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Entradas etiquetadas como ‘indigencia’

Tenía 3.500 amigos en Facebook y murió solo

Por Marga Alconchel

José Ángel vivía en un pueblo de Pontevedra rodeado de basura, aunque él probablemente no la definía así. Recogía cosas de los contenedores montado en una de las bicis que también había rescatado. Enfermo de síndrome de Diógenes, acumuló tal cantidad de trastos alrededor de su pequeña casa que sólo podía entrar y salir por una ventana. Por donde entró la policía para recuperar su cuerpo, que ya llevaba una semana muerto.
 
Tenía 51 años, vivía solo y estaba solo en el mundo real, aunque tenía 3.544 amigos en Facebook y se comunicaba habitualmente por Whatsapp. Precisamente uno de sus contactos, una mujer de Canarias, avisó a la policía de Vigo porque hacía una semana que no le contestaba.  Lo encontraron, salió en los medios, había nacido en Vigo, se explicaron los datos conocidos. Nadie reclamó su cuerpo, nadie se presentó como familiar o amigo real. El ayuntamiento se hizo cargo del entierro como acto de beneficencia, y fue colocado en el cementerio de Pereiro tras el número 113.
La noticia que recogen los medios recuerda otros casos de indigentes que en pleno invierno han hecho fuego para calentarse y el humo ha acabado asfixiándolos, o el fuego calcinándolo todo, sin que nadie se haya dado cuenta hasta que el olor se ha hecho insoportable o los bomberos lo hayan entresacado de los restos.
 
Acumulación de basura en casa de un enfermo de Síndrome de Diógenes (Wikipedia).

Acumulación de basura en casa de un enfermo de Síndrome de Diógenes (Wikipedia).

Dicen que ellos no quieren ir al médico, dicen que viven así porque quieren, dicen que no aceptan los servicios de beneficencia de las Administraciones. Lo que no dicen con tanto énfasis es que son personas enfermas, personas que en algún momento perdieron el camino para relacionarse con los demás, personas que quedaron atrapadas en sus propias telarañas mentales y no encuentran la salida.

El espacio físico que una persona considera “su casa” es, literalmente, su refugio, el  lugar donde se siente a salvo. Para ellos, acudir a un centro donde le faciliten ayuda con la casi obligación de ducharse (tiempo que algunas veces emplea la organización para tirar sus ropas mugrientas y darle otras limpias), es un momento de mayor vulnerabilidad: desnudo en un ambiente extraño, y encima, despojado sin permiso de la ropa que llevaba puesta. Para los ojos del mundo, les hacen un favor. Para sus ojos dolientes, les avasallan su poca dignidad.
 
No quieren ir al médico, según la opinión más extendida. Un médico se empeña en tomarte la presión o pincharte para medirte el azúcar, actos que se ejercen sobre un cuerpo que no suele estar limpio. A la sensación de vergüenza se añade la de intromisión. Y después vienen los imposibles: la cantidad de medicinas que se le recetan, gente que no tiene tarjeta médica o que la tiene de beneficencia, a la que le resulta muy complicado seguir tratamientos, tomarse mediciones, hacerse analíticas, además de las larguísimas esperas.  ¿Y todo eso para qué? Para que la tos no resuene en la barraca en la que viven, para que no le pique tanto el sarpullido de tocar cosas corrompidas.  Remedios para unas enfermedades difíciles, porque el primer tratamiento sería cambiar de vida.
 
Se habla de Ley de Dependencia, de Síndrome de Diógenes, de Síndrome de Noé (acumular mascotas abandonadas). Son derrumbes humanos, personas que están vivas porque la vida se abre paso por encima de todo, pero que anímicamente andan muy al límite. Las Administraciones, desbordadas, tramitan docenas de denuncias de vecinos, acuden los servicios asistenciales. Ponen en marcha toda una maquinaria con muy buenas intenciones, pero demasiado burocrática para unas personas que necesitan, por encima de todo, a personas.
 
El problema es complejo, porque cuando se llega a esos límites, la estructura interior que nos mantiene “normales” a todos, en ellos se ha desfigurado hasta perder toda la fuerza. Pueden haber llegado a ese estado desde cualquier punto de la vida, desde una ruptura amorosa, una muerte que no superan, un fracaso laboral o una insatisfacción vital profunda. En todo caso, siempre va pareja una depresión que les pone plomo en las alas. Quieren ayuda tanto como la temen, porque los cambios alteran su pequeño mundo y siempre pueden traer algo destructivo.
 
El eje de su estado es una soledad enorme y una enorme distancia con el mundo, y ambas son causas una de la otra. Quizás el primer paso y el tratamiento a largo plazo sería una labor continua, indesmayable, de sicólogos, de educadores de calle, de personas con los conocimientos y la disposición para salvar a esas personas de su propio derrumbe interior antes de que la casa se les caiga encima.

Un parque infantil de Getxo, convertido ahora en lugar de reunión de indigentes

Por D. R. G.

Me gustaría denunciar la situación que estamos viviendo los ciudadanos de Algorta (Getxo) y los vecinos de la zona, en relación a la presencia de indigentes y colectivos que tienen comportamientos incívicos e ilegales en la plaza Bihotz Alai, destinada sobre todo al público infantil (salvo eventos que realiza el ayuntamiento).  A ver si así el consistorio o las instituciones que procedan adoptan todas las medidas posibles para solventar esta situación. El pasado jueves asistimos, los niños y los padres, a una pelea entre dos individuos que ponía la piel de gallina. Se ha cursado queja al Ayuntamiento de Getxo recientemente, pero consultado con la policía municipal parece que poco se va a poder hacer.

20130220_175129La mayoría de las personas que frecuentamos esta plaza tenemos hijos pequeños (justo enfrente está el colegio) y nos gusta ir porque podemos vigilar a los niños muy fácilmente (es una plaza casi cerrada), “era” una plaza tranquila donde los niños podían jugar al balón, con la bici, con el patín, etc., hay habilitado un pequeño parque y da el sol.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte, esta plaza se ha convertido en el lugar de reunión y en vivienda habitual de individuos que beben alcohol, fuman “porros”, tienen perros que van sueltos, sin bozal y defecan sin que sus excrementos sean recogidos por sus dueños, que también orinan y defecan en la plaza.

En consecuencia, los menores corren el riesgo de cortarse con botellas, de ser atacados por los perros, infectarse por las heces o verse involucrados en las peleas.

Al consultar sobre esta situación a una patrulla de policías que habitualmente hace la ronda por la plaza, me comunican que se han cursado varias actas de infracción pero que “no hay nada que hacer  entre que son insolventes (no pagan las multas) y no se presentan al juzgado”.

Como ciudadana de Getxo me niego en rotundo a ceder un espacio público y que está dirigido especialmente a los niños a estos individuos y mucho menos para estos menesteres (consumo de alcohol, orinar, defecar, etc.). También me resisto a creer que la Administración y la Policía Local  no puedan hacer “nada” frente a esto.