Por Julio Avezuela Marqués
Este verano, con mi madre de 83 años y minusválida, he vuelto a comprobar cómo es discriminado este colectivo. En su pueblo de Ávila se inauguraba una casa parroquial, el párroco decidió enseñársela a los vecinos y fuimos a verla. El edificio tiene dos plantas y una silla eléctrica para que suba la gente imposibilitada. Pedimos al señor cura que dejase subir a mi madre en esta y nos contestó: “No tengo la llave para que funcione, además es muy complicada de usar».
Nuestra sorpresa fue mayúscula, pero no es el primer caso que nos sucede. En Madrid muchos edificios oficiales —y no oficiales— disponen de dicha silla para personas discapacitadas pero no la tienen en uso, poniéndote cualquier disculpa para no poder usarla. ¡Señores! Si la tienen utilícenla, y si se rompe arréglenla. Si no la quieren utilizar no la pongan pero no hagan el paripé para quedar bien e ir de solidarios cuando en el fondo son unos hipócritas.