Por Ángel Villegas Bravo
En mi casa, cuando competía, todos nos reuníamos alrededor del televisor, ilusionados, seguros de presenciar un derroche de esfuerzo, de pundonor, de entrega. A medida que la prueba avanzaba, empezábamos a ponernos en pie, a lanzar exclamaciones, a animar, como si estuviéramos en el estadio: ¡Vamos, Marta, vamos, Marta!
Al final, el júbilo, los abrazos y los elogios; la celebración, como si Marta fuera de la familia; era de la familia, de la familia de los que amamos el deporte y admiramos a los que lo dan todo, triunfen o no, pero dejándose la piel. Y Marta era así, creíamos que era así.
Ahora sabemos que todo era mentira, que Marta nos ha engañado, ha engañado a todos los que la seguíamos con devoción, ha engañado a sus compañeros atletas y les ha robado prestigio y, tal vez, la oportunidad de algún triunfo a los que competían limpiamente, sin trampas.
En lugar de recurrir (otra vez más) debería pedir perdón a todos los que nos sentimos engañados, a todos sus compañeros deportistas, y darnos, al menos, la oportunidad de perdonarla, de sentir que está arrepentida. Y debería tener un gesto: devolver todo el dinero que se ha embolsado injustamente, incluido su sueldo de senadora.