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Entradas etiquetadas como ‘demografia’

Ciudades masificadas, ciudades sin magia

Por Luis Fernando Crespo Zorita

Varias personas en un centro comercial. (EFE)

Varias personas en un centro comercial. (EFE)

La ONU, que asume y ejerce muy responsablemente su labor residual de observador de la realidad social, (sin apenas capacidad de intervención en la misma) nos dice que en 2010 más de la mitad de la población mundial vivía ya en áreas urbanas; en 2050 serán 7.000 millones, más del 60% del total, pues se prevé que la población mundial se acerque los 10.000 millones para entonces.

Admiten los observadores la evidencia de que la continua destrucción y construcción de la ciudad postindustrial evoluciona de forma tan errática, que apabulla a propios y extraños: ofrece un panorama de gigantismo sin formas ni control aparente. El espacio urbano como constructo social es siempre coyuntura histórica, pues recibe sentido de los procesos sociales que se desarrollan en su interior, los cuales quedan reflejados en su urbanismo.

En las sociedades globalizadas lo urbano no se reduce solamente a una forma espacial, sino que expresa y concentra el proceso de reproducción humana y social. Este proceso determina que todos aquellos que han nacido en el seno de familias o grupos con limitaciones económicas y sociales en tanto a vínculos y relaciones, de no adquirir capacidades personales suficientes para superarlas como individuos, están condenados a no ser otra cosa que mano de obra prescindible y vecinos de ninguna parte (gentrificación).

La ciudad es el lugar idóneo para clasificar a los individuos, no sólo como agentes económicos a través del acceso diferenciado a la propiedad, a la autoridad y al conocimiento, sino además por su pertenencia previa a grupos definidos, asignándoles identidades inamovibles que legitiman la pervivencia de los privilegios de unos pocos y el consecuente debilitamiento de los derechos humanos de todos. La ciudad propicia el contacto y las comparaciones generan desesperanza por la existencia de desigualdad. Consecuentemente, antes o después, surge la violencia.

Con este ritmo de nacimientos el sistema es insostenible

Por Antonio Porras Castro

El continuo avance de nuestra sociedad en medios tecnológicos, disponibilidades, comodidades está tan sumamente arraigado en nuestra sociedad actual que estamos olvidando el fin de nuestra existencia. No debemos olvidar que trabajamos para el futuro, que investigamos para mejorar y que el progreso lleva implícito la generosidad. Mejoramos a velocidad de vértigo, viajamos en AVE, nos comunicamos a tiempo real con un innumerable montante de mensajes, fotos, email… Pero dejamos atrás el pasajero al que, de todo esto, sacará partido. Quiero con esta reflexión incurrir en el beneficiario;  no dejar atrás al niño que hoy no nace y que será el benefactor de semejante hazaña y que es el condecorado, el rey.

Las noticias saltan por todos los medios, las alarmas siguen encendidas y agitan sus colores más intensos, pero nosotros seguimos sumergidos en otros mundos. La natalidad sigue sufriendo una debacle injustificada; la tasa de natalidad desciende al ritmo de la de ferBebétilidad y los expertos no dejan de vociferar que estamos en riesgo de desequilibrio demográfico.

A fecha de hoy, el sistema, con este ritmo de nacimientos, es insostenible; los niños no nacen, el apoyo institucional a la familia sigue ausente, con lo que el sistema envejece y, gracias a los avances, los ancianos son más longevos. ¿Quién trabajará en breve? ¿Quién alimentará esta maquinaria que, sin el engrase pertinente, no funciona? ¿Quién contribuirá con su trabajo al sistema de pensiones? ¿Quién acudirá al colegio? Hay que recordar que de la crisis se sale pero los hijos nacen solo en determinadas épocas de nuestro ciclo biológico y que si nosotros no hubiéramos nacido no hubiéramos tenido esta oportunidad que tenemos por delante. Decir también que todos hemos sido hijos y que si nuestros padres hubieran pensado como se piensa hoy, no estaríamos aquí.

Recordar también que si no existieran los abuelos, que son hijos de hijos, quién soportaría  el paro y las separaciones matrimoniales de sus hijos; el drama que atravesamos sería infinitamente más sangriento y  cruel. Los hijos son necesarios y  anteponer su número a actitudes consumistas no deja nada más que entrever un sistema egoísta y ególatra, que inexorablemente conduce a la nada.