Por Antonio Javier Gómez Jiménez
¿Qué porcentaje de la actual población catalana, incluso qué porcentaje de la población española, había nacido cuando se votó aquella Constitución de 1978? Yo solo contaba tres años cuando aquello ocurrió. Y no puedo conformarme con ser responsable ni víctima de injusticias o algunos más que probables errores y desaguisados acontecidos en el pasado. Los datos sociológicos cantan: a más del 60% de la población a un lado u otro se la quiere seguir obligando a cargar fanática o sumisamente con un entramado histórico que no tiene que aceptar así porque sí. Y en democracia no valen las imposiciones sentimentales ni legales ni jurídicas al capricho de dirigentes recalcitrantemente conservadores. Menos aún cuando una mayoría que es la que produce y contribuye socialmente, entre las clases trabajadoras, tiene derecho a dirigir y desarrollar su destino histórico sin sentirse atada a lastres que no fueron precisamente los más perfectos, tras cuatro décadas de golpista dictadura franquista.
Los poderes políticos y periodísticos españoles, puestos a crear problemas y no saber solucionarlos, han hallado en el tema de Cataluña un debate facilón para extender su cháchara. Ahora sí se puede presumir de nacionalismo, siempre y cuando sea españolista. Y ahí surgen paradojas absolutamente irritantes, y en algunos casos inaceptables para la razón, por el bochornoso populismo que engendran.
No olvidemos que la burguesía, supuestamente liberal, históricamente es la que suele ocupar los estamentos de representación política para reproducir su neurótico ego y mantener una estructura económica que garantiza la acumulación de sus arcas patrimoniales, además de su aumento. Y la burguesía, si por algo se distingue en el capitalismo, es por ejercer la dominación, la explotación, y la hegemonía y el poder sobre las clases populares y las masas trabajadoras subalternas. Esa misma burguesía que goza de la inhumana desigualdad que no padece y que justifica de muy diversos modos: privilegios de herencia, falsos estudios científicos, psicológicos o con el sistema educativo obligatorio, con toda la inculcación ideológica, a parte de otros más aparatos represivos siempre alerta por si se les desmadra inútilmente el ejercicio de la represión social y económica.
Esta burguesía española quiere aplastar el nacionalismo catalán, por ejemplo, pero omite que la nación española ejerce su nacionalismo. Con su títere, Rajoy, va a la ONU a reclamar a Inglaterra la descolonización del peñon de Gibraltar. Sin importarles la evidencia sociológica de que a la población gibraltareña no le interesa pertenecer a España. Es decir, ¿se permite la anexión a España de Gibraltar, sin consultar a la población, y en contra de ésta? ¿Por qué no hace un referéndum? Y cuando en Cataluña se más que intuye que un referéndum les dejaría sin la colonia del mediterráneo catalán ignora que la ONU permite el ejercicio de la autodeterminación de los pueblos. Luego comparan Kosovo con una Cataluña independiente, cuando el desarrollo de Cataluña a todos los niveles, sólo como región, hace décadas supera al de un reciente país como el citado.
En cualquier país del mundo limpio de corrupción, y en cualquier momento del siglo pasado, un millón y medio de voces reclamando la independencia entre una población de siete millones hoy por hoy no hubiese tardado mucho en proclamar su liberación. Además, muchas personas, cientos de miles, hubieran querido estar en esa movilización, y también cuentan, aunque no asistieran. Sin embargo, la mentira fácil es decir que el hecho de no haber estado presente significa que todos se sienten solo españoles.
En definitiva, se nos olvida que hace cuarenta años los niños no votaban. Y no tienen como adultos y trabajadores cuarenta años después que tragarse una Constitución que ni votaron, pues ni habían nacido. Y desde mi punto de vista, una región que nos legó un artista, cantante e intelectual catalán tan universal como Serrat, por ejemplo, se merece de una vez por todas ser independiente.
Por cierto, a título personal también: mientras en la universidad de La Laguna, como canario, no hallé entre el profesorado persona alguna con la profesionalidad, compromiso y valentía de dirigir una tesis marxista en sociología, diez años después fue la universidad de Tarragona (la quinta mejor situada entre las mejores facultades de Educación de todo el estado español), tierra catalana, donde se me acogió, se me apoyó, y se me dio la excelencia en libertad científica y personal para seguir desarrollándome. ¿Qué más quieren que les diga? ¿España?
Hay quien cree que la dictadura borró la historia. Pero el gobierno legítimo de la república de 1936, asquerosamente abortado por la iglesia y Franco, obstaculizó algo que el pueblo español democráticamente había votado: un programa electoral que admitía un estado federal, con estados independientes anexos en su mismo seno. ¿Será por eso que cada vez me gusta más apoyar el fútbol del Barcelona?