrantes que han dejado nuestro país y los muchos miles de españoles que se ha visto obligados a emigrar. Dicen que los comedores sociales no dan abasto, que los sueldos han bajado y que hay millones de ciudadanos que, aún trabajando, son pobres.

Un breve repaso por la legislatura de Mariano Rajoy nos lleva a que las cosas, para el ciudadano de a pie, no solo no han mejorado, sino que han empeorado, que la desigualdad ha aumentado, que seguimos emigrando, que la sanidad pública se sigue privatizando, que la corrupción no se castiga e, incluso, se encubre, que se intenta mediatizar a los jueces y que se promulgan leyes represivas, como la llamada «ley Mordaza».

Por ende, el gestor ‘magnífico’ de este país, se niega a debatir con los demás candidatos. Las huidas del presidente empiezan a ser tan conocidas como las de aquel torero famoso por sus espantadas.

La excepción como argumento de la injusticia

Por I. G. M.

Hay una costumbre en cualquier debate que se puede escuchar en plazas; bares, redes sociales y, a veces, en parlamentos, que hace que él mismo deje de ser limpio y se convierta en un debate tramposo: argumentar que una excepción justifica el hecho de cometer una injusticia.

Se pueden poner bastantes ejemplos:

No se puede ayudar más a los parados porque hay algunos que tienen mucha cara y aprovecharían para vivir a costa de todos nosotros. Hay que privatizar los servicios públicos porque hay algunos funcionarios que no dan palo al agua. La sanidad pública no debe atender a los inmigrantes porque hay algunos que vienen a hacer turismo sanitario. No se puede ayudar a los desahuciados porque hay algunos a los que les ha ocurrido porque no quieren trabajar y se aprovechan. Hay que hacer pagar las medicinas a los abuelos porque hay algunos que las piden sin control, y acumulan muchas en su casa.

(EFE)

(EFE)

El último de estos ejemplos se viene escuchando durante estos días: No hay que dejar entrar a los refugiados a Europa porque entre ellos hay algunos terroristas del ISIS. Esta forma de verlo, mezclada con el miedo, puede ser, sin duda, un generador de odio; no hacia algunos terroristas, sino hacia todos los refugiados. Cada persona construye su opinión como quiere, pero sólo hago una observación; es curioso ver que estos argumentos suelen perjudicar a los que menos tienen y suelen ser lanzados (directa o indirectamente) por los responsables de impedir que estas excepciones se produzcan.

 

El derecho a la dignidad en los CIES

Por Luis Fernando Crespo Zorita

Inmigrantes en los CIES (HUGO FERNÁNDEZ /20 MINUTOS)

Inmigrantes en los CIES (HUGO FERNÁNDEZ /20 MINUTOS)

Los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIES) se han convertido en un recurso policial extemporáneo para la retención de personas, sometidas al único procedimiento administrativo sancionador que utiliza la privación de libertad como medida cautelar, a pesar de que tales expedientes deben ser resueltos con una multa y solo excepcionalmente con la expulsión forzada del territorio nacional.

La organización y la gestión de los centros la asume directamente la Dirección General de la Policía; es decir, la Policía detiene a los extranjeros (a veces, por su aspecto); instruye el expediente; propone la sanción; el delegado del Gobierno decide y se mantiene la retención hasta 60 días.

Durante ese tiempo, la atención personal a los internos será encomendada a la ONG de turno y, finalmente, se ejecuta la sanción, todo ello bajo el principio policial de la mínima intervención, hasta el punto de que, a veces, se les han muerto los internos sin que nadie se haya dado cuenta de que estaban enfermos.

La custodia y la intervención con los internos debería ser prestada por funcionarios de la Administración civil del Estado con la formación suficiente y con el altísimo compromiso profesional que exige un servicio público tan complejo como es mantener a una persona privada de libertad. A pesar de la sentencia del Supremo, parece que el derecho a un trato digno seguirá sin entrar en los CIES.

No emigran, huyen

Por Francisco Javier España

Señor Rajoy, lo que está pasando en la valla de Melilla, junto con la llegada masiva de subsaharianos cruzando el Estrecho en improvisadas pateras, me recuerda que no hace mucho usted reprendía al anterior Jefe de Gobierno porque sus políticas estaban provocando lo que llamo el “efecto llamada”, frase que junto con la palabra “ocurrencia”, fue la base argumental de la oposición de su partido durante siete años.

Llegada masiva de inmigrantes subsaharianos en aguas del Estrecho de Gibraltar. (Carrasco Ragel / EFE)

Llegada masiva de inmigrantes subsaharianos en aguas del Estrecho de Gibraltar. (Carrasco Ragel / EFE)

¿Y ahora cuál es el motivo de tanta afluencia de inmigrantes? Porque bien le podríamos reprochar a usted la misma cantinela por abrir el melón de la esperanza de millones de subsaharianos diciendo en aquella rueda de prensa “triunfal” del día uno de agosto que “la recuperación ha llegado para quedarse”.

No obstante, la realidad es otra. Ahora los centenares de miles de personas que intentan llegar a Europa, lo hacen porque huyen. Huyen de la pobreza extrema que han heredado después de siglos de colonialismo.

Huyen de los reyezuelos corruptos que gobiernan sus países en connivencia con occidente. Huyen de la falta de respeto por la vida consecuencia de la depredación de recursos llevada a cabo por corporaciones internacionales sin escrúpulos.

Huyen de la barbarie de la guerra alimentada por los vendedores de armas. Huyen de las hambrunas propiciadas por luchas étnicas y religiosas sin sentido y por último, huyen de unas enfermedades mortales que llevan años cebándose sospechosamente con África.

La España que decrece

Por Pedro García

A principios del pasado mes de julio conocimos unos datos demográficos preocupantes. En 2013 más de medio millón de personas abandonó España y sólo 300.000 decidieron venir, lo que hizo que a uno de enero de 2014 la población se situara en poco más de 46 millones y medio.

Imagen de una persona en un aeropuerto. (Juanjo Martín / EFE)

Imagen de una persona en un aeropuerto. (Juanjo Martín / EFE)

Por segundo año consecutivo desciende el número de personas que viven en nuestro país. Las cifras son consecuencia de dos tendencias. La primera es que España ha dejado de ser un país de inmigrantes para convertirse en un país de emigrantes. El saldo migratorio es negativo. La situación económica y la mejora de las condiciones de vida en países como Ecuador y Perú han hecho que muchos de los que vinieron hace años se estén marchando.

A eso hay que añadir una baja tasa de fertilidad. No hay suficientes nacimientos para equilibrar las defunciones. Las españolas tienen pocos hijos. En algunos casos por opción personal, pero en muchos otros casos por que el contexto laboral, familiar y social se lo hace muy difícil cuando no imposible.

La Cátedra de Política Familiar ha realizado numerosos estudios en los últimos años en los que se refleja que la mujer española quisiera tener más hijos pero en muchos casos se ve empujada a posponer la decisión o a olvidarse de su propósito.

La España menguante tiene consecuencias económicas y sociales. Los poderes públicos deben remover los numerosos obstáculos para las mujeres que quieren ser madres y no pueden.

La casa y el muro

Por L. R.

Imagen virtual de la prolongación del espigón de Ceuta anunciada por Interior.

Imagen virtual de la prolongación del espigón de Ceuta anunciada por Interior.

Esto era una casa a las afueras de una gran ciudad. Tenía tres plantas y un jardín precioso cercado por un alto muro. Su dueña la cuidaba con esmero e intentaba con alguna dificultad que día a día la casa mejorara. Una noche saltaron el muro dos personas pobres que llevaban varios días sin comer. La dueña les dio alimento y les dijo que si querían trabajar podrían echarle una mano con las labores de la casa con las que ella sola no podía. Estas personas se pusieron contentísimas y aceptaron sin dudar, así que la dueña les preparó un cuarto. Ellos hacían muy bien su trabajo y la dueña no tenía ninguna queja de ellas, al contrario les estaba agradecida. Pasaron algunos días y cuatro personas más saltaron el muro otra noche, igual de pobres y de desesperadas que las primeras. La dueña de la casa les dio de cenar y les dijo que si querían podrían ocuparse del jardín que últimamente no tenía tiempo de cuidarlo. Ellos de nuevo aceptaron muy contentos y la dueña les preparó otra de las habitaciones. El jardín se arregló y estaba más bonito que nunca.

Así pasaron los meses y cada cierto tiempo había más personas que saltaban el muro y entraban en la casa. La dueña intentaba encontrarles trabajo y habitación pero cada vez eran más y más y llegó un momento en el que las habitaciones se agotaron así que colocó tiendas de campaña en el maravilloso jardín. El trabajo también se acabó y las personas que llegaban a la casa ya no podían trabajar así que se buscaban la vida como podían.

La dueña, desesperada, colocó cristales en la parte superior del muro para evitar que la gente saltase ya que era imposible darle cobijo a nadie más. Incluso así, los pobres desesperados lo intentaban y cuando alguno conseguía saltar y se hacía daño, la dueña le curaba e intentaba encontrarle algún hueco entre las abarrotadas tiendas del jardín. Más tarde decidió colocar vigilancia pero cuando usaban disparos para asustar, los vecinos, que nunca ayudaron a la dueña y no ofrecían trabajo a los pobres desesperados, se quejaban por el ruido. El intento fue inútil, pues la dueña sólo podía pagar dos guardias y los intentos de saltar el muro eran ya de 50 o 60 personas.

Y al terminar de escribir esta historia, pensemos: ¿cuál será la solución para la dueña? ¿Cómo acabará la casa y el muro? Yo no lo sé.

Solo se busca intimidar

Por Sergio Leiva

128698No es solamente por ser de etnia gitana, o tener rasgos latinos o árabes o negros, es exclusivamente por intimidar. Ejercer intimidación sobre el otro. A eso se limita el accionar policial, principalmente el de la Policía Nacional. El martes 15 de octubre por la mañana, en la calle de Santísima Trinidad en Madrid, saliendo de la Biblioteca Pública me solicitaron documentos y me hicieron esperar hasta que lograron comunicarse. Me surgen, como a Mohamed Gerehou, varias preguntas:

1º ¿Tienen derecho a preguntar si llevo drogas, “un porro”, o si “porto armas”?. ¿Si llevo la vianda y llevo cuchillo y tenedor, me considerarán “armado y peligroso”? ¿Las aspirinas no son drogas?

2º ¿Qué derecho tienen, si me están “identificando”, a revisar mi mochila o a pedirme que vacié los bolsillos, a comentar entre ellos lo que llevo en ella, o a pedirme que mantenga las manos fuera de los bolsillos de mi pantalón (costumbre que tengo desde los 4 años)?

3º ¿Tengo derecho a negarme a responder a sus preguntas? ¿Para qué me preguntan si he sido detenido alguna vez? Mentir es pecado, solo es delito si es ante un juez. Además, yo soy ateo.

4º Dos sujetos sin uniforme se identifican como policías. ¿Y cómo puedo saber si son policías o no? ¿Me puedo negar a identificarme hasta que vengan uniformados?

5º El 64B o 6B4, no recuerdo el número del vehículo, que me hizo perder mi tiempo estaba mal aparcado sobre la calzada par de Santísima Trinidad en la zona de Metro Iglesia, si algún vehículo lo embiste o no puede pasar, ¿nadie es responsable de eso?

Policías con la bandera de España en el cargador del arma, con cintas con los colores rojo y amarillo en la antena de la moto y algunas otras “exquisiteces” más, son algunas de las cosas que debe soportar el ciudadano promedio. Mientras que la inseguridad en el metro, en cercanías o en el transporte público es cada vez mayor. Siempre la culpa es “de los jueces que los dejan salir así como entran”, o de “las leyes que protegen a delincuente”. La poca falta de profesionalismo y demasiadas series de televisión o películas nunca son mencionadas.

Por una “identificación” en el metro de Cuatro Caminos, llegue media hora tarde a mi trabajo y me costó 60 euros. Cuando fui a la comisaria de la zona a buscar un justificante, me tomaron los datos y me dijeron que me llamarían. De eso ya van cuatro años. Por todo esto y algunas otras cosas, me mantengo en mi afirmación inicial: Solo se busca intimidar, ejercer poder sobre el otro. “Yo soy la ley” decía el Juez Dreed y Stallone en una película de los 80, antes de empezar a disparar. Esperemos no llegar a esos extremos. Una aclaración, no soy ni negro, ni chino ni magrebí. Nací en Buenos Aires, y tengo nacionalidad española por mi madre. Si vuelvo a ser “demorado” para ser “identificado” no pienso responder ninguna pregunta, ni dejar que revisen mis pertenencias. Prometo volver a escribir contando lo que suceda.

Nuestros africanos

Por Agustín Arroyo Carro

África también existe. Está en Madrid y en muchas ciudades de España. Se mueven individualmente, de dos en dos, o en grupo reducidos. Arrastran voluminosas bolsas como viejos paracaídas negros o blancos donde transportan sus heterogéneas mercancías: bolsos, perfumes, collares, esculturas de madera, pulseras, relojes, chandals, camisetas, sudaderas, nikis, cinturones, gafas de sol, dvds de música y películas pirateadas.manteros

A veces caminan solos con una sonrisa en el rostro, portando su impedimenta y ofreciéndola en bares, terrazas concurridas, plazas, bulevares, chiringuitos de playa, parques o calles céntricas.

Otros trabajan en la construcción o en la recogida de la fresa o la aceituna. De vez en cuando salen corriendo en estampida al otear a la policía que les acosa sin descanso. Los hay que pasan largas horas de pie junto a los supermercados vendiendo “La Farola” o abriendo amable y gentilmente la puerta a los clientes.

Conozco a tres de ellos: Wamba, Almanzor y Estela. No viven en mi barrio pero son ya como nuestros bondadosos vecinos. Desde su mirada profunda y humilde nos transmiten a diario el saludo y el abrazo de nuestra madre África y su cercana lejanía.

La salud, la inmigración y la demagogia

Por Luis Fernando Crespo Zorita 

La ley de Extranjería, que fue aprobada por una amplia mayoría parlamentaria pero no por el PP (dimisión del Ministro Pimentel), consolidaba en su artículo 12 la asistencia sanitaria para todos los empadronados, autóctonos o foráneos. Aznar hizo la campaña electoral del año 2000 prometiendo mano dura contra la inmigración, y ya entonces pretendía acabar con el “turismo sanitario”; cuando obtuvo mayoría absoluta endureció absolutamente las condiciones de acceso y permanencia de los inmigrantes en España pero no se atrevió a tocar el artículo 12.  Alguien le convenció de que además de extranjeros “irregulares” tendríamos enfermos desasistidos, y ninguna sociedad democrática puede permitirse este lujo. Ahora la amenaza universal de la crisis parece justificar los recortes más aberrantes contra la libertad y contra los derechos humanos fundamentales de los más débiles, o lo que es peor aún, como ha hecho Rajoy, le ponen precio de mercado.

El sistema público de salud es un sistema de protección social, esto es, todos aportamos aunque no todos lo necesitemos. Los estudios realizados por organismos públicos y privados sobre cuál es la aportación de los inmigrantes al sistema de salud y cuál es el gasto siempre son positivos: aportan más de lo que reciben. Los inmigrantes, regularizados o no, son sobre todo trabajadores jóvenes, solo acuden al médico cuando es absolutamente imprescindible para mantener sus  condiciones físicas y psíquicas para  el empleo.

Cuidar la salud es un derecho humano básico pero también un mandato constitucional para las Administraciones y un deber para cada ciudadano; por interés público y salud colectiva las administraciones deben facilitar esta labor de todos y para todos. Lo demás es demagogia, por no atreverme a decir racismo.

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